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Un río de agua dulce

Un río de agua dulce

Flamenco Viene del Sur

Otra propuesta arriesgada. Después de algún rodaje, desde su estreno en el XIII Festival de Jerez (2009), Ángeles Gabaldón nos trae una fluida propuesta a través de la historia del Guadalquivir, “un paseo flamenco por el Río Grande andaluz”. En principio, la idea es sabrosa y llena de posibilidades que, sin embargo, no llega a enganchar. El minimalismo corre el riesgo de convertirse en algo insustancial.

La bailaora sevillana comienza en el suelo, vestida de tierra. El río se despereza y ella, cercana a lo contemporáneo y al clásico español, va desgranando unos albores de la historia que acaban por levante. La música también es esquemática y el sonido del agua evidencia un protagonismo agradecido. Para la segunda pieza, el guitarrista Raúl Cantizano, tañe la zanfoña con habilidad. Es el momento de wadi al-Kabir de Al-andalus que Ángeles retoma cercana a la danza del vientre, recordando los años que ha trabajado con la Orquesta Chekara. Sin embargo, resulta demasiado larga, repetitiva, monótona, esta segunda entrega, como la del principio. Aciertos puntuales aplaudimos, como el vuelo del mantón y algú otro estilismo. Alicia Acuña, valiente, salta a pie de escenario y canta en árabe. Esquema que pierde todo aliciente, pues se remeda a sí misma varias veces durante el espectáculo, ya sea con martinetes, tonás o tanguillos. ¿Cuándo romperá la obra? ¿Cuándo llegará la raíz, el ritmo, el flamenco? ¿Cuándo la bailaora que levante el ánimo? Me temo que estas preguntas quedarán sin respuesta.

El momento más glorioso de la noche, sobre todo por la originalidad y el simbolismo, es el baile de un chapoteo en off. Gabaldón, con negra bata de cola, baila la cadencia y las salpicaduras del agua con una coordinación admirable.

Y, por fin, el río se desborda por tanguillos con sólo percusión de fondo. En Sevilla sólo quedan en pie “tabiques y puntillas”, donde la cantaora también baila un poquito. Es un buen intento que, como el resto de la función queda soso, denunciando definitivamente que el Guadalquivir es un río sin gracia, un río de agua dulce.

Para finalizar, el percusionista Antonio Montiel coge la trompeta e interpreta una pieza jazzística con un tempo lento (todo es lento), que la bailaora aborda con abanico, sacándole mil y un sentidos, en lo que podría tener aires de guajira. Grandeza que también se diluye en la parsimonia del erre que erre.

La coda final, ya atravesando el charco, en donde entendemos el Guadalquivir como puerta al nuevo Mundo, la guajira se hace realidad con el canto “Hasta siempre”, que el cubano Carlos Puebla le dedicó al comandante Che Guevara y popularizó Víctor Jara (cambiándole la letra, por supuesto).

* Foto de Félix Vázquez©.

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