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El bálsamo de Fierabrás

El bálsamo de Fierabrás

Don Quijote de la Mancha, en el capítulo X de su primer volumen, solicita a su escudero una redoma para componer el bálsamo de Fierabrás, “que con sola una gota se ahorraran tiempo y medicinas”.

Más adelante el hidalgo explica a Sancho: “Es un bálsamo, de quien tengo la receta en la memoria, con el cual no hay que tener temor a la muerte, ni hay pensar morir de ferida alguna. Y así, cuando yo le haga y te le dé, no tienes más que hacer sino que, cuando vieres que en alguna batalla me han partido por medio del cuerpo..., como muchas veces suele acontecer..., bonitamente la parte del cuerpo que hubiere caído en el suelo..., y con mucha sutileza, antes que la sangre se vele..., la pondrás sobre la otra mitad que quedare en la silla, advirtiendo de encajallo igualmente y al justo. Luego me darás a beber solos dos tragos del bálsamo que he dicho, y verásme quedar más sano que una manzana.”

(Recuerda al compuesto del “Vizconde demediado” de Calvino.)

Este brebaje, según El Caballero de la Triste Figura, se fabricaba a base de la sabia combinación de aceite, vino, sal y romero (capítulo XVII). El caballero los hierve y bendice con ochenta padrenuestros, ochenta avemarías, ochenta salves y ochenta credos. Al beberlo, Don Quijote padece vómitos y sudores, y se siente curado después de dormir. Sin embargo, para Sancho tiene un efecto laxante, justificado por el Quijote por no ser caballero andante.

El bálsamo de Fierabrás es una poción mágica capaz de curar todas las dolencias del cuerpo humano que forma parte de las leyendas del ciclo carolingio (Aparece como tema en el cantar de gesta francés Fierabrás, ‘el de feroces brazos’, que se fecha hacia 1170). Según la leyenda épica, cuando el rey Balán y su hijo Fierabrás conquistaron Roma, robaron en dos barriles los restos del bálsamo con que fue embalsamado el cuerpo de Jesucristo, que tenía el poder de curar las heridas a quien lo bebía.

Cunqueiro, en su “Tertulia de boticas prodigiosas” informa que este bálsamo era de común uso entre los paladines del rey Arturo y se encontraba, junto con otras hierbas y productos maravillosos, en los anaqueles de la Botica de Camelot o de la Tabla Redonda, y que fue traída por Alejandro, hijo mayor del emperador de Constantinopla, cuando acudió a Gran Bretaña para aprender caballerías.

Estas medicinas tenían por objeto, aclara el autor de Mondoñedo, la rápida curación y cicatrización, sin dejar apenas huella, de las grandes heridas de los nobles guerreros.

Entre las Recetas de cocina del cocinero barcelonés Ignacio Doménech se puede encontrar en el “Capón morrocotudo” que tiene como ingrediente de exclusiva ambrosía el bálsamo de Fierabrás, que lo compone de mantequilla, miel y clavos majados. Más adelante, expande este elixir. Hablando de la bondad de los vinos dice: “Las denominaciones de origen patrias de vinos espesos y, sin embargo, redondos (vinos de Cariñena, de Toro, de Jumilla, del Priorato…), son perfectas para elaborar este bálsamo de Fierabrás que mata las penas, yugula los sinsabores, conforta el cuerpo aterido, predispone a la confidencia, facilita la locuacidad”.

* "Don Quixote" de Gustave Doré, 1863

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