La alabanza propia envilece
La alabanza es el más dulce de los sonidos (Jenofonte, 430-355 a.C.)
“La alabanza propia envilece”, se dice en el capítulo XVI de la primera parte de Don Quijote de la Mancha, lo que me recuerda los muchos viles con que nos cruzamos a diario. El ego nunca estuvo tan sobreestimado. La vanidad, el hedonismo, la falta de humildad en suma, campa como el grana en un campo de amapolas.
El mundo va cambiando hacia la individualidad. La noción de autoría nació prácticamente en un tiempo no muy lejano. La firma escaseaba. El anonimato planeaba sobre el arte y, cuando Dios descansó, los hombres comenzaron a crear por su cuenta y riesgo.
Nos manifestamos pronto con nuestro nombre, con nuestro apellido, con nuestra rúbrica. A veces para ser reconocidos, a veces para dejar un rastro. De la humildad del artista por vocación (el arte llega al hombre y no al revés), pasamos al artista de carnet. Del artista reconocido pasamos al artista autroproclamado. Del bohemio sin solución pasamos al postmoderno de escaparate.
Internet nació siendo una ventana para mirar. Ahora es una ventana para que sobre todo te miren y te aplaudan. “Quien se mueve no sale en la foto”, dijo alguien. Quien no tenga perfil de facebook y lo alimente todos los días, con algunos cientos de seguidores, no existe. Nunca la hipocresía ha estado tan al alcance de la mano. No somos nosotros, sino la imagen que de nosotros queremos crear. Y, como todos estamos unidos a la rueda, nadie desmiente públicamente a nadie; nadie denuncia que ése, por ejemplo, mide dos centímetros menos de lo que dice. Me gusta éste porque mañana le voy a gustar yo. Es una ‘pesadilla’ que se muerde la cola, es El discreto encanto de la burguesía de Buñuel.
Cada vez nos miramos más el ombligo. Somos exhibicionistas de las propias flores que inmerecidamente nos echamos. Y todos tenemos consciencia y estamos comprometidos y somos carismáticos y profundos y divertidos y bellos y únicos en nuestra especie, que también es única… Nuestras fotos y nuestras opiniones así lo avalan.
Baltasar Gracián, en El arte de la prudencia (1647), recomienda que nunca se debe exagerar. Escribe: “Es importante para la prudencia no hablar con superlativos, para no faltar a la verdad y para no deslucir la propia cordura. Las exageraciones son despilfarros de estima y dan indicio de escasez de conocimiento y gusto. La alabanza despierta vivamente la curiosidad, excita el deseo. Después, si no se corresponde el valor con el precio, como sucede con frecuencia, la expectación se vuelve contra el engaño y se desquita con el desprecio de lo elogiado y del que elogió. Por eso el cuerdo va muy despacio y prefiere pecar de corto que de largo. Lo excelente es raro: hay que moderar la estimación. Encarecer es una parte de la mentira. Por esto se pierde la reputación de tener buen gusto y, lo que es más grave, la de ser entendido”.
Machado versificaba en este mismo sentido: “Todo necio / confunde valor y precio”. Mejor los hechos que las palabras, mejor la siembra que el mercado, mejor la soledad elevada que la populosa necesidad.
Eisntein dijo a Chaplin (cito de memoria): “Dichoso tú, que eres grande y todo el mundo te conoce”, a lo que el cómico respondió: “Dichoso tú, que eres grande y no te conoce nadie”.
Es la perspectiva, son los demás, es la balanza, es el tiempo quienes dan el último veredicto.
* Fotograma de El discreto encanto de la burguesía.
6 comentarios
volandovengo -
volandovengo -
Carmen K. -
Pero el tiempo todo lo pone en su sitio. Antes o después.
Venimos a este mundo en pelotas. En pelotas nos vamos. Lo demás es pura anécdota. Lo que no es anécdota es el amor. El amor a los tuyos (amigos, familiares...), y el amor de los tuyos.
Aún así, nuestras vidas no son tan siquiera un soplo en la inmensidad del universo (conocido; del desconocido, ni podemos, ni debemos hablar).
angel fábregas -
volandovengo -
Enrique -
"Así como ni el viento ni la lluvia afectan a las grandes rocas, el hombre sabio no se ve afectado ni por la alabanza, ni por la crítica."
Un abrazo