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Romero Capilla

Romero Capilla

Romero Capilla se llamaba en realidad Liberto Capilla, pues sus padres eran hijos del 68 y decidieron paliar la contundencia de su apellido con algún nombre antagónico fiel a los tiempos y a sus convicciones, pasajeras, por otra parte, si he de decir. Pero Liberto, nunca muy de acuerdo con nombre tan idílico, fue conocido desde temprana edad como Romero pues era el único mozo del pueblo que fuera en peregrinación a Santiago.

Romero Capilla era natural de Almendralejo, provincia de Badajoz, pero muy de niño, tal vez antes de la visita a los Santos Lugares, siguiendo a sus padres, que se dedicaban a la cría y engorde de los gusanos de seda, marchó a Coria del Río, en Sevilla, a orillas del Guadalquivir, donde las moreras abundaban frondosas. A pesar de tener un brazo más corto que el otro, comenzó a trabajar como modelo en una firma de ropa de sport masculina pues, al correr de los años, pasó por ser joven hermoso y recio cual héroe antiguo.

Felipe, el contratista de la marca coriana, que era ligeramente estrábico del ojo derecho, lo descubrió trabajando en el Corte Inglés de Mairena del Aljarafe en la sección de electrodomésticos, trataba de explicarle a una señora de pelo azul y más bajita que la media el funcionamiento de un revolucionario robot de cocina. Fue nada más verlo, con su mirada cruzada, cuando Felipe, que supuestamente entendía de hombres, sin necesidad de ramalazo alguno, le propuso que trabajara paseando ropa sobre pasarela de feria y escaparate al uso.

Romero Capilla, harto de electrodomésticos y de señoras y de explicaciones, como antes lo estuvo de gusanos y capullos, aceptó al punto la primera oferta del modisto dejando a la buena mujer, bajita, pechuda y entrada en carnes además, con el libro de instrucciones en inglés, alemán y japonés, para que se las compusiera ella sola o que interceptara a otro uniformado con más o menos paciencia.

Algunos años destacó Romero como buena percha de andares seductores y la misma mirada soñadora que acostumbraba en los santos lugares. Cualquier puesta embellecía con su delineado palmito, a excepción, lo guardaba como secreto, de la prenda de seda, que se negaba a portar pues le recordaban agusanados tiempos pretéritos, que se debatían entre la nostalgia y el deseo de olvidar.

Más pronto que tarde, como no cabía esperar de otra manera, Romero quiso entrar en el mundo de los top, deseoso de enfrentarse en sana competición a otras beldades masculinas, salir victorioso sin duda (tal era la confianza en sí mismo), medrar en los concursos de belleza, pasar por televisión y… quién sabe (si no fuera por el tradicional cuento de la lechera nadie habría dado un paso en su propio porvenir o en el de los suyos).

Pasó a Sevilla sin dificultad y de nuevo trocó su nombre de Romero a Romeo, soñando con el joven Montesco, paradigma del amor y sobre todo más consecuente con su nuevo destino en las ondas y los altos vuelos.

Así, Romeo Capilla fue avanzando entre pasarela y pasarela, entre concurso y concurso, hasta ser medianamente conocido; primero en la capital andaluza y después en toda la región.

Llegado el momento de representar a su tierra como Mister Andalucía en el concurso nacional, a celebrar en Zaragoza, y convencido de su persona y de su condición de latin lover, vino a visitarlo la conocida señora X, que casualmente formaba parte del jurado en la competición y era un personaje distinguido e influyente donde los hubiera.

La señora X, que ocultamos su nombre para no poner en tela de juicio su honorabilidad, sin irse por las ramas, le propuso mantener relaciones nefandas, mientras jugaban a los “perritos”, dijo literalmente, si quería comerse una rosca en dicha pasarela, si quería continuar en el mercado, si deseaba labrarse definitivamente un nombre…

La señora X, aunque entrada en años (bien entrada en años) aún estaba de buen ver, si no fuera por los estiramientos del rostro, que le hacían parecer como si estuviera continuamente ahogando un bostezo.

Romeo accedió. La carne, por llamarlo de alguna manera, es débil. Era muy tentador ver la puerta abierta delante de las narices y no traspasarla. La fama corría detrás.

Para la señora X, con un rosario de favores a sus espaldas no le era difícil entreabrir esa puerta y dejar los hachones encendidos y alisar la alfombra para su conquista del momento, para su capricho ocasional.

Romeo, cuando se vio en dobles cueros, es decir desnudo y medio cubierto con ropajes sadomaso, a horcajadas sobre la “perrita” babosa, con el pelo recogido en doble fuente, y con una fusta en la mano, restregándole palabras obscenas, se le vino al pronto el apellido eclesial y en un santiamén pasó de Romeo a Romero, y de Romero a Liberto. Y recordó a sus padres, a su pueblo y a los gusanos de seda.

El nuevo, o antiguo, según se mire, Liberto Capilla, de un salto, se puso los pantalones y de un portazo marchó a casa de sus mayores ante los gritos de la madame, pensando que más vale cuidar gusanos que ser uno de ellos por el resto de su vida.

2 comentarios

volandovengo -

Gracias, Susana. Siempre son bienvenidos los comentarios y estimulantes cuando provienen de alguien con criterio.

susana -

He visto este relato gracias a tu saber hacer.
Besos
P.D.: Qué recuerdos traen los gusanos de seda. Hasta traes el olor de las hojas.