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volandovengo

Demasiado corazón

Demasiado corazón

Flamenco viene del Sur

Dos obras de gran altura vertebraron el recital de Manolo Sanlúcar. En primer lugar, brilló “Locura de brisa y trino”, el trabajo que grabó en el año 2000 con Carmen Linares, que viene a ser un diálogo con Federico García Lorca, un homenaje de un artista a otro artista, y la suma de sus talentos.

En segundo lugar, lo que le da nombre al concierto, “El alma compartida”, un proyecto, inédito aún (aunque ya publicó un libro de memorias con ese mismo título), que se refiere a la posible comunión del mismo autor y su padre, de la tradición y del futuro y, en palabras del guitarrista, del “tallo y la paloma”.

Pero antes de levantar estas dos columnas, el maestro de Sanlúcar, puso un gran basamento con dos piezas de su disco “Tauromagia” (1988), una visión particular de la lidia. De este trabajo conceptual y de gran equilibrio, interpretó “Maestranza” y las bulerías “Tercio de varas”.

Le acompañaba como segunda guitarra el joven granadino David Carmona, “mi único discípulo”, “éste es el futuro”, “será el referente”, el maestro se deshacía en elogios.

Manolo quiso erigir un templo, y así lo hizo. Sin hacer proselitismo, poco a poco, todos los espectadores (léase admiradores) fuimos traspasando el umbral y comulgando incondicionalmente con el credo que proponía. “Ya no me interesa divertir a nadie”, dijo el artista en un momento de su actuación.

El primer fuste se llamaba Federico y vino en forma de carta de amor con tiempos de garrotín, era la “Carta a Doña Rosita”. Al cante, el eco flamenco, la cadencia, la voz jerezana de Carmen Grilo. A continuación “El poeta pide a su amor que le escriba”, el toque por levante de “Gacela del amor desesperado”, y la soleá “Normas” con ritmo de tango de vez en vez.

El hombre es más espíritu que hombre. Y el espíritu se siente como en su casa, con sus amigos, sueña en voz alta, se desnuda, se confiesa. Cuando coge la guitarra nos da una lección de arte, de sensibilidad. Cuando suelta la guitarra nos da una lección de sabiduría, de reposo madurado.

Manolo lleva en su cuadro una caja, el percusionista Poti, tan sólo de fondo, como el murmullo que deja constancia de que algo late. Tan sólo testimonial. Es un apoyo logístico que alguna vez tuvo que calmar. Termina este primer bloque lorquiano con “Campo”, unas seguiriyas con aires gaditanos o, para ser más exactos, unas cabales de los puertos.

El segundo contrafuerte de la velada, su verdadera alma compartida, fueron unos temas inspirados en dos cuadros del pintor andaluz Baldomero Romero Ressendi. “La Piedad” es una soleá desgarrada, con ritmos puntuales de seguiriya, para acentuar el dramatismo del hijo desaparecido. Tras este momento de dolor, vuelve la compostura con el alegre soniquete por tangos de “La danza de los pavos”, con lo que termina su propuesta.

Como bis, antes de abandonar el escenario, retoma “Locura de brisa y trino” con la alegre rumba “Son de negros en Cuba”, no sin antes haberle dado la alternativa a David Carmona al pedirle para todos los presentes que expusiera un fragmento de sus extraordinarias tarantas. Una noche sencillamente gloriosa.

2 comentarios

volandovengo -

Sí, el guitarrista es el que te comenté. Llegará muy lejos.
El concierto fue estupendo, como doy a entender en mi crónica.
Me alegra verte de nuevo por aquí, María.

María -

Que lastima que tenia planes para el lunes por la noche, por lo que ha dicho, creo que fue increible...
Ahora me recuerdo, era ese el muchacho de aquí que tu siempres me hablava? Era él no?