El cantaor redondo
Festival de Alhama
Un millar de personas, ciento arriba, ciento abajo, disfrutamos en Alhama del cante de Miguel Poveda. Pues de un concierto de este cantaor catalán sólo se puede disfrutar. Es el cantaor redondo, es el artista justo. Siempre está en su sitio. Bien afinado, con facultades sobradas, conocimiento y respeto, una voz que pellizca y mucho paladar.
Fue presentado por el todo terreno de Curro Albayzín, que recitó un poema antes de leer el exagerado currículum del artista. Un comienzo frío y la ausencia de una guitarra, hizo que resultara algo desangelado. Pero sus tablas y su prestancia siempre llegan a buen puerto.
Poveda comenzó con el pregón El uvero, que cierra su trabajo de 2001 Zaguán, con una nota en el aire, a la manera de Morente, posicionándose en la plaza, como diciendo que cualquier cosa que hiciera la convertiría en oro.
Por cantiñas y bulerías presentó a su cuadro. Jesús Guerrero no es Chicuelo, pero su guitarra sonaba limpia y correcta. A la percusión Paquito González. Y, desde Jerez, Carlos Grilo y Luis Cantarote a las palmas.
Con una malagueña de Chacón (Que te quise y que te quiero) comienza sus cantes de Málaga, que completa con una rondeña clásica (A esa liebre no tirarle) y un fandango de La Peñaranda (Ni quien se acuerde de mí). Quizá se advierte un conato de respiración desestructurada al final de su entrega. (Bien por las falsetas de Jesús.)
Lo mejor de la noche viene en forma de soleá apolá, hermanando a Antonio Mairena y Pepe Marchena, dignificando sus dos maneras de entender el cante. Alterna sus letras sin dificultad. Cambia de registro como el que cambia de sombrero. Es realmente notable cuando, pasando a Marchena, imposta la voz y su falseta raza la flauta.
A partir de ese momento nos acomodamos en el cielo y cualquier cosa sería bienvenida. Como las tonás que introducen la seguiriya con solo compás. O La ciega, una copla de Quintero, León y Quiroga, por bulerías. Para pasar a unos sabrosos tangos de Triana o unos fandangos con generoso alarde de guitarra.
Es el momento que empieza a interactuar con el público y acepta peticiones. Así, casi a capela, entona Carcelero de Caracol (pero afinado); Torre de Arena, el tema que le abrió a Marifé de Triana las puertas del éxito, compuesta por los maestros de Lladré, Gordillo y Sarmiento; La niña de fuego, volviendo a la zambra caracolera; o Tres puñales, ese pedazo de poema de Rafael de León por bulerías que, en la voz de Poveda, estremece.
Con unas originales bulerías acaba el concierto. A su mitad altera el ritmo y comienza a meter copla, martinete, seguiriyas o tarantos en el mismo cante.
Antes de irse hace subir al escenario al admirado Curro, que le regala en un alfiler una Granada de plata, que la lleva guardando al menos un año para un encuentro como éste. El cantaor, en homenaje, le canta unos tangos del Camino, que el sacromontano baila con conocimiento y sal. El guitarrista no sabe seguirlos.
Como bises, después de casi dos horas de concierto, el cantaor como una rosa aún propone las “coplerías” que anticipara en Tierra de calma (2006), más conseguidas, si cabe; y Alfileres de colores de ese mismo disco, esas bulerías que le prestara Diego Carrasco y que se han convertido en todo un himno en los recitales de Miguel.
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