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La saga continúa

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Morente más Morente. La nueva generación flamenca de Granada

¿Por qué en Granada no se le ha hecho un homenaje a Enrique Morente como corresponde? ¿Por qué no existe ya un festival con su nombre? ¿Por qué no toman sus apellidos las calles y las plazas, los teatros y los encuentros?

Se me ocurren varias repuestas, aunque la razón definitiva va más allá de nuestras especulaciones.

En Granada tenemos miedo de nosotros mismos. Nuestra autocrítica es destructiva. El afán de exhaustividad hace morir hasta el intento. En Granada somos individuales. No nos unimos para crecer. Preferimos ser cabezas de ratón. Somos igualmente envidiosos y siempre vemos la paja en el ojo ajeno. Somos desconfiados. Ninguno queremos dar el primer paso.

Pero también, aterrizando en lo mundano. ¿No existe alguna suerte de desencuentro entre las instituciones granadinas y la familia Morente? ¿No hay rencillas entre los mismos flamencos que donde tú estés yo no? ¿No es verdad que hay quien se alegra con el olvido y el borrón para comenzar de nuevo las cuentas?

Ahora, sin embargo, el hijo de Enrique Morente trae un espectáculo al teatro Alhambra para su gente, para dejar testimonio, para estar entre amigos. Pertenece al ciclo Morente más Morente, que lleva algún tiempo dignificando la figura del maestro desde Madrid hacia el mundo, desde Madrid al cielo.

Es como un premio de consolación. Es la muestra de que con el corazón por delante sobra todo lo demás.

El teatro se llena de amigos y familiares, de allegados y aficionados. Ya no con dolor, sino con esa admiración de saber que se homenajea posiblemente al mayor genio que haya dado Granada en medio siglo.

Lo mejor de la noche, sin lugar a dudas, es Enrique Morente. Sus composiciones, su manera de entender el flamenco, su apertura de miras, su independencia creativa y su espíritu planean de principio a fin.

El subtítulo, sin embargo, La nueva generación flamenca de Granada, puede que fuera pretencioso, pero se comprende. En esta tierra, por suerte, hay multitud de jóvenes flamencos, de todas las disciplinas, dignos de alzar esa bandera.

José Enrique comienza solo, acompañándose de su guitarra, y la percusión de ’el Popo’, interpretando Autorretrato de Pablo de Málaga (2008). Continúa por Málaga, a las que se une la guitarra de Rubén Campos, con Montes de Málaga del mismo disco.

Asesinato es un poema de García Lorca en Poeta en Nueva York musicado y cantado por los hermanos de Lucía para el disco del mismo nombre (1986). Arropa en este tema la guitarra de Pepe Montoya ‘Montoyita’, quien sigue en el escenario para acompañar a su hermano Antonio Carbonell interpretando estremecedoramente El pequeño reloj, de León Felipe, en el disco homónimo, de 2003. Pareja que termina su presencia por seguiriyas.

La segunda parte fue más sorprendente y conseguida. Quizá este sea el camino que deba escoger este joven cantaor. Una orquesta ocupó el escenario, que no por ser de amigos desmerecía en calidad. Hasta tres guitarras, más una eléctrica (fabulosa), más un bajo; una batería y la percusión que ya estaba; y dos palmeros que, a los postres, llegaron a ser cuatro, formaron una grande. Quizá faltó un piano que armonizara de alguna manera las efusiones.

Esta agrupación comienza con los Tangos de la plaza, de Negra, si tú supieras (1992), para seguir con un apoteósico Aleluya de Omega (1996), donde Morente versionó el Hallelujah nº2 de Leonard Cohen. Sólo por este tema hubiera merecido la pena el concierto.

Unas ‘festeras’ seguiriyas preceden unas bulerías con un sabroso rap incorporado, de la mano de ’el Popo’, quien también se da una pataílla, mostrando así su versatilidad.

Termina la noche por tangos que comienzan con Aunque es de noche, un poema de san Juan de la Cruz, que abre el disco Cruz y Luna (1983) y terminan con el son, soniquete, son que Morente comienza a proponer en El pequeño reloj.

Después de los aplausos aún hay tiempo para una rueda de tonás, con la polifonía típica que le gustaba a Enrique.

* Foto de Antonio Conde©.

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