Gerardo Núñez, gloria de las seis cuerdas
En el panteón privado de los guitarristas flamencos, Gerardo Núñez ocupa un lugar especial. Con una gran técnica, creatividad, rapidez y limpieza, ha impreso como pocos su nombre entre los imprescindibles tocaores del momento. Pero este potencial lo calificaría tan sólo como alguien virtuoso, si no hubiera una sensibilidad, un sentido artístico, que lo catalizara todo para conseguir un envidiable resultado. Si a eso le sumamos el amor por el flamenco y el respeto a quienes le han precedido, tenemos a Gerardo Núñez.
El sello imborrable de haber nacido en Jerez se trasluce en una entrega preñada de bulerías a compás. Unas más rápidas que otras, algunas más ortodoxas, otras típicamente jerezanas. Sólo rompe este hechizo de fiesta una seguiriya que interpreta en el ecuador del concierto, en las que parece que se queja, habla la guitarra; y dos introducciones largas a sendas bulerías.
Comienza el recital con uno de estos preámbulos. “Yerma”, el preludio a un ballet, con la que Gerardo suele iniciar los conciertos, introduce la bulería “Siempre es tarde”, que forma parte del último de sus discos: “Andando el tiempo” (2004). La segunda introducción a la que me refiero es un pellizco americano en la cuarta bulería que sonó. Son unos aires de guajira, un guiño a otras músicas sin quedarse en ninguna.
Gerardo cambia su base jazzística por un flamenco sin demasiadas concesiones, troca técnica y velocidad por azúcar. El discreto cajón de “Cepillo” le acompaña. Constituirá un contrapunto necesario, pero nunca tan evidente que se sobreponga a la guitarra. Gerardo aprovecha todo el mástil, está lleno de recursos, su sonido es limpio.
El público lo reconoce, quisiera rememorar cada momento. Gerardo sabe ante quien actúa. Las localidades del teatro Isabel la Católica están llenas de guitarristas, de profesores de música, de catedráticos… que son sus mismos alumnos en un curso magistral que está impartiendo estos días en Granada, auspiciado por el Décimo Festival Internacional de Música en la Zubia.
Toda la velada es un homenaje a su tierra, una exaltación de la bulería, y de la soleá, que le da pié. Para ir acabando, interpreta “Calima”, bulería que le da nombre a su quinto disco (1999). La última bulería se la dedica a sus alumnos y a todos los aficionados. Y, un remate a pie de escenario, donde “Cepillo” hace de cantaor y apunta algunas pataítas, terminan de redondear una noche sin fisuras.
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