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volandovengo

La ciudad de Ys

La ciudad de Ys

Llevo unos días oyendo las composiciones del bardo bretón Allan Styvell, pues su música me vino de inmediato a la cabeza mientras mantenía una conversación con mi hijo sobre lenguas muertas. No sólo el griego clásico y el latín, sino también el bactriano y el ulfiano. A él le interesó especialmente el indoeuropeo, decir primerizo del que provienen gran parte de las hablas desaparecidas que a la vez han desembocado en las lenguas actuales.

Recordé entonces que el músico celta, ayudado por el arpa, cantaba en inglés y francés, pero también en sanscrito.

Acudimos a él y comenzamos a recorrer sus composiciones y conciertos. Uno de sus temas, harto melancólico, está inspirado en una isla sumergida en el siglo V, en la armoricana ciudad de Ys, lo que me dio pie para compartir con Juan esta leyenda.

El anciano y viudo Gradlon, rey de Cornualles, hizo construir para su mimada hija Dahut la maravillosa ciudad de Ys, “donde reinaban la riqueza, la libertad y la alegría”. Ys (o Yss) era una isla situada por debajo del nivel del mar, cerca de la punta de Luguéné, en la que un dique protegía su puerto.

Hay varias versiones sobre su hundimiento pero todas coinciden que, como una Sodoma y Gomorra, fue porque creció el desenfreno y el descontrol. Una historia de piratería confabulada por dragones y los caprichos extremos de la princesa es la leyenda compartida con ni hijo, pero la copla más extendida fue que el castigo recibido aconteció por el habitual pecado de incesto (sobre todo entre padre e hija).

Yss, según nos recuerda Cunqueiro, desde que las aguas la cubrieron (asolagaron dice él), nunca fue vista, ni nadie pudo descender a ella, aunque sí fueron oídas alguna vez las campanas de sus iglesias, “lo que puede probarse con Debussy”  (La Catedral Sumergida, 1910).

Se oyen sus campanas, pero también se adivina sobre las aguas un breve reflejo de blanco y oro de la torre sumergida de alguno de sus siete castillos, y los ladridos difusos del alano del rey cuando las barcas pasan cerca de la puerta del palacio.

Umberto Eco, en La isla del día de antes, cuenta que tanto el rey de Yss como sus dignatarios vagaban por entre las torres y el gran puente de Crogh convertidos en peces, el monarca de mayor tamaño, observando de vez en vez, según Yves Le Bronder, “un reloj de sol, en el cual esperan ver la hora de la desecación, el castigo cumplido, en la que su ciudad y su reino, volviera al aire y la luz”.

Aprovechando esta leyenda, otro día hablaremos de otras ciudades sumergidas como la Atlántida platónica, la gallega Antioquia, la irlandesa Hy Brasil, la francesa Ile Verte y la portuguesa Ilha Verde; todas variantes de esta misma hagiografía.

 

7 comentarios

volandovengo -

Puedo intentar relacionarla, aunque no sé a qué te refieres exactamente.
Por cierto, le sobra una sílaba al último verso. Se podría quedar:
A mí me llaman el loco
porque siempre voy callao
llamarme poquito a poco
que soy loco de cuidado.

Dani -

Claro que tiene que ver, búscalo.

volandovengo -

Buena letrilla, Dani, aunque no tenga nada que ver con esta entrada...

Dani -

O
A mí me llaman el loco
porque siempre voy callao
llamarme poquito a poco
que soy un loco de cuidado

Dani -

Y tirititrantrantran.

volandovengo -

Es una forma, Carmen, de ordenar mis ideas, de darle salida a las compilaciones de curiosidades que se arraciman entre mis archivos.

Carmen K. -

Jorge Fernández Bustos, o la literatura mágica granadina.