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volandovengo

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Hubo un tiempo (creo que coincidió con principio de siglo) (podría ser el efecto 2000, si no fuera tal efecto el haberme casado ese año), hubo un tiempo -repito- que los anuncios ("los comerciales" dicen en sudamérica) eran de una originalidad extraordinaria. Daban ganas de apagar la tele o levantarte del sillón cuando terminaba el intermedio y volver de nuevo cuando la película o el programa hacía un receso. Daba gloria.

Este esplendor se ha repetido en diferentes ocasiones. Creatividad, eficacia, humor, inteligencia, sorpresa, realización, montaje, música, ambientación... ¡Todo lo que se puede contar en 20 segundos de media! Hay concursos que premian esta calidad imaginativa.

No es fácil. (Hace tiempo escribí anuncios y algún publireportaje para una productora con resultados mediocres.)

Llevamos un tiempo, sin embargo en que la mayoría de los anuncios lo que provocan es angustia, por lo casposos, repetidos y esaboríos (’sosos’ en el más profundo andaluz). La palabrería cuasipoética que impera en la gran mayoría de estos espacios publicitarios, con la intención de conmover, son insufribles, y sólo logran el efecto contrario.

Llevo unas semanas sin televisión (como viene siendo costumbre en mi casa) y no vemos ni lo bueno ni lo malo. Respiro. Comer con la radio es toda una experiencia, que no te obliga a levantar la vista ni a voltearte si la tele te pilla de través o a las espaldas.

Pero a menudo y la echo en falta en muchos momentos. Por ejemplo, para tomarle el pulso al nivel de estos anuncios.

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