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La Mariposa de la Paz

La Mariposa de la Paz

Este cuento puede tener perfectamente 28 o 30 años:

Erase una vez en un mundo que muy bien podría ser el nuestro, en un globo muy rugoso y un poco achatado por sus polos, una paloma vieja y cansina, una avecilla blanca y bella pero triste.
   Era una paloma de la paz, era la enseña del amor, el estandarte de la fraternidad entre todos los humanos, entre los niños y mayores, ricos y pobres, blancos y negros.
   Por encima de esos sentimientos el mundo está cada vez más en conflicto, el enfado de los hombres se acrecenta, las columnas que sujetan el universo amenazan con desmoronarse... Ese globo se va desequilibrando dentro de su sistema solar por tantas guerras, tantos misiles de corto, medio y largo alcance (la destrucción es igual), por tanto odio entre hermanos.
   Los jefes del mundo luchan entre sí y tiembla el planeta. Los enfrentamientos cada vez duran más y lloran las estrellas.
   Junto al fuego del hogar, cuenta el abuelo Simón a los nietos de los nietos de sus nietos que la Paloma de la Paz es ya muy mayor, que ya trabajaba cuando vino Jesús al mundo, que surcaba los viento que se ciernen sobre la tierra de punta a punta tornándolos en aires más suaves y agradables.
   Simón, quizás el anciano más viejo de este mundo, mayor incluso que algunas de las montañas que adornan los mapas, recuerda que la Paloma no es ya como antes, con sus alas semidesplumadas difícilmente puede elevar su enmohecido cuerpo, el reuma le impide volar demasiado, el cansancio le hace retardar su misión de amistar a los enemigos, de alegrar a los tristes, de reconciliar a los desenamorados. Ahora cada cuatro o cinco nubes la vieja paloma debe pararse a tomar aliento. Cuando cambia el tiempo lo nota en sus heridas, en los porrazos de antiguos aterrizajes forzosos para imponer la paz y sólo un poco de sentido común entre familias. El abuelo Simón relata que la Paloma de la Paz nació tras el primer odio. Surgió de la sangre inocente del hermano Abel que recibió muerte de manos de la envidia de Caín. Y desde entonces ha evitado muchas muertes y muchas catástrofes, ha aplacado grandes guerras, ha extinguido plagas y ha dado solución para encontrar vacunas contra las epidemias que han aterrorizado a países enteros.
   La Paloma de la Paz llegó a su mayoría de edad en tiempos de Noe. Hizo su debut calmando la ferocidad del trueno y de la lluvia en el Diluvio Universal. Contuvo el aguacero, quitó el tapón de desagüe del mundo para que se tragara la gran turbulencia, lo escurrió y lo tendió un poquito más cerca del sol para que se secase. Llevó al Arca una ramita de olivo diciendo que la paz había triunfado y perdonó al cuervo por ser tan despistado y quedarse a comer aceitunas y carroña en vez de arrancar un brote de olivo e intentar encontrar la cadena del desagüe.
   El invierno pasado casi desfallece de frío, a no ser por la bufanda de cuadros azules y rojos que le regaló Santa Claus.
   Sin embargo, continúa el abuelo Simón, el mundo luce una capa verdecina, el oscuro miedo que ataca a las gentes se tiñe con el tono de la esperanza, porque la Paloma de la Paz tiene un hijo, que ya es casi paloma tan blanca y hermosa como lo fue su padre. Joven y vigoroso, símbolo del amor que no morirá, de la paz que no caerá en el olvido.
   Papa Paloma lo hubo pensado: “algún día estaré viejo y no podré cumplir mi misión en los rincones más alejados. Necesitare un sustituto”.  
 Nuestra Paloma sólo tuvo un hijo pues su tarea es harto complicada y no deja tiempo ni para poner huevos y mucho menos para incubarlos y criar los polluelos.
  El pequeño Palomo, como hemos dicho, creció blanco y hermoso en el tranquilo país de las ramitas de olivo, donde vivió feliz aprendiendo a volar, a planear oteando la vida desde una perspectiva más libre, y, sobre todo, admirando a su padre, al que presentía ya caduco.
   En primavera, creo, domingo, día de descanso hasta para la Paloma de la paz, se encontraban en un pequeño nido los dos pacíficos pájaros. El pequeño escrutaba amapolas, margaritas y otras flores silvestres, después de haber probado unos vuelos rasantes, unos rizos, tirabuzones y no sé cuantas cabriolas más imitando a los feriantes aviones de peripecias. Cuando Papá Paloma se quitó las gafas de mirar de cerca, dejo a un lado el último ejemplar de Colombofolia y vida y mirando a su vástago le dijo: “mira, hijo mío, yo ya soy viejo y estoy cansado. El odio del mundo aumenta día a día y yo no me encuentro con fuerzas para apaciguarlo”.
   “Mis días como trasmisor de la paz están apagándose. Pero esta importante misión es imprescindible que no se pierda. Y he pensado que ya es hora de dejarlo y que me sustituya una paloma joven y fuerte. He pensado que mi predecesor seas tú que eres mi hijo y tienes mis ideales, que eres un ave buena y noble, vuelas como el mejor y distingues el bien y el mal  por encima de todo, como yo te he enseñado. Para eso te has criado”.
   “Pero papá, contesto el Pequeño Paloma, yo no quiero ser paloma, yo quiero ser mariposa”.
   En ese momento una lágrima perdida recorrió la mejilla de la paloma mayor y cayó a las pajitas que entretejen el nido desde su tembloroso pico.
   “Pero si es tu deseo, continuó la joven paloma, y ese es mi destino, seré Paloma de la Paz y lo asumiré con responsabilidad y amor, aunque siempre he admirado los bellos colores de las mariposas simétricamente dispuestos sobre sus delicadas alas y su misión de transmitir delicadamente La Primavera en forma de móviles florecillas que aletean alegría de un lugar a otro”. “Me da pena que tú no seas mi sustituto, alegó la Paloma de la Paz, pero reconozco y admiro tu noble elección, que, como hijo de la paz y la libertad, has pronunciado. No seré yo quien me oponga a tus deseos. Así que piénsalo bien y tus anhelos serán cumplidos”.
   “Ya lo he pensado, padre, pronunció rápidamente el pequeño, y mi decisión desde, que contemplé por primera vez ese alegre revoloteo de color, fue la de ser mariposa”.
   En ese momento en torno al hijo de la Paloma de la Paz apareció una tenue nubecilla que, como niebla instantánea o humito de mago ambulante, lo envolvió por entero y ese pájaro sintióse más ligero y feliz, con un fresco manantial de color y movimiento. Y, al desaparecer esa neblina azul, resplandeció con todos los colores del iris una linda crisálida.
   Feliz con su iridiscente pulular, voló entre varias y selectas flores que, como esperando esa vivaracha metamorfosis, se inclinaban para recibir el beso suave del nuevo ser.
   Al rato regresó junto a su adorado padre, que seguía derramando lágrimas, pero ya no de dolor y resignación, sino gotas de dulce rocío de satisfacción al haber hecho lo debido, y le habló así: “gracias padre por haber accedido a mi deseo. Por lo que he ido observando y tú me has enseñado desde que rompí el cascarón, realmente la Paloma de la Paz y el verdadero sentir de amor fluye dentro de los corazones de todos los hombres y no es necesario un símbolo externo para recordarlo, pues si algo no se pierde a través del tiempo y la distancia es un alma deseosa de paz”.
   “Dices bien hijo, finalizó la Paloma de la Paz, no buscaré a nadie que ocupe mi puesto. no moriré jamás, pues volaré más rápido que el viento y como invisible lengua de fuego apareceré en cada riña entre hermanos y quemaré cualquier estallido de odio, daré un suave empellón al alma de cada persona con ansia de pelea y me instalaré en su estómago y con suave voz le trasmitiré una de las palabras más pequeñas y más grandes del mundo, en silencio le diré: paz”.

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