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volandovengo

Donde vierte la luna

Donde vierte la luna

Hoy, bien mirado, hace un día más benigno que ayer. El lunes, salías a la calle con el cigarro en la boca y se encendía solo. No es que no haga calor (nos vamos a morir hasta en la sombra), sino que yo no he visto lagartijas con cantimplora. Sin embargo, tenemos suerte aquí en Granada, por la Sierra, por la oscilación térmica, por esos extremos que nos hacen pasar del verano al invierno sin entretiempos que perturben este radical. Por la noche y de madrugada hace fresco o al menos una temperatura agradable. De manera que buscamos la noche como las brujas, nos identificamos con la luna y con las estrellas, más como terapia que por convicción romántica.

Lástima que los nublos de hoy nos impidan ver la hermosa luna llena de julio. Cuando hay luna llena, decía alguien, me convierto en el hombre bobo. No sé si nos afecta la luna, pienso que sí. Y no solamente en las mareas, en las cosechas o en los periodos hormonales. También en el estado de ánimo. Una noche sin luna o con la señora de la noche escondida es más triste que cuando tenemos un diáfano plenilunio. Hay quien se considera noctámbulo y hay quien trabaja de noche. Yo prefiero el día, el sol y una cervecita fresquita.

En árabe la luna se llama 'kamar'. Me lo dijo Kamar, una amiga musulmana que, por lógica aplastante, se llama Luna. ¡Qué nombre más bonito y no el de Jennifer! En griego la luna es Selene. Y el sol Elios. ¡Qué lejos de nuestro Lorenzo y Catalina! Sol y Luna eran los señores del universo, dadores de vida y regidores de todo fenómeno, desde el nacimiento (Elios) hasta el ciclo de las cosechas (Selene). Por eso, los hijos de Cleopatra Séptima (así, con letras) y de Marco Antonio, destinados a gobernar el mundo y a todo cuanto hay en él, fueron llamados Alejandro Elios y Cleopatra Selene.

Los habitantes de la luna, si los hubiera, se llamarían 'selenitas', que, en realidad, son las piedras lunares (no confundir con los lunares de las piedras). Hace poco leí que la tierra (¿?) en la luna huele a pólvora quemada. Cuando vayamos a la luna, por si acaso, no encendamos un cigarrillo, por si acaso.

Algunas civilizaciones orientales y africanas conceden el sexo másculino al astro nocturno y al sol (nuestro poco agraciado "Lorenzo", como digo), más bondadoso, sin ambages, es femenino. El jefe de la tribu de los Dan (leí hace tiempo en Cunqueiro, que a la vez leyó de algún otro), que es una tribu de negros sudaneses, creo, fabricó un escudo nuevo de árbol jóven. A fin de que se ablandase la madera para herrarlo con más facilidad, llenó de agua su concavidad y lo dejó a la intemperie. Una noche la verticalidad de la luna llena se reflejó íntegra en el brocal del escudo. Sus esposas, que por allí andaban, entusiasmadas por el prodigio, llevaron la buena nueva a su señor, quien, con suma habilidad, cubrió el cuenco con una piel de leopardo bien curtida para atrapar aquel disco de luz, dejándolo al cuidado de las mujeres. La más joven y atrevida, corría de hito en hito para destapar y tapar de contínuo esta maravilla de luz atrapada. Así explica esta tribu las fases lunares. Y, cuando la negrita oía el entrechocar de los aros metálicos en los tobillos de su amo que se acercaba, soltaba de golpe la piel de felino, explicando así el fenómeno del eclipse.

La luna tiene embrujo. La luna ha inspirado muchas leyendas, muchos cuentos y poemas... que no necesitan más explicación. Aunque sí quiero dejar constancia de un haiku que publiqué hace un par de años en "Manos de seda" un cuaderno de poesía, dentro de la colección "Vitolas del Anaïs":

Mengua la luna

hay tantas cosas, sabes,

que me entristecen.

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