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volandovengo

Los libros son caros

Los libros son caros

Los libros son caros. Es la frase que pronunció José Saramago al principiar su pregón en la XVI edición de la Feria del Libro de Granada (1999). Es una frase que me ronda la cabeza desde aquel entonces por su sencilla verdad, por su profundo dolor y por su cruda inmutabilidad.

El libro es caro entre otras cosas porque se grava con una gabela, como si fuera un objeto de lujo, de la que por ejemplo el material deportivo carece.

Cualquier lector que quiera estar al día, cualquier investigador, cualquier aficionado a la lectura debe hacer un desembolso importante en materia escrita. Quien tenga una biblioteca de más de cien libros o de quinientos o de mil posee un tesoro, pero más en inversión que en valor intrínseco. Digo que si se venden no recuperamos ni el veinte por ciento de su valor (y al peso, mucho menos).

Recuerdo que Saramago decía que España era uno de los países en que más se editaba y en la que menos libros se leían (no contrasté la verdad ni sé si sigue siendo cierta tal aseveración). Sea como sea, no creo que el precio de los libros determine el hábito lector de nuestras generaciones. La lectura comienza siendo quizás una obligación (o autodeterminismo) y termina siendo un placer rayano en el vicio.

(Natasha afirma que, junto al yoga y al amor, la lectura es la actividad que más le satisface.)

De todas formas, para leer no es imprescindible acumular libros (Monterroso advertía sobre los necios que basaban la sabiduría en esta posesión de libros, como si el intelecto tuviera mucho que ver con la osmosis). Basta visitar las bibliotecas y las casas de los amigos para pedir libros en préstamo o, si nos entra la fiebre materialista, siempre hay librerías de viejo que por un módico precio se pueden adquirir obras decisivas.

Hará un año que en una de estas librerías virtuales (o sea, por Internet) completé mi colección de Cunqueiro y algunos ejemplares más, posiblemente ya descatalogados.

También existe el boockcrossing que consiste en abandonar libros por las calles y quien los encuentre los lee o no y después los devuelve a ese mismo lugar o quizá en otro punto para que los encuentre otro fortuito lector. Hay ciudades, como Madrid, o localidades, como Maracena, donde han hecho la experiencia y ha funcionado.

Como aficionado no obstante tanto a la lectura como a la escritura pienso incluso que el libro no está pagado con su importe. Machado escribía que “Todo necio confunde valor y precio”. El trabajo de escribir una obra no está pagado. Entendedme. Le doy la razón al premio Nobel portugués de que los libros son caros, pero más caro es su parto.

Leo estos días la correspondencia que mantuvo Gustave Flaubert, con su amante, un amigo y su hermano durante los cuatro años largos que tardó en escribir Madame Bovary y, en esos tiempos (mitad del siglo XIX) no había más remedio que escribir y corregir a mano, con tinta y pluma y a la luz de las velas.

Concretamente, la carta enviada a Louise Colet, fechada el 25-26 de marzo de 1854, dice: Me da vueltas la cabeza y me arde la garganta de haber buscado, bregado, cavado, contorneado, tartamudeado y gritado, de cien mil maneras diferentes, una frase que por fin acaba de terminarse. Es buena, respondo de ello, ¡pero no ha salido sin esfuerzo!

4 comentarios

volandovengo -

Gracias, Susana, pero sólo son pensamientos sueltos que comparto.

Susana -

Mi admiración, gratitud y reconocimiento, Jorge

volandovengo -

Sí, pero son caros.

Alberto Granados -

Los libros son, ante todo, valiosos, que no es igual que caros.
Valen una cierta cantidad para pagar su largo parto, su publicidad, su margen de beneficios, su distribución, a los benditos libreros... pero valen mucho más por el placer que se expeirmenta a leerlos, por acercarse a unos personajes con los que sufres las vicisitudes de la trama, las emociones que los sacuden, los sufrimientos y goces que te convulsionan como lector.
Eso no tiene precio ni hay forma de pagarlo, si no es la admiración, la gratitud, el reconocimiento.

AG