El trance de Jara Heredia
FEX
Remedando las bulerías de Morente, Pa’ mi Manuela, incluidas en el disco Sacromonte (1982), Jara Heredia intitula su espectáculo Pa’ mi Gabriela, dedicándoselo a su hija, que la mira desde la grada, al tiempo que hace un guiño a la tradición más innovadora del espectro sacromontano. Con un cuadro eminentemente gitano del terruño, capitaneado sabiamente por el toque de guitarra de Emilio Maya y Rafael Fajardo, Jara se lanza al ruedo con dominio pero con respeto. Una mala caída, con la afección de una pierna, la mantuvo apartada de los escenarios durante bastantes meses.
Su gran formación y la necesidad vital de separarse de convencionalismos le hacen reflexionar, reposar el baile, sentir la música. Es como si entrara en trance durante los primeros minutos de cada pieza. Llega en silencio y pasea sobria, para despegar como un ave y llegar a ser huracán, despertando el genio de su raza. El terciopelo de su vestido y la chaquetilla corta, que realza aún más su esbeltez, ya nos presenta a una bailaora distinta.
Comienza por levante. El dolor del recuerdo se hace metáfora en el taranto y los tacones dimensionan ese pesar que se torna esperanza cuando los tangos aparecen. Tanto sabe ser introspectiva y contrita como suelta, roneando sin par con los sonidos del Camino.
El sonido es perfecto. Qué descanso cuando se advierte tras la mesa a Benavides o a sus chicos. Con todo y con eso el escenario del Centro Cívico del Zaidín es duro y los pies no sonaron todo lo óptimamente esperado. Igualmente advertí las tablas algo escurridizas, dificultando la distensión del zapateado.
La bailaora hace mutis para preparar su segunda entrega. Mientras deja en el escenario a Sergio Gómez ‘El Colorao’ cantando una milonga cargada de sentimiento con su bello timbre y su voz templada, arropado por la guitarra de Rafael Fajardo.
Por Cádiz, el baile es una fiesta, aunque vuelva a vestir de oscuro y la concentración le impida sonreír. Bien llevado desde en comienzo, destaca en las escobillas, donde vuelve a demostrar su capacidad y su sentido del compás. Juega con su cuerpo a voluntad e impone el tacón-punta, sin embargo no abusa del braceo.
El segundo intermedio es de Jony Cortés, que se expande por seguiriyas, con un tremendo Emilio Maya a la guitarra, que roza lo sobresaliente apenas sin esfuerzo, casi sin querer. El eco de Jony es gitano y sentido. Trasmite en cada tercio la profundidad y amargura que ese cante lleva intrínseco.
El último baile es la notable soleá que atesora todo el saber y el instinto de la sacromontana. Pone toda la carne en el asador y el público entregado se lo agradece. Ella vislumbra el triunfo y un ápice de felicidad resalta sus ojos.
El fin de fiestas también es por bulerías, donde se incorporan para dar sendas pataíllas sus dos hermanas, que han actuado de palmeras hasta el momento, manifestando que el arte viene de familia, nietas de ‘La Gallina’ e hijas de Juanillo, el de la casa, cada una a su estilo. Antonia con su sabor desenfadado, Encarna se descalza atesorando en sus vueltas el acervo indomable. Tres gitanas necesarias para entender el baile de Valparaiso.
* Lamento la foto tan deficiente hecha con el móvil a pie de escenario.
3 comentarios
Juan -
volandovengo -
Lara Cano -
Otra actuación de la que me quedo con ganas...