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La reina

La reina

La mañana del domingo llevé a mi hijo al teatro. Comenzaba el XI Festival Internacional de Teatro con Títeres, Objetos y Visual. Un poco a ciegas y un poco escamado, con bastante tiempo, fuimos desmenuzando el camino hasta llegar a la taquilla con bastantes minutos de antelación (soy prepuntual; prefiero esperar, que me sobre tiempo, que ir con la hora adherida en las nalgas.

La obra se llamaba "La casa del abuelo" y, según el programa iba sobre la muerte. "Cuando el abuelo se marcha para siempre, los que quedan, construyen una casa para que no se sienta solo".

Juan no ha vivido, excepto las películas, ninguna muerte cercana. No sabía cómo se lo enfocarían ni cómo él lo vería, lo sentiría.

La obra es bonita. La única actriz, Rosa Díaz, que, a su vez, maneja los títeres estaba llena de sensibilidad y nostalgia. Nos presenta la muerte como una continuación. "Dicen que los que se van sobreviven gracias al recuerdo que de ellos pervive en quienes los amaron..."

Al final, los niños (agrupados en torno al escenario, mientras los mayores ocupábamos las butacas a sus espaldas) disfrutaron, se lo pasaron bien, se rieron e hicieron sus gracias. Los mayores nos derretimos y, al que menos, se nos saltó una lágrima (al lado mía había una joven mamá, de una niña de la edad de Juan, que  lloraba sin consuelo, empapando trozos y trozos de ¿papel higiénico?).

De vuelta a casa comentamos por encima la obra. Ante mis preguntas, algunos monosílabos desganados, me impulsaron a desistir de nuestro minifórum.

Sin venir a cuento, Juan me preguntó:

—¿Sabes cual es la reina de las palabrotas?

—No, ¿cuál es? —contesté alarmado.

Gilipollas —respondió tan tranquilo.

—Es verdad que es la reina, es muy fuerte, no debes decirla, etcétera —intenté ser claro y conciso en mi moralina.

—¿Y la reina de las letras? —siguió preguntando sin hacerme caso.

—No —resumí.

—La a —mi sonrisa le llevó al siguiente escalafón de su juego —¿Y la reina de las palabras?

Sin darme tiempo a pensar, se contestó a sí mismo: —Luz, la reina de las palabras es la luz.

Nunca lo había pensado, creo que no pensé, cuando me impuso otra soberanía.

—¿Y cuál es la reina de los árboles? —no sé si llegué a imaginarme algún árbol con carácter real y género femenino.

Pero el juego no consistía en que yo adivinara, sino en que escuchara su discurso. Así que me dijo:

—Las raíces. La reina de los árboles son las raíces porque por ahí se alimentan.

Cuando más me interesaban sus deducciones, mientras caminábamos, volvimos una esquina y, una cuesta muy larga y empinada, hizo que se olvidara de las reinas y se planteara la bajada en bicicleta. A pesar mío, cambiamos de tema.

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