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Jinete sin reposo

Jinete sin reposo

Los Veranos del Corral

Con cascabeles en muñecas y tobillos comienza David Coria su entrega, bailando el silencio, cortando el aire con su porte pastoril y una margarita en las manos. Son unos originales cantes de labor, la danza de la cosecha, lo mejor de la noche. La guitarra se incorpora a los postres, que pasan a ser boleros y bellos verdiales, que se van apagando en las voces de Antonio Campos y Juan José Amador.

David conoce su cuerpo y sabe sacar partido a su esbeltez. Ha pertenecido a grandes compañías (Rocío Molina, Eva Yerbabuena, Aída Gómez…) y empieza, desde 2010, una carrera prometedora con espectáculos propios.

Las guitarras se quedan solas (Juan Jiménez y Víctor ’El Tomate’) para abandolarse por rondeñas, muy cerquita a la fiesta. Su casamiento es perfecto, que contrapuntea la percusión respetuosa de Kike Terrón.

Por cantiñas, que empiezan y acaban por Córdoba, vuelve el bailaor sevillano. Mientras el armazón musical no tiene fisuras (si acaso un cajón innecesario), David exagera sus movimientos, no conoce el reposo ni concede la mínima escucha sin que meta los pies.

Desde un tiempo a esta parte, todos los bailaores sienten que necesitan reforzar su taconeo o marcar el compás con ayuda de una caja o un pandero y, a veces, lo que hacen realmente es enturbiar su entrega. Con las clásicas palmas, no sólo sería suficiente, sino que se agradece esta tradicional forma de percutir el flamenco.

Para más inri, Coria, se hace acompañar además de un palmero (Jonatan Miró), que vuelve a incidir en el ritmo que ya sugieren los cantaores (que también hacen palmas) y el percusionista, cayendo así en un exceso de orquestación, bien dirigida, eso sí, con gran resultado, obtenido en parte por el buen sonido que Benson aporta.

Amador, en este segundo interludio entre bailes, ofrece una canción aflamencada por fiesta, que se asoma al abandolao.

¿Es posible que la velada vaya decayendo? El último pase de David Coria son unas tonás con seguiriyas, quizás demasiado largas, en las que comienza bailando el silencio, chasqueando los dedos. Su baile de arrebato se impone poco a poco y el árbol no deja contemplar el bosque. Su gesticulación con la boca, que desde el principio ha sido moderada y un complemento a su figura, llega a ser aparatosa.

Un bis en forma de tanguillo, que canta Antonio Campos, a la vez que apunta el baile, endereza cualquier objeción. Es una pataílla desenfadada, para la que el David se ha cambiado la camisa, que extrema la particularidad buscada en este bailaor.

* Foto de Antonio Conde©.

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