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El Sacromonte palpita en el Zaidín

Si atendemos al flamenco, uno de los espectáculos más interesantes, no sólo del FEX sino de todo el Festival de Música y Danza de Granada y sus actividades paralelas, ha sido sin duda esta “Zambra Sacromontana de Curro Albayzín”. Interesante y enriquecedor por su autenticidad, por su sabor, por su valor testimonial… La zambra, el flamenco en general, se debería estudiar en las escuelas. Es parte de nuestra vida, de nuestra identidad, de nuestra cultura. Lo que vimos la noche del martes en el Zaidín es un trocito de esencia arrancado a la historia, acertadamente traído por el FEX para que pudiéramos apreciarlo unos pocos de afortunados, poco más de doscientas personas que conseguimos la entrada, gratuita hasta completar aforo, en la puerta del teatro. Las puertas se cerraron con los elegidos dentro y otras cien personas con las ganas en el exterior protestaban sin mucha convicción, clamando que les dejaran pasar, aunque sea de pie, aunque fuera sentados en los escalones. Se preguntaban, nos preguntamos, y cuando acabó la función mucho más, por qué no se repite esta actuación varios días como otras ofertas del Festivalextensión, por qué no se programa en un escenario de más capacidad, por qué no da el salto al Festival oficial en vez del flamenqueo descafeinado que hemos visto hasta el momento. Debemos vindicar nuestras raíces, debemos buscar la esencia, debemos exigir que nos ofrezcan verdad. Y la Zambra Sacromontana es una gran verdad. A mí me consta, a todos nos consta.

Curro Albayzín, como demiurgo, como padre espiritual de la tradición sacromontana, arranca a un puñado de artistas de las cuevas de Valparaíso y los pone a hacer lo que siempre han hecho. No hay trampa ni cartón. En la medida de lo posible, así se nos dijo, se iban a rescatar los bailes y cantes autóctonos de los gitanos en Granada desde hace un par de siglos. El único elemento perturbador era el sonido que encima era defectuoso. Micrófonos fallaban o se acoplaban, unos músicos sonaban más que otros… Sin megafonía, aunque tuviéramos que haber aguzado el oído, el resultado habría brillado aún más.

En la zambra se representan los bailes y cantes típicos que los gitanos granadinos efectúan tradicionalmente en el rito de la boda. Por lo tanto, es un concierto festero y alegre, en el que no paramos de reír hasta que Angustias Ruiz “La Mona” bailó por soleá y se nos saltaron las lágrimas. De esta forma, por orden, pudimos contemplar la alboreá; los tangos de la flor o de falseta; la cachucha o el perdón de la novia, interpretados por Loles del cerro, una gitana de 80 años cargada de gracia y maestría; la presentación de los novios, tangos bailados por Raimundo Heredia y Angustias; el fandango del albayzín, verdadero estandarte del cante granadino; el petaco, en peligro de extinción, bailado magistralmente por Curro, a falta de mujer mayor que lo hiciera; la soleá de Arcas, antes aludida, emotiva y sabrosa; los tangos del cerro; una muestra por seguiriyas y alegrías presentadas por tres generaciones, el abuelo Raimundo, la madre Rafaela y la nieta Alba que, con sólo once años, rompe moldes bailando las cantiñas; y, para terminar, la mosca, un baile tan picante y atrevido como simpático y garboso. Como fin de fiestas, un poquito por tangos, como debe acabar y empezar la noche flamenca en Granada.

El público, cómplice de los artistas, jaleaba con ellos, hacía compás y aplaudía hasta deshacerse tras cada una de las doce propuestas que, sin embargo, parecieron pocas.

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