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Septimio de Ilíberis

Nueva reseña

Nueva reseña

Reseña de Miguel Baquero para Literaturas

Espero no equivocarme, pero creo que fue el gran escritor barcelonés Juan Perucho, con su caballero bizantino Kosmas, que aparece citado en esta novela, el primer autor moderno en merodear literariamente por la Baja Edad Media. Por esos tiempos de concilios ecuménicos y cortes merovingias, años de palomas mensajeras, de alquimistas en sótanos, de mercados tablajeros, y, por qué no, de asombrosos artilugios mecánicos, como los que, con excepcional inventiva, Perucho introduce en sus narraciones.

Es en estos años —recién derrumbado el Imperio Romano, arrianos y católicos en conflicto, Bizancio al fondo del paisaje— que se desarrolla la primer novela de Jorge Fernández Bustos (Granada, 1962). Un texto donde, con la excusa del viaje del protagonista, Septimio —así llamado por ser el séptimo hijo de su padre— de Ilíberis a Toletum, se nos hace recorrer ese espacio entre dos mundos en que aún perviven los mitos y las leyendas romanas, así como los ecos de su antigua sabiduría, mezclados con la superstición bastante rudimentaria, esa que veía el diablo en todas partes, de la primitiva cristiandad, y con los primeros indicios de una estética caballeresca de princesas encantadas y dragones fabulosos. Un mundo donde la imaginación parece haberse desbordado, fluir en diversas maneas a la espera de alguien que la catalogue y la embotelle en su respectivo recipiente…pero entretanto, Septimio realiza su viaje escuchando —y viviendo— diversas aventuras increíbles, como, sin ir más lejos, levantarse un día de —quizás nunca mejor dicho— echar una cabezadita y hallarse sin ella, la cabeza, encima de los hombros, sino al lado, autónoma e independiente, y tener que cargar a partir de ese momento con su testa bajo el brazo, con la consiguiente incomodidad y embarazo de movimientos que ello supone…

A lo largo de su camino, irá viendo —y le irán contando— otras historias prodigiosas, pero con todos los visos de ser ciertas… y de las que el protagonista no duda, una vez tiene  ya su cabeza bajo el brazo. Prodigios tomados, ya se ha dicho, unas veces de la lejanísima, pero todavía palpitante, Antigüedad —autorizados por los latines de escritores célebres—, otras veces del imaginario popular —que avalan los santos recientes y otros padres de la Iglesia—, y a veces de la lejana Bizancio, o de la corte merovingia, de donde vienen con lujos orientales o con el creciente sabor de caballeros de la Mesa Redonda.

Prodigios como hombres-lobo, palabras que se convierten en piedras, personas que antes fueron marionetas, cabras que de un lado del río son blancos, del otro negras, y al pasar de una orilla a otra cambian de color, hermosas reinas visigóticas de casi dos metros de altura… Todo en este libro es un delicioso ejercicio de libérrima imaginación, un viaje maravilloso por un tiempo incierto en el que sentimos el aliento de las grandísimas fabulaciones del maestro Perucho, ya citado, y de eso otro escritor, no menos grandioso, que es Álvaro Cunqueiro. Casi nada. Los dos jugaron a novelar tiempos pretéritos con libertinaje, por qué no, con una imaginación fecundísima, hipnótica, bastante de la cual hay en esta novela de Fernández Bustos, muy digno seguidor. Incluso, como el gallego, echa mano de anacronismos sorpresivos, si bien en el caso del Fdez. Bustos estos anacronismos no se producen en el mundo novelesco, sino que los va espaciando por el texto el narrador, situado éste en una época indeterminada, lo cual quizás les reste algo de viveza. Como los escritores citados, incluye también al final una lista de personajes del libro donde, en ocasiones, aguarda la última pincelada.

Hay menciones asimismo a Borges, y su concepción literaria del universo, y uno entiende enseguida la cita, entre varias, de Teilhard de Chardin con que se abre el libro: «Sólo lo fantástico tiene probabilidad de ser verdadero».

Novela escrita con un estilo propio, inusual, extraño a veces pero de la belleza de una flor extraña; novela impregnada de humor, por supuesto, también de conocimiento del mundo antiguo; novela de apabullante imaginación que parece retomar la senda —que yo al menos creía perdida, más por dejadez de los escritores actuales que porque no ofrezcan buen camino— de los excelsos Perucho y Cunqueiro, y un tiempo en que se hacía novelas obras-de-arte literarias, Septimio de Iíberis es un libro que, sencillamente, me ha dejado admirado.

Nueva reseña de Septimio de Iliberis

Nueva reseña de Septimio de Iliberis

Reseña de Antonio Altrán en el Heraldo de Henares (28-02-15)

Al final del epílogo de este Septimio de Iliberis, justo bajo el « Vale» —si, en efecto, ese «vale» con que se despachaban los libros antiguamente—, consta un lugar y una fecha: «En Granada, corriendo el día 19 de marzo de 2013». En las páginas de crédito consta el año de edición: «octubre de 2014», es decir, más de un año después.

Ignoro las circunstancias exactas en que se produjo la edición de esta novela, pero no me cuesta mucho imaginar al autor recibiendo la negativa continua de las editoriales a las que enviase el manuscrito a lo largo de este periodo.

«Raro para una novela histórica» quizás fuese la palabra más usada a la hora de que se lo devolviesen; «no se lee de un tirón», que al parecer, esto del tirón, es el valor literario más usado hoy en día. Al final, el libro ha visto la luz en una editorial pequeña —y quizás a expensas, en todo o en parte, del autor.

Eso que se pierden las editoriales por las que pasara el manuscrito.

Porque Septimio de Iliberis no se lee de un tirón, en efecto, pero no porque la prosa sea densa y enmarañada, sino porque invita a detenerse innumerables veces; no es la prosa funcional a la que nos tienen acostumbradas las novelas históricas sino que es un estilo con legítimas, y no engoladas, aspiraciones de convertirse en sutil y de calidad, en un objeto precioso.

Pero no solo por su prosa —diferente e inusitada— es esta novela, lo dictamino ya, un libro más que recomendable, es sobre todo por la sorprendente imaginación que llena sus páginas, la desbordante alegría de sus fabulaciones, de sus invenciones, de sus golpes de efecto.   

Aquí va el principio, por ejemplo: estamos en la Baja Edad Media y el protagonista despierta un día sin su cabeza encima de los hombros —literalmente—; lo más seguro es que haya perdido su preciado apéndice (si es que apéndice no es el resto del cuerpo, pero esto ya excede al objeto de esta reseña), lo haya perdido, decía, al soñar con una bella dama.   

Sea como fuere, el caso es que a partir de ese momento se lanza a los caminos en busca de remedio… y por los caminos se encuentra con todo tipo de seres extraños, de aventuras prodigiosas, cuando no le cuentan leyendas extraordinarias.

Evidentemente, las primeras páginas en que el libro parece ser una novela histórica al uso ambientada en los primeros años de la España visigótica —recién convertido Recaredo e instaurado el catolicismo en nuestro país—, son solo un pórtico para introducirnos en un mundo irreal y maravilloso, donde todo es posible dentro de una época indeterminada en que corrían y se mezclaban los saberes clásicos con las supercherías cristianas, las primeras mitologías caballerescas y las noticias de la lejana Bizancio.

Un escenario que parece propicio para que vuele la imaginación, para que ocurran sucesos inexplicables —ahora que los concilios no han aposentado el mundo—, para que reine la fabulosa transgresión.

De esto trata Septimio de Iliberis: una deliciosa arboleda, relato de relatos, por la que pasearse, lentamente —olvídate, lector, de la lectura rápida hacia una pronta conclusión—, degustando los prodigios diversos, las invenciones, las quimeras, las «fantasmas», muchas de ellas de tal calidad que no desmerecen en absoluto de un Perucho o un Cunqueiro, esos magníficos escritores que, de haber nacido en otro país con más gusto literario que el nuestro, hoy serían de lectura en los institutos.

Por ello mismo, el que este Septimio de Iliberis haya tardado año y pico en ver la luz y al fin haya salido —me temo— de cualquier forma, solo demuestra que, hoy por hoy, existe un problema con las editoriales, que no pueden, o no quieren, o —sería horrible— no les conviene publicar literatura buena y de verdad para lectores con gusto.

¿Cómo lo llevas, querida Marilyn?

¿Cómo lo llevas, querida Marilyn?

Marilyn Monroe

Marilyn Monroe

Marilyn se ausentó de esta vida, o la quitaron de en medio, apenas dos meses después de que yo naciera, aunque ya, por suerte fabuladora, se había leído mi libro. No obstante, al tiempo, en la orilla de mi capacho escribió, con su letra redonda, ligeramente escorada hacia la izquierda, y tinta violácea: "Perdóname por haberme muerto sin haberte conocido".

¿Disney también?

¿Disney también?

Cine mudo

Cine mudo

Fahrenheit 451

Fahrenheit 451

Septimio de Ilíberis: voluntad de estilo

Septimio de Ilíberis: voluntad de estilo

Reseña de Jesús Cano en su Blog de Anillas (11 de enero de 2015)

He leído Septimio de Ilíberis con el placer de quien descubre un buen vino que ganará con los años. Como me dijo su autor, no es una obra fácil. No puede serlo porque es singular; y ello por muchas razones.

Todo es diferente en Septimio de Ilíberis. Para empezar, su propio argumento, con un protagonista al que se le cae la cabeza como por ensalmo, que emprende un viaje donde se topará con una serie de personajes no menos extraordinarios que él. Con tales licencias el autor recrea un ambiente netamente fantástico donde hasta las escenas más realistas parecen parte de un sueño. A esto último contribuyen no poco las considerables dosis de poesía que el autor inyecta a su obra desde que empieza a escribir. También resulta singular la elección de la época, el siglo VI, en plena debacle romana, con los inicios del dominio de los Visigodos. Se trata de un momento oscuro y son escasas las noticias que se tienen de él. No renuncia el autor a intentar una ambientación lo más eficaz posible, recreando una sociedad básicamente romana todavía, muy influenciada por la santería y las supersticiones paganas, pese a la progresiva implantación del cristianismo. Sin embargo, se equivoca quien vaya buscando una de esas novelas históricas en boga. 

La novela de Jorge Fernández Bustos es algo más que eso, demuestra una prodigiosa voluntad de estilo en pos de un mundo propio. Gracias a la influencia de muchos y diversos autores, que deben rodar en su calabaza como bolas de un bombo (Joan Perucho, Álvaro Cunqueiro, Italo Calvino, Umberto Eco, Cervantes, Machado, Virgilio….), el escritor ha cuajado un trabajo excelente pese a marcarse importantes exigencias. Como elegir el formato de novela bizantina, con tan mala fama; como imponerse un estilo que exige mucho al lector, con largas frases subordinadas obstruyendo a las principales, con enumeraciones (al estilo bizantino) ocupando una o más páginas, con continuas referencias a animales, sobre todo aves y a sus cualidades sobrenaturales, con la elección plenamente consciente de un estilo difícil pero suelto, libre, osado nunca  temeroso de ser rebelde. Esa nítida voluntad de estilo me hace adivinar que el autor debe haber disfrutado escribiendo su libro y eso siempre es bueno. Lo que no obsta para reconocer que no habrá sido fácil fraguar una novela de casi 400 páginas (si se incluye el índice de lugares y personajes).

Se podrían decir muchas más cosas de esta gran novela de Jorge Fernández Bustos, pero será mejor que sean nuevos lectores quienes descubran otras ocultas maravillas del país de Septimio de Ilíberis.

Septimio en Hislibris

Septimio en Hislibris

Crítica de Fuensanta Niñirola en Hislibris, libros de historia, libros con historia, publicado por Ariodante, el 9 de enero de 2015; y en la revista literaria Wadi-as (10 de enero de 2015)

Los amantes de la buena literatura disfrutarán leyendo este libro, porque en él confluyen diversas corrientes, muy relacionadas con la fantasía, la imaginación, la recreación histórica, el cuento, lo legendario y diversos niveles de mitología, tanto profana como religiosa. Narración pura, en la que las diversas historias se entrelazan, se cruzan, partiendo por diversos caminos, ora divergentes ora convergentes, donde los personajes, a cual más disparatado o inverosímil, se hacen creíbles porque el autor sabe crear la atmósfera adecuada para que la imaginación se dispare y admita que cualquier cosa puede ser real…o que existe una realidad literaria distinta de la cotidiana, y es justamente esa realidad la que nos hace soñar, transportando al lector por mundos variopintos, haciéndole vivir aventuras maravillosas, salir triunfante de lances terribles o conversar con seres con los que difícilmente habría imaginado fuera del sueño. 

¿Cómo calificar, pues, la obra? Este libro es, sencillamente, un largo cuento. El cuento es la más pura tradición de la literatura, la narración oral, homérica, los juglares medievales, esas historias que en el siglo XIX contaban Kipling, Barrie o incuso Lewis Carroll. Pero todos sabemos que los cuentos, además de entretener al oyente/lector, transmiten muchas otras cosas.

Concretemos, pues: por lo pronto, es una obra de ambientación histórica, pero de intención fantástica. Situada en el alto medioevo visigótico, una oscura época en la que aún dura la romanización, dándose una fuerte impregnación de la mitología clásica con el cristianismo primitivo, en sus versiones arriana y romana. Magia, religión y ciencia se entremezclan. Es la época de Leovigildo, Hermenegildo y Recaredo. Estos tres personajes son telón de fondo para situarnos en el escenario hispánico. De vez en cuando los personajes reciben noticias de los trágicos sucesos de la familia real.  Pero todo lo demás que ocurre, incluso algunas fugaces apariciones de San Isidoro escribiendo las Etimologías o en el Concilio de Toledo, son ficciones, o realidad tan manchada de ficción que lo mejor es olvidarse de la historia real y sumergirse en la narración de fantasía. Así pues, el resultado es una mezcla de libro de caballerías, cuento oriental o bizantino, narración-río, algo así como un road movie hispánico, con su pizca de picaresca, humor negro y escatológico, desfilando una larga lista de personajes, algunos incluso históricos, (si bien representados aquí con grandes licencias). Hay, sin embargo, uno central, aunque no es hasta avanzado el libro que le reconocemos con eje de la historia: Septimio, el séptimo hijo de Ursa y Prudencio, un pobre vinatero de la legendaria ciudad de Ilíberis (cercana a Granada). Antes de llegar a desarrollar propiamente su historia, conocemos a su familia, que es doble, porque Ursa también tiene hijos con el Marqués de Dosaguas, aunque esos hijos salen morenos y los otros, rubios. Y también conocemos a la cristalina Clara, que transmuta de humana en figura de cristal, según duerma o vele, al caballero bizantino Kosmas, al sabio Nicéforas, el patituerto Ramiro, de pierna telescópica, el hombre serpiente, la vieja hechicera Edelvira, las dos Antonias, Seisdedos, …y mejor será que el propio lector haga el recuento.

Septimio, joven enamorado de quien no debe, pierde –literalmente- la cabeza. Más que perderla, se le despega del cuello y ha de llevarla al brazo. Este “descabezado” inicia viaje buscando solución a su problema capital, y a lo largo del camino, que recorre la Hispania premedieval o tardorrománica, por la ruta de la Plata, va siendo testigo de todo tipo de prodigios, encontrando seres tan fantásticos con él mismo,  y recabando historias de toda índole imaginaria, así como leyendas y mitos clásicos, contados por unos y por otros. Leyendas que hacen conocer a otros decapitados famosos…En la segunda mitad del libro, un nuevo personaje, el fraile Serenus le acompañará, montado en un pollino al que considera humano como el asno de Apuleyo. Serenus y Septimio recorrerán media península hispánica buscando un destino que tampoco tienen del todo claro.

Salvo la parte de la estancia en Toledo/Toletum, donde la narración se remansa y detiene quizá en exceso, el resto es pura aventura. En mi opinión, la parte toledana es la menos amena, aunque tenga sus buenos momentos, como la descripción de los banquetes en la corte de Recaredo, servidos por mandriles amaestrados, por poner un ejemplo.   El conjunto, sin embargo, es una historia que traza un círculo imaginario, una serie de entretenidas, divertidas y extraordinarias historias, bien hilvanadas, bien construidas, con un lenguaje cuidadoso y respetuoso con la época, si bien en algunos momentos el narrador omnisciente y contemporáneo se permite el lujo de citar a autores -a modo de aparte- antiguos, modernos y contemporáneos. Con lo que no hace sino recordarnos que nos movemos en el mundo literario y que las referencias son, han de ser, literarias.bra entretener al oyente/lector, transmiten muchas otras cosas.

Es esta una novela muy elaborada, de lectura pausada, que proporciona al lector diversas opciones de lectura. Seguir la narración lineal, en superficie, en sus diversos recorridos, historias adyacentes, tangenciales, etc., lo cual de por sí ya es un entretenimiento y un placer; pero además, hay una lectura entre líneas que proporciona, al lector que consigue entrar en ello, una segunda lectura, más referencial, llena de alusiones, ironías, homenajes y recuerdos. Y no solo eso: muchos pasajes hacen detenerse al lector y reflexionar sobre la vida y las múltiples opciones, sobre el bien y el mal, sobre el pensamiento y la acción, siempre desde un punto de vista literario, aunque rozando lo metaliterario.  Abstenerse amantes de la lectura rápida y poco exigente.

El libro se divide en cuatro partes y un breve epílogo, tras lo cual se incluyen dos listados, de los lugares visitados (que aparecen con los nombres legendarios o antiguos) y de los personajes, aclarando cuales existieron y cuales son pura ficción.

Para orientar aún más al posible lector citaremos unos cuantos nombres de autores o corrientes literarias cuyas obras resuenan como un eco con esta lectura: de los clásicos, Apuleyo y Luciano de Samosata; del medioevo, los libros de caballerías; del siglo de oro español, la novela picaresca; la corriente del realismo mágico hispanoamericano; el fantástico Italo Calvino; el increíble Borges; los relatos de Kipling; y por no seguir, cerraría con Alvaro Cunqueiro, nuestro ínclito gallego universal, que veo muy reflejado en todas estas andanzas, transmutado en andaluz.

La lírica en Septimio

La lírica en Septimio

Mercedes Elorza (presentación de Septimio de Ilíberis, Madrid, 31 de octubre de 2014 – Granada 6 de noviembre de 2014)

Quisiera hablar de la vertiente poética que este narrador nos manifiesta en su libro, que conjunta de manera tan espléndida la prosa, con el cuento, con la novela histórica, con, en definitiva, la poesía en su más extenso sentido. En su cabeza hay todo un mundo trasladado de manera magistral al papel donde la magia entendida de forma amplia es lo que prima en todo su trazado y mantiene un centro romantizado en el cual gira la fantasía, no hay que olvidar que el personaje principal es un descabezado, un muchacho que pierde la cabeza por amor.

Lo primero que llama la atención en este libro es el exquisito lenguaje que maneja con una extraordinaria maestría donde la palabra es medida, escogida con gran gusto, así la metáfora juega un papel primordial en el curso de su relato, un ejemplo pudiera ser nada más empezar la narración la forma de referirse al azul de los ojos de Nicéforas, de esta forma dice el escritor sobre él:

 “El bizantino de índigo mirar” o “el viejo de ojos de mar” o refiriéndose a él “...que llevaba el Egeo en sus ojos”.

Nos encontramos con un texto amplio, totalmente armónico por su correlación, por su hilo conductor, por sus medidos capítulos, por sus personajes cuantiosos, hábil y sugerentemente explicados con anécdotas muy interesantes, con curiosidades que apetecen, en el anexo segundo, dramatis personae, es increíble disfrutar también de ese índice y también por los lugares citados que se detallan en el primero, con una intensidad suficiente para guardarlos en la memoria, pero no sólo por eso es armónico, está tremendamente armonizado por Jorge Fernández Bustos que se embarca en la odisea de hacernos más sensoriales uniendo, en una miscelánea muy atractiva, todo un mundo para ver, para observar vivamente, aromas históricos y paladares exquisitos, voces singulares, colores, sonidos íntimos y ruidos estentóreos y toda la piel trasladada a cada uno de los pasajes contenidos en tan mágico relato y eso produce una armonía deseada.

Así, los perfumes, los atuendos, los manjares (es un libro al que se le da mucha importancia a la comida de la época, a su preparación y a sus condimentos) los paisajes recorridos, los sonidos del alba y de la noche, las brisas, los personajes (de los que te llegas a enamorar), son entrañados de una manera natural, siempre mágica en el lector.

Disfrutar de su lectura es innegable e inexcusable, desde el nacimiento de Septimio, hasta su desenlace, es entrar de lleno y relajarte, preparar los sentidos para su invasión. Yo lo disfruté enormemente y eso que en su primera lectura no fue demasiado cómoda (múltiples fotocopias) pero el contenido no ha variado y fluye, os aseguro que fluye como si fuera un lenguaje nuestro o apropiado por el lector.

No puedo dejar de pasar el sutil erotismo del que dota algunos fragmentos, pinceladas de un Eros que adora los cuerpos, sólo la descripción de las lavanderas al comienzo del libro cuando el agua roza el agua por debajo de las enaguas alzadas, nos incita a esa llamada de atención, el sensual baile de la pequeña Viola o el encuentro de Septimio con la melusina, esta mujer serpiente dotada de magnífico físico para enamorar y que textualmente dice así:

“Levantando su cuerpo y asiendo la cabeza se aproximó al dintel donde una mano lo atrajo hacia afuera y en un santiamén ya se hallaba en otra cama con la dulce Filomela, que así se llamaba la chica rubia de poderosa pechuga, a horcajadas sobre su figura con el camisón arremangado a la cintura y la risa fácil en pleno vaivén”.

Y llego a la parte que a mí más me emociona y que me llamó poderosamente la atención: el lirismo del que su autor dota a la obra, proponiéndonos visiones y sugerencias de forma continua. Él nos manifiesta en dosis complacientes una poética preciosista que va desgajándose en los párrafos hasta alcanzar la máxima intensidad en la descripción de la hermosa reina Bada que, como dice su primer verso, “sugiere alejandrinos” y así se produce mediante esas catorce sílabas la traslación de toda la belleza de, esa diosa a ojos de todos, al lector, sólo mencionar que la reina con su risa hacía florecer las rosas:

Cuando Bada amanece sugiere alejandrinos. 
Es la reina ejemplar con que sueñan los cuentos.
De destacada altura, en época temprana,
sin llamar la atención por tal característica;
mejor proporcionada, en cambio, su figura;
suaves ojos etruscos; fina ceja elevada, 
de melada impresión a fresco mentolado;
largos rizos azules de tanto en tanto negros,
que lucía sin presa, inherente a las damas
de grandeza su cuna y libre condición.

La reina se mostraba tan pura y transparente,
que el Sol palidecía ante el rostro encendido.
Largo velo sedoso, hilvanado con oro,
cae sobre sus hombros, al modo bizantino,
que se impone en la corte, mas no sobre la cara,
como era la costumbre de las damas hispánicas.
En su mano brillaba de oro verde anillo
con dos rubíes pálidos y turbios incrustados.
Su cuello, terso y níveo, expone un medallón
como pavo real y cola desplegada
que rellena su esfera, emblema de princesas.

La señora lucía bajo capa de martas,
corpiño de cendal escotado en redondo
que mece olor sabeo de nardo entre sus pechos.
Los tres o cuatro pasos, que grácil la acercaban
al preso en la palestra, como de terciopelo,
mostraban elegancia sobre sus borceguíes
de colorido hortensia de ojal abotonados
y tacones dorados de trágica estatura
que alientan su esbeltez de por sí generosa.
En la mano portaba un espejito atento
de terciopelo púrpura con torneado puño,
adornado con plumas de reales pavones.

Todo en ella vencía cualquier sueño ideal.
Todo en ella rozaba la sublime elegancia.
Su imagen abrumaba de tanta perfección,
llegando a fulminar a los simples mortales
si acaso desprendía una amable sonrisa
de su rostro nevado de vivos ojos verdes.
Cada una de sus risas se transformaba en flor
en los blancos rosales de sus luengos jardines,
donde tiemblan tal vez cientos de mariposas.

Hamlet

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¿Qué regalar o no regalar para Reyes?

Cervantes

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Lectores de Septimio: Reivindicando la novela bizantina...

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Huida a Egipto

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Lectores de Septimio: ¿Que llevaron José y María para leer en su huida a Egipto?

¡Larga vida a Septimio de Ilíberis!

¡Larga vida a Septimio de Ilíberis!

Crítica de José Abad en el diario Granada Hoy, el 21 de diciembre de 2014

El escritor Jorge Fernández Bustos acaba de publicar la novela ’Septimio de Ilíberis’, una fábula de desbordante fantasía ambientada en la España del siglo VI

La idea de Septimio de Ilíberis (Editorial Círculo Rojo), una fábula harto curiosa sobre los quebraderos de cabeza que depara la pérdida de la susodicha, se le ocurrió a Jorge Fernández Bustos a raíz de un pequeña aportación a un bestiario, transformada luego en cuento y finalmente en una primera novela (nada primeriza) que el lector haría bien en no dejar escapar. El tal Septimio, como su nombre indica, es el séptimo vástago de Prudencio, vinatero de profesión, y Úrsula, herbolaria con fama de curandera, otrora concubina de don Julián, titular del marquesado de Dosaguas, sito en Ilíberis, un antiguo enclave de Roma, libre ya del yugo imperial, en el siglo VI de nuestra era. La novela nos arroja a un tiempo en torno al cual se va espesando, como el caldo en el caldero, la tiniebla medieval; un tiempo de sucesos admirables sin número, desde pollos decapitados que siguen piando y aleteando como si tal cosa hasta ciervos que mueren de pie y se quedan disecados sin necesidad de taxidermista, por no hablar de niñas que se vuelven de cristal mientras duermen o, sin ir más lejos, individuos como el bueno de Septimio que una mala mañana, al levantarse, se percata de que la cabeza no ha acompañado el cuerpo. 

Septimio de Ilíberis se inserta en una tradición de gran peso en la España de los siglos XVI y XVII, la novela bizantina -recuérdese la más famosa: Los trabajos de Persiles y Sigismunda de Don Miguel de Cervantes-, un molde genérico que Fernández Bustos abraza y adapta a su propia idiosincrasia. La novela bizantina solía girar en torno a los percances que sufrían unos jóvenes amantes antes de poder ser felices y comer perdices. En consecuencia, el autor siembra el camino de Septimio de mil y un obstáculos. (Y decir mil y uno es quedarse corto). El iliberitano abandona su ciudad en busca de fortuna, como tantos otros jóvenes de ayer y de hoy, y sólo encuentra desazón, como muchos de cuantos tienen que abandonar el terruño de buena gana o a la fuerza. El inesperado descuelgue de la cabeza es sólo uno de los muchos tropiezos que la desbocada imaginación del autor resuelve colocarle en su camino. Con la cabeza sobre los hombros, primero, y con ella bajo el brazo, después, Septimio conocerá lugares y gentes de variada suerte y condición, si bien una buena parte de la peripecia se desarrolla en compañía del fraile Serenus y en Toledo, estando el rey Recaredo en el trono, durante el Concilio en donde ha de abjurarse del arrianismo para así sentar los cimientos del catolicismo. El monje conforta a Septimio recordándole otros famosos casos de descabezamientos previos al suyo, mártires mayormente, aunque de mártir él tenga bien poco. Otros postulados típicos de la novela bizantina, como la visión moralizadora de la existencia y la exaltación del amor casto, Jorge Fernández Bustos se los pasa por el forrillo de los pantalones, y muy bien que hace. 

Septimio de Ilíberis es una obra abierta, bien surtida de percances, bien pertrechada de digresiones, con algo de torrencial, algo de frondoso y algo de acogedor. Es un trabajo escrito por el placer de escribir, y para el deleite del lector, que exuda esfuerzo y pasión por todos sus poros. Septimio de Ilíberis es una obra singular como singular es Jorge Fernández Bustos, un autor que no pertenece a ninguna cuadrilla, camarilla o capilla, que para malas compañías mejor ninguna. A pesar de ello, a pesar del carácter de lobo solitario del autor y a pesar de la condición de rara avis de su obra, ésta se inscribe en una tradición insigne y zigzagueante, guadianesca, que aparece y desaparece en nuestras letras descubriendo veneros tan venerables como los de Joan Perucho o Álvaro Cunqueiro, oportunamente reconocidos por el autor como inspiradores e instigadores de su fantasía. A Perucho, en cierto pasaje, le pide prestado al héroe protagonista de Las aventuras del caballero Kosmas(Premio Nacional de la Crítica en 1981). A Cunqueiro, en cambio, le arrebata unas palabras que coloca entre las citas inaugurales de la novela, a modo de declaración de principios: "El hombre necesita, como quien bebe agua, beber sueños". Quien se sienta acuciado por esta sed, será sobradamente saciado en este manantial.

‘Septimio de Ilíberis’, la historia de un caballero que pierde la cabeza por amor

Nota de prensa de CÍRCULO ROJO

El granadino Jorge Fernández Bustos nos abre una nueva ventana a la imaginación, “es un cuento largo, un cuento de cuentos. Destacaría todas esas historias paralelas y fantásticas, con más de ciento veinte personajes (algunos de ellos históricos), que hacen que la novela vaya creciendo”, nos comenta.

Jorge Fernández Bustos lleva escribiendo desde su juventud, pero ha sido ahora cuando ha dado el paso a la edición de su novela ‘Septimio de Ilíberis’ después de haber publicado cuento, ensayo y poesía. En esta obra nos traslada a un mundo fantástico lleno de historias disparatadas con tintes antiguos.

En cuanto a la forma, su autor explica “he adoptado un cierto lenguaje arcaico, sin llegar a ser clásico, rico en calificativos y guiños a escritores de todas las épocas. Tiene, por otra parte, bastante de poesía y referencias ensayísticas. Algunos sujetos de los que pueblan la obra tienen un modo determinado de comunicarse, como quien habla en tercetos encadenados, el que lo hace en orden alfabético o el que emplea una letra más pequeña”.

La trama de la obra gira en torno al personaje de Septimio que después de abandonar su casa en la ciudad prodigiosa de Ilíberis (Granada) para buscar fortuna, pierde su cabeza por amor y se ve obligado a llevarla debajo del brazo hasta hallar compostura. Con este fin, recorre la Península de sur a norte por la Vía de la Plata, en compañía de un monje y su burro, al que cree mozo encantado.

El escritor destaca que “está salpicada de magia pero dentro de un contexto histórico definido de verdadera tolerancia, donde conviven hispanorromanos, bizantinos, vándalos, visigodos y judíos. Podía adelantar algunos prodigios, que, aunque cueste asimilar, están basados en creencias clásicas o medievales, como pueden ser las sirenas y los centauros, los gigantes y los grifos, la niña de cristal y el hombre serpiente”.

‘Septimio de Ilíberis’ cuenta con más de un centenar de personajes fantásticos e históricos sacados de la cabeza del autor, “uno de mis autores de cabecera, Álvaro Cunqueiro, me ofreció el pulso narrativo y Joan Perucho me prestó el mundo mágico de finales del siglo sexto”, nos indica. Por ello, para que el lector no llegue a perderse ningún momento de la obra, Jorge Fernández Bustos incluye dos apéndices: uno de lugares y otro de personajes que no sólo nos ayudan a identificar el sitio o el individuo en cualquier momento, sino que complementan la novela aportando nuevos detalles que en ésta no aparecen.

Sin duda, ‘Septimio de Ilíberis’ nos hará pasar un buen rato gracias a la cantidad de personajes y aventuras que viven en él. 

Septimio de Ilíberis (Lejos de Itaca)

Septimio de Ilíberis (Lejos de Itaca)

Crítica de José Vicente Pascual en su blog Lejos de Ítaca (20 de noviembre de 2014), aparecida también en la web literaria El placer de la lectura (26 de diciembre de 2014)

Hay autores que escriben para la clientela de las grandes superficies comerciales y otros que lo hacen pensando en los lectores. Hay novelistas obsesionados con las tendencias eventuales del mercado y otros que se esmeran por entender los universales de la literatura. Hay quien redacta cientos de folios para demostrar lo mucho que sabe y hay otros (una minoría), que acude a la tradición literaria para aprender de los grandes maestros e intentar, con humilde diligencia, seguir la huella de quienes hicieron del arte de la novela un hecho cultural imperecedero, no una moda que se mantiene unos meses y pasa al olvido sin dejar más rastro que algunos movimientos en la cuenta de resultados de cualquier editorial. O sea y en resumen: hay que se toma este oficio en serio, como una dedicación creativa de primer nivel, y los hay que aspiran (porque su ambición no da para más), a cierto modo de vida (“ser escritor”) atractivo, glamouroso y un poquitín hortera.

Jorge Fernández Bustos pertenece a esa raza de novelistas que no se conforma con la perspectiva zascandil y casi siempre frustrante de “vender”, los que no conciben la literatura y la narrativa desraizadas de nuestro (inmenso) legado cultural, ajena al magisterio de aquellos autores decisivos que a lo largo de muchos siglos edificaron el fabuloso artificio de la literatura en lengua española. No me estoy poniendo estupendo, ni me apetece esta mañana un atracón de prosopopeya: simplemente escribo lo que pienso sobre este asunto. Si un novelista, a la hora de ponerse ante el teclado (esa antigua y obsoleta “hoja en blanco” que nadie utiliza hoy día, a excepción de Javier García Sánchez, otro de los grandes), no tiene bien presente que antes de que él empezara a juntar letras hubo maestros que escribieron La CelestinaEl Lazarillo,Tirant lo Blanch o las aventuras del caballero manchego y su escudero rechoncho, en tal caso, temamos por la suerte del empeño. Si no acudimos a los autores contemporáneos que han dado prestigio a nuestras letras en el universo mundo, desde Carpentier a Vargas Llosa, de Cunqueiro a Perucho, Josep Pla, José Donoso, Espinosa, Ríos, Wiesenthal, Ferlosio, Fernández Florez... Puede que consigamos algo meritorio, no lo niego; pero el brillo genuino, auténtico, de la narrativa como arte mayor de la literatura, quedará sepultado en el bullicio triste de miles de títulos que reclaman la misma atención con argumentos menesterosos y que sugieren, en todo caso, misericordia.

Jorge, ya lo dije antes, no es de esos. Y lo ha demostrado con más que sobrada pericia con su espectacular Septimio de Ilíberis, desde mi punto de vista una obra magistral. Ejemplar. Impecable tanto por lo que expone y por el riesgo asumido al transitar los ámbitos, digamos, superiores de la novela; por cómo se desarrolla el argumento, la inusual potencia del estilo y, sobre todo, por lo que denota: un afán admirable por nutrir su obra con todo el bagaje, extraordinario, que fueron aportando los maestros de lo real maravilloso. Aclaro enseguida que no estamos hablando de una novela debitaria del realismo mágico suramericano, escuela que cuenta con iniciadores del portento (Carpentier, Miguel Ángel Asturias), aventajados epígonos (García Márquez, Mujica Láinez, Uslar Pietri), y epígonos de epígonos que no me apetece citar porque terceras partes casi nunca fueron buenas. No es ese el camino de Septimio de Ilíberis. Su autor, un escritor que hasta ahora se había ceñido al relato, las colaboraciones en publicaciones periódicas y la crónica bloguera de su otra gran pasión, el flamenco, elige con una elegancia y aptitud encomiables la senda de la imaginación, la fantasía, la historia, la erudición, la forja del lenguaje y el arte de narrar avivado por el genio inspirador que todo lo convierte en materia novelable, verosímil (“En literatura, es real todo lo que puede nombrarse”, afirmaba Torrente Ballester). Es la aventura, el drama de la vida cuando la misma vida reclama el privilegio y el derecho a ver dos palmos más allá de las narices, dos pasos más allá de la, a menudo, anodina, gris, tediosa realidad seca como una noria seca, a la que por más vueltas que dé el asno enjaezado a la percha sólo conseguirá sacar más tierra y nada de agua.

Durante cinco años residí en Sevilla, y por motivos familiares viajé a León en incontables ocasiones, recorriendo la Ruta de la Plata de un extremo a otro, conozco ese camino más de lo que me habría apetecido (el viaje era largo, la autovía estaba en obras... En fin). Septimio de Ilíberis hace la misma senda en condiciones un poco más incómodas, descabezado, en compañía, primero, de una dama muerta que no está muerta de verdad porque no existe, y después haciendo comandita viajera con el monje Serenus y su asno Lucio, quien al parecer es en realidad un caballero encantado, movedor de orejas como argucia para asentir cada vez que le recitan sentencias latinas. En un momento de la narración, la dama muerta que no está muerta, sólo mal ahorcada porque no se puede ajusticiar cabalmente por delito de sodomía a quien no existe y, además, es mujer, el prudentino Septimio, con la cabeza sujeta bajo el hombro, y un juvenil personaje que por allí pasa, debaten sobre la posibilidad de capturar la luna y encerrarla en un sombrero de fieltro negro, tal como afirma haber conseguido este efímero personaje. No queda claro si el prodigio llegó o no a consumarse, pero el caso es que esa noche la luna no comparece. Esto es literatura. No digo (porque no puedo decirlo), que sea toda la literatura, ni lo más aconsejable siquiera del hacer literario (bien difícil se presenta el empeño a quien lo intente); pero es literatura de un calado y unas poderosas reminiscencias que, de inmediato, nos remiten a la tradición heterodoxa, céltico-normanda medieval, y al magisterio y sabiduría de autores como Álvaro Cunqueiro, Joan Perucho e Italo Calvino, entre otros.

También advierto algún eco delicioso de otro gran fantaseante, el polaco Sapkowski. La madeja dorada de la creación libérrima compone un argumento “de familia” en las literaturas eslava occidental, escandinava, islandesa, anglo-germana, galaico-portuguesa y, por supuesto, grecolatina. Difícil es la opción de Jorge Fernández Bustos, en efecto, pero tan apasionante y de una tan exquisita manera alcanzada que todos los lectores amantes de la ficción, la historia compuesta según la bella metodología de lo poético y lo erudito (tan esencial, tan poco útil como todo lo que es bello), la potestad de la imaginación, el poder evocador de la fantasía y, sobre todo, la demoledora, hipnótica eficacia supra-consciente de los mitos arcanos que subyacen en la conciencia ancestral de nuestra civilización, van a agradecer mucho esta novela. Hacía mucho que no gozaba tanto una lectura. Inténtenlo, por favor.

Todavía soportamos, de alguna manera, la unión de Iglesia y Estado

Todavía soportamos, de alguna manera, la unión de Iglesia y Estado

Encuesta para el diario Granada Hoy (6-11-14), por Gonzalo Cappa

El autor granadino presenta esta noche en la sala La Expositiva (22 horas) su novela ‘Septimio de Ilíberis’ 

-¿Cómo era la ciudad de Granada, Ilíberis, en época visigoda? ¿Cómo se ha imaginado y cómo plasma la vida diaria?

- Ilíberis era un pequeño núcleo de población a orillas del río Darro que tenía cierta importancia pues tenía ceca propia y mantenía una estructura eclesiástica. Cerca de la ciudad se encontraban también un gran número de villas. Al ser la novela bastante fantástica, aunque situada en un periodo muy determinado y en lugares conocidos, la vida que imagino es igualmente fabulosa, aunque salpicada de realidades, como es el arrendamiento de las tierras por los señores principales, la vida entorno a los dos ríos o el funcionamiento de las termas.

-¿Cómo es el viaje que emprende el protagonista recorriendo Hispania de norte a sur? ¿Qué se encuentra a nivel material y emocional?

- Septimio, a la edad de catorce años, abandona su casa para buscar fortuna. En sus primeras andadas pierde la cabeza y se ve obligado a llevarla debajo del brazo, hallando así un sentido a su deambular. A saber, encontrar compuesto para su figura y de paso un amor, que quizá sea la causa de su descabezamiento. El descabezado llega a Mérida por la Vía de la Plata, donde conocerá la amistad incondicional de un monje y su burro, al que cree mozo encantado, como el Asno de Oro de Apuleyo. Con el fraile participará en el III Concilio de Toledo. Después, reemprenderán su búsqueda hasta Astorga.

En la novela hay unos ciento veinte personajes, entre reales y ficticios. Todos tienen sus características y su razón de ser, interactuando poderosamente con el descabezado y sus tribulaciones.

-Centra la trama en el III Concilio Toledano, donde Recaredo abjuró del arrianismo y se convirtió al catolicismo. ¿Por qué esta conversión? ¿Qué razones ofrece en la novela?

- En este aspecto, como en casi todos los detalles históricos, no me invento nada. Sigo manuales de historia y escritos de la época. Igualmente he consultado las actas del Concilio y las Etimologías de san Isidoro. En dicho Sínodo, como dices, se renunció a la religión arriana a favor de la católica simplemente para lograr la unidad de España. De camino supuso el paso definitivo que unió Iglesia y Estado. Extremo que, en cierta manera, aún soportamos en la actualidad (aunque solapadamente).

-De alguna manera, con esta conversión, ¿este es el momento en el que nace esta España que defiende Aznar que fue derrotada por los extranjeros árabes en el 711?

- Pienso que no tiene nada que ver la España de aquella época con la de ahora. Pese a quien le pese, hoy somos la gloriosa descendencia de todas las civilizaciones que se han asentado en la piel de toro. Precisamente, con los árabes, la Península adquirió un avance que antes no tenía. Se puede decir que entramos de lleno en la Edad Media y fuimos emporio cultural admirado por todas las naciones. Nuestro poso andalusí es innegable.

-¿Por qué la novela histórica ambientada en época visigoda es la hermana pobre en comparación con las ambientadas durante la época musulmana?

- Es verdad que hay mayor número de novela histórica a partir de los árabes. La razón estriba en que anterior a ellos hay poca documentación y la que hay es sesgada e hipotética, más cercana a la arqueología que a la historia en sí. De todas formas, para la recreación que propongo, me ha venido muy bien esta carencia, pues he podido fabular con holgura. La novela participa de un pasado hispanorromano, que todavía no se ha ido, y de un porvenir visigodo que no ha terminado de definirse. Por otra parte hay bizantinos en el sur y alanos en el norte, algún vándalo que otro y algunas comunidades de judíos. Con este caldo de cultivo, no tenía necesidad de asomarme si quiera a la media luna.

¿Ha tenido que volver a aprender la temida lista de reyes godos?

- Nunca llegué a aprendérmelos. Ni siquiera ahora. Tengo la idea general y cientos de esquemas. Me he centrado simplemente en los reyes que tienen cierto protagonismo en la novela, que son Leovigildo, Hermenegildo, Recaredo, Liuva y Viterico.

-“Volvía grupas a septentrión y se dejaba empopar”. De vez en cuando hay que echar mano al diccionario para leer su novela. ¿Quería ponérselo difícil al lector o simplemente ha buscado darle más verosimilitud al cronista?

- Empleo un lenguaje arcaico, sin llegar a ser castellano antiguo, cercano al que empleaba Álvaro Cunqueiro, quien me ha aportado el pulso narrativo. A veces, lo reconozco, es rebuscado y erudito, pero nada incomprensible. Cualquier palabra o giro se entiende perfectamente en el contexto. Destacaría, más que nada, la inclinación lírica de toda la obra. Es sonora y rica en calificativos.

Por otro lado, Septimio de Ilíberis, puede parecer un cuento grande o un cuento de cuentos en su forma. Es el lenguaje lo que hace traspasar este concepto hacia algo más real que entronca con la novela gótica y el viaje de aventuras, como puede ser el mismo Quijote.

-Nace Septimio y el padre lo coge en brazos para ver si es hijo suyo o del marqués de Dosaguas. Una forma sutil de introducir el derecho de pernada en la novela...

- Más que sutil es evidente. El señor de las tierras tenía poder sobre sus vasallos, tanto sexuales como de vida y muerte.