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Islas flotantes

Islas flotantes

Hay islas dotadas de vida propia, que se escapan cuando son avistadas por el vigía, para emerger cientos de millas más lejos. 

El Pez-Isla es uno de estos fenómenos fantásticos. San Brandán, en las leyendas celtas, avista un pez llamado Jasconius, grande como una isla, que trata de morderse la propia cola continuamente.

«Brendan y sus compañeros llegaron a una isla, en la que desembarcaron. Estaba llena de árboles y otros tipos de vegetación. Celebraron misa, y de pronto la isla comenzó a moverse. Se trataba de una gigantesca criatura marina, sobre cuyo lomo se encontraban los monjes.»

También encontramos la isla pez en la obra de Jonh Milton. En la séptima parte de El paraíso perdido se puede leer: “mientras el leviatán, mayor que ningún otro viviente, tendido como un promontorio sobre aquel abismo, dormita o nada y se asemeja a una flotante playa sorbiendo y arrojando alternativamente todo un mar por sus agallas”.

En su versión poética, Milton escribe:

El rey del mar, el animal gigante,
la Ballena entre todos dominante
por su grandeza, el Leviatán horrendo,
ya en las olas, de espaldas extendiendo
su longitud, parece un elevado
promontorio de lexos; ya una inmensa
aleta desplegando a cada lado,
que es una isla flotante se diría.

Borges cuenta que, en el primer idioma vernáculo en el que hay un Physiologus o Bestiario, es el anglosajón. En él se habla de la ballena, a la que llama Fastitocalon, diciendo que es un símbolo del Demonio y del Mal. «Los marineros la toman por una isla, desembarcan en ella y hacen fuego; de pronto, el Huésped del Océano, el Horror del Agua se sumerge y los confiados marineros se ahogan».

En el primer viaje de Simbad, en la noche 292 de Las Mil y Una Noches, Sherezade cuenta:

«Un día en que navegábamos sin ver tierra desde hacía varios días, vimos surgir del mar una isla que por su vegetación nos pareció algún jardín maravilloso entre los jardines del Edén. Al advertirla, el capitán del navío quiso tomar allí tierra, de­jándonos, desembarcar una vez que anclamos.

»Descendimos todos los comerciantes; llevando con nosotros cuantos víveres y utensilios de cocina nos eran necesarios. Encargáronse algunos de encender lumbre, y preparar la comida, y lavar la ropa, en tanto que otros se contentaron con pasear­se, divertirse y descansar de las fa­tigas marítimas. Yo fui de los que prefirieron pasear y gozar de las bellezas de la vegetación que cubría aquellas costas, sin olvidarme de co­mer y beber.

»Mientras de tal manera reposába­mos, sentimos de repente que tem­blaba la isla toda con tan ruda sacudida, que fuimos despedidos a al­gunos pies de altura sobre el suelo. Y en aquel momento vimos aparecer en la proa del navío al capitán, que nos gritaba con una voz terrible Y gestos alarmantes: “¡Salvaos pron­to, ¡oh pasajeros! ¡Subid en seguida a bordo! ¡Dejadlo todo! ¡Abandonad en tierra vuestros efectos y salvad vuestras almas! ¡Huid del abismo que os espera! ¡Porque la isla donde os encontráis no es una isla, sino una ballena gigantesca que eligió en medio de este mar su domicilio des­de antiguos tiempos, y merced a la arena marina crecieron árboles en su lomo! ¡La despertasteis ahora de su sueño, turbasteis su reposo, exci­tasteis sus sensaciones encendiendo lumbre sobre su lomo, y hela aquí que se despereza! ¡Salvaos, o si no, os sumergirá en el mar, que ha de tragaros sin remedio! ¡Salvaos! ¡De­jadlo todo, que he de partir!”».

* Montaje del artista sueco Erik Johansson.

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