De zambombas, panderetas y villancicos
La Navidad es un paréntesis de azúcar y almendra. El corazón se encoge para expandirse en la intimidad de la familia y le pasamos el plumero y la fregona para comenzar el nuevo año con el alma lo más inmaculada posible, con el entendimiento repleto de buenas intenciones que, conforme se alejan los reyes, se van diluyendo para volver a la misma rutina de vicios y virtudes.
Como no es menos, el flamenco también se entrecorchetea en la intimidad. Siendo una manifestación endógena y sensitiva, se refleja paralela en el sentir más arraigado de la sociedad.
El flamenco, no descubro nada nuevo, nació en el individuo y en el núcleo del hogar. La fiesta, la faena, la queja y el dolor fueron sus manifestaciones. Que alguien arreaba la mula, entonaba un cante de labor que le aliviara el trabajo y engañara al sudor; que uno andaba preso, cantaba una carcelera para que el viento liberara sus penas; que se empuja un columpio, la bambera reflejaba el amor de la mecida; que dos se casaban, alboreás y tangos y bulerías acompañaban a los recién desposados…
Y esta manifestación cerrada y sincera fue descubierta por contemporáneos, por viajeros, por intelectuales, por señoritos, que quisieron participar del cante (porque el flamenco es un arte de participación) y poco a poco fueron forzando su apertura para bien del pueblo y, según la UNESCO, como patrimonio de la humanidad.
De la intimidad y del patio de vecinos y del cuartito pasó a los cafés cantantes y de aquí a los escenarios de los festivales. El verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.
Nuestra sed crecía cuanto más bebíamos. La punta del iceberg escondía un trasfondo tan vasto y tan rico como fantástico y oscuro.
El origen real flamenco nunca lo sabremos. Se ha avanzado mucho, se ha investigado mucho, se ha escrito mucho. Pero los primeros pasos, el verdadero choque del gitano con el poso folclórico andaluz, los primeros ayeos de sentimiento sólo son conjeturas románticas más o menos afinadas.
Que un jerezano, conocido como Tío Luis el de la Juliana, en pleno siglo XVIII parara a hacer aguada en la fuente de los Albarizones y entonara por ciencia infusa la primera toná considerada como cante en la historia del flamenco, es de una arriesgada legitimación, pero no deja de ser una apuesta posible en la mitología flamencóloga.
Sabemos, no obstante, que el principio, como todos los orígenes, y más si son populares, que no es una chispa puntual lo que prendió la mecha imparable. Fue como un incendio provocado, que delatan sus varios focos abiertos. Que si vinieron los gitanos con sus cantes y su arte, estaban los andaluces con sus fandangos y seguidillas. Y antes estuvieron los moriscos con la zambra y los mozárabes con las jarchas. Y los castellanos nos prestaron sus romances y los aragoneses sus jotas. El flamenco no es un continuo goteo en un ánfora, es un aguacero en una balsa, en un mar en calma o embravecido para bien de todos los que no temen mojarse los pies hasta los tobillos o sumergirse varios metros por debajo de las olas.
El flamenco es un mar abierto. Son los siete mares a merced de las corrientes y de las fases de la luna y el soplo de los vientos bienvenidos de los cuatro puntos cardinales y así se “mancilla”, así se crece, dejándose impregnar por todos los navegantes, propios y ajenos. Porque lo que caracteriza al flamenco es el mestizaje y también la fusión, la confusión y la infusión, como diría Juan de Loxa, para después depurarse, separar el grano de la paja. Y el futuro, como un gran alambique, irá destilando lo auténtico del simple flamenqueo experimental.
Retomando el tema, una de las manifestaciones íntimas de la familia flamenca y, quizá con más propiedad, gitana, son las celebraciones en los días de Navidad. Una fiesta que, como todas, se ha hecho necesaria su apertura.
Surgió por occidente. En Jerez se empezó a llamar “zambomba” (mal llamada “zambombá”) a la exhibición pública de esta reunión pascual. Pronto se extendió por Cádiz y Sevilla. En otras ciudades se cantaba y se bailaba. En Granada era muy típica la celebración con villancicos. Hace algunos años alguien llamó a esta fiesta “pandereta”. Todo es válido.
El villancico ha pasado a ser una forma propia del flamenco, que consiste en aflamencar, de forma alegre (tangos, bulerías, rumbas), cualquier villancico popular o propio, que, entre la nebulosa de los comienzos, puede que se le ocurriera al cantaor jerezano conocido como El Gloria (los campanilleros, otro palo propio, se los debemos a Manuel Torre).
Así, quizá las ciudades con más tradición navideña de villancicos propios sean Jerez y Granada. Aquí tuvimos varias noches dedicadas a esta fiesta en La Chumbera, La Platería, La Casa de los Tiros, el teatro Isabel la Católica… Es una manifestación, como tantas otras, que no se debe perder. Hay que apoyarla y seguirla y, en la medida de lo posible, depurarla y respetarla, porque es muy fácil que se desvirtúe en atracción circense para no iniciados.
* Dibujo firmado bajo el nombre de OPA, publicado el 29 de noviembre de 2009, en el blog Alcalá Flamenca.
2 comentarios
volandovengo -
jess -