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volandovengo

La Platería luce con Lucía

La Platería luce con Lucía

No debería espaciar tanto los comentarios desde que veo una actuación. Mi memoria es flaca y además se entrecruza con otros actos y funciones, favoreciendo el olvido por interferencia. De cualquier manera, la impresión destilada del momento aún palpita en mi memoria, a veces por mucho tiempo.

Haré tan sólo un repaso general a modo de vista de pájaro y no me detendré en los detalles. En primer lugar quiero comentar muy de pasada que el baile de Lucía Guarnido no es convencional. Lucía es esbelta y bella. Ha aprendido a adaptar el baile a su altura, conocimiento y delicadeza. Cada baile tiene sus apellidos, y goza o peca de redondez excesiva. Como el héroe de las películas antiguas todo sale a pedir de boca y no se despeina en el intento. La elegancia, el respeto y la sonrisa están ensayados y como tales supeditadas a la estructura. Los símbolos son importantes y la seguiriya es negra y circunspecta y las alegrías claras y llenas de sal, por ejemplo.

Pero este día sentí algo nuevo en el baile de Lucía. Si se me permite la expresión, la vi más cabrona. El punto azucarado que a veces puede saturar, estaba limado con la fuerza y la picardía necesarias para provocar el pellizco. Su cuadro, como siempre, espléndido. Conoce, como flamenca avezada, que unos buenos músicos atrás, pueden constituir el cincuenta por ciento del éxito de una bailaora.

Luis Mariano, a la guitarra, está imparable. Aparte de su tradicional sonido límpido y flamenco, ha adquirido una rabiosa pesadumbre que llega a estremecer. Al oírlo parece que toda una orquesta sinfónica se está ejecutando. En la granaína en solitario (en soledad) que abre la noche se advierte esta nueva dimensión, que continúa cuando acompaña y sobre todo en las bulerías de la segunda parte (aunque las dos se hicieron seguidas).

Antonio Campos es un trabajador del cante. Cuida sus letras como cuida su garganta. Disfruta en la escena y trasmite su buen hacer. Por soleá, por tonás o por seguiriyas es imbatible. Su entrega y dominio del compás están reconocidos. Es uno de los cantaores del panorama nacional más requeridos para el baile.

Mati Gómez empezó bailando y, como son las cosas, terminó detrás del micrófono. Su voz, aunque chiquita, es muy flamenca, llena de melismas y modulaciones. Como buena bailaora conoce el cante y el sentido del ritmo. Su cante es sincero, dulce y arriesgado.

Lo mejor que le puede ocurrir a un percusionista, lo he dicho en alguna otra ocasión, es que no se note. Que haya un latido exacto de fondo, pero que no se imponga ni de pie a discusión alguna sobre la caja o el pandero. De esto es de lo que puede presumir Miguel ‘El Cheyenne’.

Lucía Guarnido bailó seguiriyas y soleá por bulerías.

* Foto de la propia bailaora de su espectáculo "A mi aire" ©.

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