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Los aires de Ángel Barrios

Los aires de Ángel Barrios

Festival de Música y Danza de Granada

Lola Greco en esencia 

El viento no sopla siempre a nuestro favor, y un estreno esperanzado se puede convertir en una obra dispar, en un puzzle en el que no encajan todas sus piezas. Porque la velada del miércoles, en el teatro Isabel la Católica, firmada por Lola Greco, puede que tuviera más de arena que de cal. Su carisma y su trayectoria sustentan una incondicional admiración a su persona que hasta los postres no se vio avalada.

En dos partes se divide la propuesta de la noche. La preciosa y el viento, es el estreno que en conmemoración del 50 aniversario de la muerte de Ángel Barrios, patrocina el Centro de Documentación Musical de Andalucía y el Patronato de la Alhambra y Generalife.

Fue en los años 20 cuando al alimón imaginaron este ballet Ángel Barrios y García Lorca a partir del personaje de La gitanilla de Cervantes. Federico compuso un poema, Preciosa y el aire, y Barrios le puso música a la delicada escena de una joven que huye del viento, del Céfiro, que le quiere levantar la falda, asociándose tácitamente a un mito clásico, a la sempiterna ninfa perseguida por Apolo o por el dios Pan o por el rijoso Zeus.

Ahora Lola Greco, por primera vez, ensaya una coreografía para la partitura de Ángel Barrios, creada por ella misma y por el coreógrafo Ricardo Cue. Un estreno absoluto, encargo del festival, que sin embargo hacía agua por sus costuras. Una voz en off, en grabación antigua, de difícil entendimiento, recita los versos del poeta granadino y Preciosa (Lola Greco) se columpia en la bamba feliz de su juventud. El piano, envolvente y cálido, lo mejor del estreno sin duda, percutido por José Luis de Miguel Ubago, reproduce con exactitud las notas e intenciones del compositor; limpio y exacto, sin notas falsas y con un buen uso de trémolos, trinos y cromatismos. También es de destacar su dominio en las intensidades (dinámicas) en los tempos (agónicas); aparte del buen empleo de los pedales.

La obra en sí, incardinada en la danza española estilizada, salvo momentos puntuales en la presentación de los personajes sobre todo, se vio enturbiada en parte por la parquedad desnuda del escenario, salvo el columpio ya citado, el desequilibrio en el nivel de los bailarines y en la simplicidad expositiva, e histriónica por otra parte, de la historia contada.

A Preciosa, como dijimos, la acosa el viento (Mariano Cruceta); para evitarlo, se refugia en casa del cónsul ingles (Sergio Bernal); y “los gitanos del agua (Pepa Sanz y José Merino) levantan por distraerse, glorietas de caracolas y ramas de pino verde”.

Después de un prolongado descanso, se plantea una segunda parte de individualidades deslavazadas en su conjunto. La bailarina madrileña, vestida acorde, danza unas acertadas Goyescas de Enrique Granados, dedicadas su madre, Lola de Ronda.

Sergio Bernal, miembro del Ballet Nacional de España, estrena Esplendor, una propuesta coreográfica personal, casi acrobática, basada en la música contemporánea de Coetus, planteando el primer desencaje.

La exquisita pieza Plegaria y nocturno fue la exposición del eficaz dueto Sanz y Merino que, con música de Diego Álvarez ‘el Negro’, constituyó el necesario resplandor que la noche necesitaba.

Lola Greco, con gracia, comienza a danzar el silencio antes de sumergirse en Córdoba de Isaac Albéniz, superponiendo enrarecidamente sus propios palillos a las castañuelas ya grabadas, que complementaban el piano por detrás. Y es que, sólo en la primera parte, con el piano de media cola, y la guitarra que vendría a continuación, toda la música era enlatada, lo que deslució considerablemente la función. La música en directo, salvo exigencias del guión, debería ser una cuestión exigible en un festival internacional de esta categoría.

Casi para terminar, como ya hemos apuntado, José Luis Montón interpreta a la guitarra Dualidad, una obra de su autoría cercana a la fiesta, bailada por Mariano Cruceta en un intento de bulerías. Cualquier eficiente bailaor granadino podría haber firmado ese corte con mayor efectividad. Sólo unos guiños de fantasía y desequilibrio, que en el mejor de los casos nos podría recordar a Joaquín Grilo, el conjunto de su obra estuvo cuajado de falso zapateado, realidad ausente y falta de compás.

Se cierra el espectáculo con El último encuentro, un agradecido paso a dos entre Lola Greco y Sergio Bernal, basado en la música de Alberto Iglesias y Vicente Amigo, que dignificó la noche y justificó, si fuera necesario, los deslices de sus protagonistas.

* Lola Greco bailando las Goyescas de Albéniz (Ahora Granada©).


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