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Brígida

Brígida

Esta mañana me he encontrado con Brígida, que asegura que su nombre es sueco, aunque en realidad proviene del gaélico Brighid o Bridgid, de la raíz celta brigh (fuerza). Brighid era el nombre de una diosa céltica (antiguamente la Diosa Blanca, la Triple Musa vivificadora), cuyo fuego sagrado perpetuo se mantuvo encendido en un monasterio de Kildare hasta la época de Enrique VII.

Brigit, Brighid o Bridgid era patrona de todas las artes y Apolo siguió su ejemplo. Era la diosa pagana protectora, según Graves, de los bardos kelticogaleses. Su padre era un rey de Leinster y su madre una esclava. Después de su conversión al cristianismo pasó a ser Santa Brígida de Irlanda.

Mario Polia escribe, en El misterio imperial del Grial (título con cacofonía preocupante): “Cuenta la leyenda de Santa Brígida que los grandes cisnes silvestres de las regiones del norte volaban hacia ella y bajaban al estanque congelado de Kildare para que la santa los acariciara”.

Sin embargo, su nombre, según la breve historia que me contó mi amiga, sí proviene de Suecia. De hecho, en este país frío, también hubo una santa Brígida, que fundó la orden católica que lleva su nombre y fue nombrada patrona de Europa; aquella que escuchara la Voz irrefutable diciendo: “el Infierno está vacío”.

Brígida tiene dos ies en su nombre. Cunqueiro, en su Balada de las damas del tiempo pasado, interpretando un bello poema de Rimbaud sobre las vocales, comenta que la i es necesaria; todo nombre de mujer ha de tener una i…

En el santoral irlandés, Brígida reza tanto hembra como varón. Se habla en algunas sagas de un santo monje llamado Brighid que recorría las colinas de su país advirtiendo a los pequeños ríos sobre el océano donde habrían de morir.

Cioran, en Breviario de podredumbre, dice que “hubo un tiempo en el que solamente pronunciar el nombre de una santa me llenaba de delicias, en el que envidiaba a los cronistas de los conventos, los íntimos de tantas histerias inefables, de tantas iluminaciones y de tantas palideces. Estimaba yo que ser secretario de una santa constituía la más alta carrera reservada a un mortal. E imaginar el papel de confesor junto a bienaventuradas ardientes y todos los detalles, todos los secretos que un Pedro de Alvastra nos ocultó sobre santa Brígida (...). Me daban el gusto sensual de otro mundo”.

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