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Lo bueno si breve

Lo bueno si breve

Los Veranos del Corral

Me alegro particularmente estos días por el reconocimiento que todas las bailaoras participantes en Los Veranos del Corral le están brindando al maestro Mario Maya, desaparecido ya hace casi tres años. Cada cual, desde su perspectiva y vivencias, se destoca ante uno de los grandes de la danza española, al cual, me temía, se estaba olvidando más rápido de lo que nadie merece. No obstante, en Granada, todavía tenemos una deuda pendiente.

Como digo, el primer tema que se abordó en la noche del jueves en el escenario del Carbón, fue una coplilla, compuesta e interpretada por Antonio Campos (incluso con la guitarra), dedicada al coreógrafo granadino-cordobés-sevillano. El cantaor, también de la tierra, salió solo y se le fueron incorporando el resto del equipo: Juan Antonio Suárez “Cano", con su guitarra, Luis Amador, con las escobillas de jazz, Jesús Torres, recuperando la guitarra que tañía Campos, y Rafaela Carrasco, brindando una pincelada de baile.

Y, ahí está el problema, Rafaela Carrasco ofrecía durante toda la noche “pinceladas” de baile, muy ajustado y preciso, con esbeltez y gracia en el taconeo, pero que dejaban poco sabor por lo escaso. Cuando empezaba a marcar, a vencer y a convencer, se acercaba a su anea y se sentaba.

Con todo y con eso, el espectáculo fue delicado y redondo, íntimo, como de cuartito. Amigos que se reúnen en torno a un espacio y cada uno da lo mejor de sí y, cuando encarta, la bailaora, con holgados pantalones y chaqueta larga informal (durante toda la velada), se levanta y ofrece su desenfadada pataílla sonriente, con la complicidad exclusiva de sus acompañantes.

Así, un solo de guitarra en las manos de Canito, cercano a la fiesta, es ilustrado a los postres por Rafaela; los fandangos de Huelva, valientes y modulados, acompañados con pandero, también reciben la gracia seductora de la bailaora: y las serranas, donde Antonio se acuerda de Enrique Morente, son recompensadas también por esa “pincelada”.

Momento hermoso sin discusión fueron los tanguillos a dos guitarras ('Cano' y Torres), donde se imbrican, se alternan o se aúnan, creando una verdadera obra de taracea. Aunque quizá lo más redondo, novedoso y participativo, fue un paso doble que encerraba caracoleros unos fandangos naturales 8aquí, la bailaora se complementa con una falda de volantes).

Termina la noche con una jota pura y dura. Sí, con una jotica de folclor norteño ligeramente aflamencado, que encaja de maravilla. Si no, ¿de dónde creemos que beben las alegrías de Cádiz? Un cante acompañado con profusión de pandereta, de Luis Amador, y panderos, el resto de los músicos, donde la bailaora sevillana se entrega en su totalidad.

Y, como bis, la pandereta sigue con la fiesta y una nueva entrega de baile nos es regalada, con un estratégico apagón final.  

* Foto de Antonio Conde©.

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