Giselle
Por error en el periódico, llegaron a mi poder un par de entradas para el Ballet Clásico Arte 369 que, bajo la dirección de María Giménez, se representó el pasado jueves (29 de junio) en los jardines del Generalife. Pensando que tenía algún tinte flamenco, me las guardé sin más. El miércoles llamé a la redacción para confirmar mi asistencia y con extrañeza me dijeron que muy bien, si quería asistir que lo disfrutara, pero que no tenía nada que opinar de una materia que no es la mía, ni domino (ni me interesa, pensaba yo). Pedí devolver las entradas por si alguien las reclamaba. Que no, respondieron, que no se va a hacer crítica, que me las quede y no moleste.
Así, que encajamos al niño con los abuelos y mi dueña y yo fuimos a pasar un buen rato al fresquito de la Alhambra. El Generalife es una maravilla (perdón por el epíteto). No había estado en este espacio escénico después de su reforma y sí que ha mejorado varios enteros. Ya no es un escenario al aire libre que se aprovecha para bailar, ya es un teatro bajo las estrellas que funciona en el verano.
Al día siguiente y al otro, todo fueron elogios en los periódicos. Menos mal que no hice algo de crítica, pensaba, porque voy a contrariar a todos. El ballet era muy profesional, de una belleza y maestría impresionantes (en dos palabras) y la música esplendida, sólo que enlatada (creo que una orquesta en directo es lo menos que se le podría pedir a un festival de esta categoría). Pero ya está. Giselle es un pastel; tiene un argumento tan peregrino como los malos cuentos de hadas, angustiosos y trasnochados. La puesta en escena era simplista, pueril y estancada en el más casposo adocenamiento que puede haber. El vestuario y el decorado era como de baile de disfraces de fin de curso.
Sin embargo, el baile individual y coral era impresionante. Cuánta sensibilidad, qué sincronía, qué flexibilidad, que movimientos tan etéreos, (a veces parecían los bailarines literalmente volar)... Qué buen contenido en tan pobre continente. Qué belleza de almas condenadas a la mediocridad velada de ese purgatorio.
Cada vez el flamenco me llena más.
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