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El calígrafo

El calígrafo

Hace unos años trabajaba en una empresa de diseño gráfico para un grupo empresarial con mi compañero (y sin embargo amigo) Nono. Allí, entre muchos productos, editábamos un boletín de noticias para dicho grupo. Los clientes de Trazo, como se llamaba el estudio de diseño, además de impacientes, eran tremendamente suspicaces en cuanto al precio final al ver la simplicidad que nos planteaba el resultado.

Nosotros, muy amablemente, explicábamos que lo que parecía fácil a simple vista era el resultado de un amplio proceso de pruebas y errores hasta llegar al producto deseado. Me acordaba de este cuentecito que, adaptándolo a mi manera, publiqué en la revistilla antes aludida.

 

El calígrafo

Hace muchos, muchos años, en la antigua China, un señor principal que vivía entre los ricos propietarios del norte de una ciudad milenaria, decidió escribir su nombre en bellos caracteres para colocarlo en el salón de té de su fructífera hacienda. Para ello, como era tradicional entre las familias ricas del país, se dirigió al calígrafo más prestigioso de toda la China que por casualidad tan sólo vivía a unas pocas horas a caballo desde su casa.

De esta manera, su real persona se presentó ante el escribiente y, con mucha parafernalia y pavoneo, le instó para que compusiera un lienzo de la mejor seda con su nombre en caracteres clásicos de bella factura y mano suelta que fuera la envidia de príncipes y reyes que de visita acudieran a sus tierras. Y aún más, que fuera un llamado para todas las gentes del país y motivo de envidia para sus iguales.

Conforme el señor con las condiciones del artista, quedó en mandar periódicamente a un mensajero a preguntar cómo se desarrollaba el trabajo.

Pasaron las semanas y un poco más y la repuesta en cuanto a la finalización del encargo era negativa. Hasta que un buen día, cansado de esperar (y por lo desacostumbrado de la dependencia ajena) se presentó en el taller del calígrafo para pedirle explicaciones. Rojo de cólera conminó al viejo artesano con que se llevaría el encargo a otro lugar, que escribientes había muchos, que lo denunciaría y que con sus influencias como mínimo lo condenarían a trabajos forzados en la Gran Muralla.

El calígrafo, antes de alterarse, cogió el bastidor donde se tensaba nívea y fina seda, el pincel y la tableta de tinta china y al momento, en presencia del grueso señor, dibujó sin titubeos el nombre de aquel cliente, lo que sacó de quicio al adinerado, que le preguntó irascible cómo había tardado tanto en escribir un texto que era capaz de realizar en el acto. El anciano artesano, con toda la paciencia del mundo, abrió un armario donde cayeron cientos de papeles con pruebas fallidas del nombre de aquel señor.

 

3 comentarios

volandovengo -

Es tan difícil valorar un trabajo creativo, un producto algo etéreo... Porque si te reparan la calefacción lo ves l instante o si te mitigan una alergia, también la ves. Pero el pensamiento... La cigarra siempre se muere de pena.

joven llanos -

En particular a este tipo de clientes yo, con mis respetos les diría que "nunca falta un buen tiesto para una buena mierda"

Sigo tus artículos con interes y los recomiendo a mis amistades

Hueso -

Fantástica parábola. Sí señor. Hay una actualizada sobre una impresora y un técnico... a ver si me acuerdo...