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volandovengo

La despedida

La despedida

El sol se retiraba perezoso y tempranero en ese atardecer otoñal barruntando si había cumplido mínimamente su misión. La nieve comenzada a modificarse, en esa metamorfosis que sólo ella sabe hacer, fileteando las orillas del camino con el hielo de sus encajes. Un jinete compuesto de sombra y vaho se me acercaba al paso en dirección opuesta. Al pronto inversamente recorrería mis propios pasos al lugar de donde yo había partido, si alguna de las pocas encrucijadas que jalonaban el camino no lo invitaban a desviarse a un destino inseguro, pues el único lugar habitable en muchas leguas a la redonda era el poblacho, al comienzo del sendero, y la casa solitaria adonde me dirigía. No obstante, ya no eran horas…

El consejo extremo del doctor, me había impulsado a enfundarme en la pelliza borreguera y enalbardar la yegua cana, para visitar a un primo cercano, en la cabaña antedicha, que más abundaba de amigo que de pariente. La sangre, en este caso, es una mera casualidad.

El jinete ya se acercaba rellenando su silueta de color e identidad, con su montura extremadamente negra, su jubón alzado y su sombrero de alas hasta las orejas.

Antes de conocer la nariz picuda y el bigote desordenado del moribundo a quien iba a visitar, entre vaharadas, me saludó halando las riendas de su animal.

―Hola, Bernardo ―pronunció con sequedad familiar.

―Hola, Anselmo ―respondí―. ¿No estabas en cama?

―Sí ―monasilabeó simplemente.

―¿Por qué te has levantado? ―volví a preguntar―. ¿Te encuentras mejor? El doctor Sánchez dijo que era muy grave.

―Y tanto ―me dio la razón.

―¿Y dónde se supone que vas en esta noche de perros? ―dije arrebujándome un poco más en mi sobretodo.

―Quería verte antes de que fuera demasiado tarde ―reconoció ante mi asombro.

―¡Volvamos a casa! ―imperé entonces.

―Aún tengo qué hacer ―respondió mirando en dirección al pueblo e intentando calmar al caballo que caracoleaba nerviosamente―. ¡Ve tú! ¡Allí nos veremos!

Y, dándose la vuelta se alejó como había venido, haciéndose sombra en la noche cortante. Yo, alarmado, continué mi camino.

La luna era apenas una línea curvada en un horizonte donde las estrellas seguían tiritando nerudamente. Cuando llegué a casa del despedido y bajé de mi trotona clara, me recibieron los sollozos y la cara desencajada de ojeras superpuestas de mi tía. Que pasara, me dijo, para un último adiós. Preocupado pregunté por Anselmo.

―Se nos fue a media tarde ―dijo su señora madre entre lágrimas.

―No puede ser ―respondí―. Lo he visto hace apenas media hora camino del pueblo. Que me adelantara a esperarlo, me dijo. Que tenía que seguir visitando con su potro azabache.

―Anselmo no tiene ningún caballo negro ―recordó la mujer.

Después de algunos pésames y recuerdos, llamaron a la puerta. Era mi pariente amigo, con su gorro de alas y su mostacho desordenado. Me abrazó como nunca, es decir, como siempre, diciendo que por qué, gritando calladamente en su agonía y en su pesar.

―¿No nos volveremos a ver? ―pregunté casi con banalidad.

―No ―negó el aparecido con la pesadumbre escondida en sus ojos. Y se hizo invisible en su cuarto.

Al día siguiente, Anselmo lloraba mientras unos operarios disciplinados y circunspectos tapiaban el nicho que me habría de contener por muchos años.

7 comentarios

volandovengo -

Me abruman tus palabras, Alexandra. El agradecido soy yo, de verdad, por tener a lectores tan buenos.

alexandra -

sensillamente, magnifico. El alma de poeta, el ritmo en tus palabras, la sencillez asi como la complejidad de las mismas. El entender y el compartir... emociones que surgen de lo leido, esa es la verdadera esencia de tus escritos.. transmitir sensaciones. Gracias por agasajar y deleitar nuestros sentidos con tu alma en forma de relato.

volandovengo -

Lo mío es tuyo, Susana. No sólo es un honor que me leas, sino que lo compartas con tus alumnos.

susana -

Me lo llevo pa mis clases. A ver si me vas a denunciar a la SGAE...

susana -

¡Joooooooooool! Muy bueno. Conmovida por tu realismo mágico. Muchas gracias.

volandovengo -

Gracias, Manolo. Así da gusto escribir.

Manuel Fernando Estévez Goytre -

Enhorabuena, Jorge. Es muy bueno. Me gusta mucho el estilo, tan fresco y sutil, y la historia es una maravilla. un abrazo.