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El latido del mundo

El latido del mundo

XX Aniversario Amigos OCG

Lo primero fue la percusión. Cuando Dios, al séptimo día, vio que todo lo que había hecho era bueno, oyó tambores.

No es difícil concebir a nuestros ‘primeros padres’, ya sea la edénica pareja hagiográfica o el resultado evolutivo celular, entrechocando las palmas o dos piedras o dos palos entre sí, marcando alguna constante rítmica, remedando el sonido del agua de lluvia que se filtraba por los entresijos de una cueva, la resaca de las olas del mar bravío, el bramido solapado de los animales en época de apareamiento, el trino de las diferentes aves o el mismo tan tan de sus corazones.

Los primeros instrumentos musicales —pues a estos compases ya se les puede llamar música—, aparte de la voz, son las partes percusivas de nuestro propio cuerpo, las manos y los muslos, el pecho y los pies. Aunque también se experimentan otros sonidos con el tronco hueco de un árbol o con los huesos pelados de algún rumiante.

El martes pasado, en el Teatro Alhambra, pudimos ver al dúo Mintaka, compuesto por Noelia Arco y Jaime Esteve, para celebrar el XX Aniversario de los Amigos de la Orquesta Ciudad de Granada, con su obra Orígenes.

Según programa, “Orígenes parte de la sencilla desnudez de las manos para hacer un recorrido trascendental, que se va sofisticando en el uso de maderas, pieles, semillas y metales”.

No es mi especialidad hablar de música clásica contemporánea, pero sí hablar de sensaciones, calidad y espectáculo. Y, en este caso, me alucinó la propuesta de elegancia, coordinación y muestra efectiva en cada una de sus propuestas.

En la primera entrega, los dos protagonistas actuaron sobre sendas mesas de madera amplificadas, de un metro cuadrado, más o menos —que, al preguntar, parece que se llama ‘cajón’—, donde percutían, al unísono o imbricadamente, logrando una suerte de mística hipnótica muy especial. La puesta en escena, sus movimientos lentos, sincrónicos, y sobre todo el juego de sombras sobre la tapa fue espectacular.

De ahí pasaron al sonido más convencional de los xilófonos, vibráfonos y marimbas, ya en conjunto ya individualmente.

Aunque, para mí, el momento más fascinante fue el solo de maracas que, a la manera brasileña, interpretó Noelia, con su poquito de coreografía, y sacándole un partido al par de semilleros francamente ilimitado.

Termina la noche con otra muestra en conjunto, donde ella maneja un juego de gong y él un conjunto de tambores, como si fuera una enorme batería en la que los metales están a un lado y las cajas al otro, al compás de una bengala.

Todo esto ilustrado con una escena cuidada, con velitas en el suelo, creando un arbitrario camino al más allá; con imágenes proyectadas en el fondo; y con “sonidos electrónicos que se adentran en el rito antropológico para acabar en una reflexión sobre el fuego, la tierra y la teoría del caos. Y una vez más volver a los Orígenes”.

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