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El renacer de un artista

El renacer de un artista

Puro. Momento absoluto

Farruquito cambia de registro. A los 25 años, y tras haber pasado una experiencia no muy agradable, extraflamenca por descontado, pasa a llamarse más que nunca Juan Manuel Fernández Montoya y emprende una carrera en solitario, sin su inseparable familia, quiero decir, buscando la extensión del lenguaje que él siempre ha practicado, con la pureza de sangre como blasón y la sombra del abuelo Farruco como enseña. Farruquito improvisa más que nunca, espera que su “luz interior” lo ilumine en cada instante, arropado por la música, por el cante, por un público incondicional que quiere tocar extremos celestes con los pasos de su ídolo.

El espectáculo da comienzo con un poeta, con un pensador, con un mítico Manuel Molina, sentado, asiendo una pluma, con fondo de piano, reflexionando en off sobre la pureza y la verdad. Es un patriarca, es el contrapunto atemporal de esta obra. Todos los temas están cerrados. La función perfectamente hilvanada. Pero la frescura, la espontaneidad, como digo, son los momentos más sabrosos. Farruquito desprende naturalidad y buen gusto. Su baile, tremendamente masculino, se redondea. Sus arrebatos se dosifican, lo cual se agradece, y están más justificados que nunca. Sin embargo, el puro genio, el compás y la elegancia, marcas indiscutibles de su estirpe, rebosan en cada movimiento. El carisma que envuelve a este bailaor hace que sobresalgan sus momentos en solitario, sin apenas acompañamiento que, en momentos, se muestra excesivo. Exceso de orquestación y exceso de grito, redundando en un circo que sólo sirve para desvanecer la presencia del bailaor.

Un vídeo al fondo del escenario, con imágenes del pasado y del instante, nos ayuda a comprender el espíritu, la raíz a la que aludimos. “Gallardía” son los abandolaos sirven para presentar el recital, sobre todo las voces escogidas. De entre los cinco cantaores, con su valía individual, destacamos a Pedro Heredia. Farruquito entra en escena con el zapateado “Lluvia de ilusión”. De aquí pasamos a la fragua, a los martinetes, a uno de los momentos sublimes de la noche, que Manuel Molina introduce con un poema alusivo y los dos cantaores entonan al alimón, mientras el bailaor se incorpora golpeando el yunque a compás. La seguiriya “Sentencia” surge del fuego, del martillo, de las mil arrugas del maestro fragüero. Es la más fidedigna mirada hacia atrás, es el momento más añejo.

En las alegrías “Sed soluble”, que culminan en jaleos, aparece un Farruquito de blanco (el vestuario es de Victorio & Lucchino) esférico y brioso, en el que destaca su juego de brazos. Manuel tiene su momento con un poema por bulerías a su estiló, único, sideral. Los tangos representan una exclusiva muestra del cante femenino. Mientras la soleá “Herencia” pasa por ser un ceremonial, que termina con unas bulerías acompasadas sólo con palmas y tacón. Para la alabanza final, “La fe del amor”, sirve para presentar a los actuantes que, de negro absoluto, retornan con túnicas blancas y descalzos, dando a entender que ésta es la verdad, su verdad.

* Foto de Luis Castilla para Acordes de Flamenco (fragmento) ©

 

1 comentario

gina -


Estaba ahi y estoy de acuerdo con todo, especialmente que "Farruquito desprende naturalidad".

Si considero Farruquito como un artista que tiene lugar en el mundo de baile ....pienso que merece un lugar a lado de grandes nombres como Martha Graham, Merce Cunningham o Sylvie Guillem.

Porque...para bailar con naturalidad de una manera inocente, sin destreza, es algo que tienen niños que bailan sin formación (y es una maravilla) pero, a bailar con naturalidad encima de técnica es una cosa poco común (y tambien una maravilla).

Pero mejor visto que dicho:

Aqui es Sylvie Guillem, y como Farruquito, baila con técnica y naturalidad,

http://www.youtube.com/watch?v=Xr-4GWBSDM0&feature=related

Aqui es lo que pasa cuando un artista baila con técnica, pero sin naturalidad.

http://www.youtube.com/watch?v=ny1qc6yQC48