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Constantes del Holandés

Constantes del Holandés

El Holandés Errante, (the flying dutchman, der fliegende Holländer o de vliegende Hollander, en inglés, alemán u holandés, respectivamente), es el capitán y no el barco que por antonomasia recibe el nombre de “buque fantasma”: un tres palos inmarcesible, pintado de negro, cruzado por luces amarillas o rojizas sobre cubierta.

La versión más antigua de esta leyenda afirma que deriva de la saga escandinava de Stote, un vikingo que robó un anillo a los dioses y cuyo esqueleto, cubierto con un manto de fuego, fue hallado después sentado en el palo mayor de una nave negra y fantasmal. Otros creen que la historia se originó con las aventuras de Bartolomeu Dias, navegante portugués que descubrió el cabo de Buena Esperanza en 1488 y cuyas proezas marítimas llegaron a parecer sobrehumanas, según la biografía que escribió sobre él Luis de Camóes.

Sea como sea, al igual que su barco, el capitán descalzo es inmortal, condenado a cruzar los siete mares hasta encontrar un amor verdadero, alguien capaz de dar sangre por sangre.

Quién se cruce con el Holandés Errante, hombre espigado y moreno, siempre joven, será presa de las mayores catástrofes y desgracias que se pudieran imaginar. Si se topa con su barco, sin ninguna razón, tomará un rumbo equivocado y su naufragio será irremediable. En ocasiones, cuentan, el Holandés Errante envía una carta, dando una cita al capitán de otro barco que, cuando la lee, su embarcación puede darse por perdida.

En caso de que entré en combate singular, raramente acaba con su enemigo, sino que deja su boca rasgada con hoja blanca, como eterna quemadura, señal inconfundible de su batida y, con amargura inextricable, se aleja con la única nota de color del pañuelo rojo anudado en la garganta y el destello apagado de un arete en su oreja izquierda.

A bordo del barco fantasma el vino se agria y la comida, que nunca falta, se transforma en judía y grano, aunque el Holandés está condenado a comer brasas y a beber vinagre. Siempre tiene sed, dirá Cunqueiro.

Sus ojos, profundos, de oscuro brillo, perdidos en lontananza o en el interior de su cuerpo de humo, enamoran incondicionalmente y parece que sufren con el irremediable abandono.

El capitán viaja solo, si acaso con un vigía antropomórfico de origen demoníaco. Hay quien dice en cambio que lo acompaña toda una tripulación fantasmal que lo mismo aparece que desaparece ante los ojos de quien los contempla. Se comenta a este respecto que el Capitán reunió una serie de marineros entre piratas y criminales que terminaron malditos como él.

El Holandés desembarca de cuando en cuando y da pie a algún soñador para componer su historia o alguna soñadora para suspirar continuo de puro enamorada.

* Corto Maltés de Hugo Pratt.

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