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El matrimonio (4)

El matrimonio (4)

Hay quien ha estado toda su vida emparejado y no conoce el amor. A veces, en una pareja, el amor es unilateral, como el goce, aunque puede que se goce sintiendo gozar a tu lado.

También entendemos que el amor es una delgada línea roja que, como el olvido se puede quebrar, por interferencia de un amor ajeno; por desinterés o hastío; o por desuso; o por su contra, como cantaban las niñas de Utrera en bellos endecasílabos por bulerías: Se nos rompió el amor de tanto usarlo.

El amor extramuros ha sido de corriente tráfico. El o la amante siempre ha estado presente. La querida, el pecado; la luz o las tinieblas; la deliciosa Madame Bovary o la triste Lady Chatterley.

Por otro lado, nuestro amigo puede convertirse en nuestro enemigo (durmiendo con...). El amor se convierte en odio (o en desprecio, como acertadamente califica Eduardo Punset a su antagónico).

Aguantamos, en el mejor de los casos, por simple cariño, por costumbre, por conveniencia, por comodidad o por terceros (familia, hijos). El matrimonio así se establece como un pacto de no agresión, como una guerra fría, en donde el muro, el telón de acero, son los hijos o las familias o la sociedad en general. El maridaje termina siendo una relación diplomática, un equilibro político. Aunque Groucho Marx decía: “La política no hace extraños compañeros de cama. El matrimonio sí”.

El problema puede que sea el día a día, la convivencia y el entorno. “El roce hace el cariño”, dicta nuestro refranero, pero también: “La confianza da asco”, o “Cuando la miseria entra por la puerta, el amor salta por la ventana. Nietzsche, en Humano, demasiado humano, reconoce: “Si los esposos no viviesen juntos, los buenos matrimonios serían más frecuentes”.

Sin embargo, se hace necesaria esa unión, ante el altar o ante los hombres, muchas veces por curiosidad o por necesidad, pero, las más, por amor (o por lo que tenemos por 'amor'). La necesidad del otro es, como bien, como posesión ‘imperdible’ es una cuestión vital. (Ahora, los Reyes de España, se han hecho reyes por lo civil.)

Hay escépticos que lo han probado y otros en teoría. Oscar Wilde dice: “Un hombre puede ser feliz con cualquier mujer, con tal de que no la ame”; y Nietzsche insiste (Más allá del bien y del mal): “También el concubinato ha sido corrompido por el matrimonio”.

Leon Tolstoi aconseja, en Ana Karenina, por medio de su personaje Serpujovskoy: “Es difícil amar a una mujer y hacer a la vez algo útil. Para ello hay un remedio: desviar el amor por ellas casándose. (…) Llevar un paquete en la mano y hacer algo a la vez no es posible, pero sí lo es si te lo echas a la espalda”.

El matrimonio Arnolfini, Jan van Eyck, 1434

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