Sí a la noche gitana del Sacromonte
Sacromonte cuna de flamencos
Quizá sea imprescindible entre las actuaciones del Museo programar una noche eminentemente sacromontana. Las voces desgarradas de Valparaíso, el personal soniquete, el marchamo del tacón punta… se deben cuidar y mostrar y mimar como autenticidades, como denominación de origen.
Para clausurar las noches flamencas en lo alto del barranco de Los Negros tuvimos a Joni Cortés y su grupo, arropado nada menos con la guitarra de Juan Habichuela nieto, recientemente llegado de hacer melle en Nueva York. Y, para completar la escena, una representación de la Escuela de Baile de Manolete.
Jonatan Fernández Cortes (Joni), con su voz laína, aunque bien templada, comienza su recital con toná, que sirven de preludio a su entrega por seguiriyas. Domina la pieza y ajusta los tercios mientras Juan le envuelve con esmero.
El Habichuela se queda solo seguidamente para bordar una rondeña, justamente aplaudida. Que se supera a sí mismo tocando por levante. No se puede acompañar mejor en los cantes de minas. El cantaor, con repertorio clásico, ofrece el dramatismo preciso de esta pieza.
Por Huelva, pasando por Alonso, con un agradecido estribillo a dos voces, termina una primera parte que, aunque fuera duplicada, nos queda corta.
Después del descanso, Juan Habichuela vuelve con una inmensa soleá donde los silencios tienen mucho que decir. Para las alegrías cambia la guitarra por la de Antonio ‘El Chonico’, más hecho al acompañamiento. Dos de las alumnas aventajadas de La Chumbera ilustran estas cantiñas. No pueden negar de dónde han salido. El estilo Manolete, la esbeltez y elegancia del maestro rezuma en cada paso. Sin embargo hay una clara diferencia entre estas bailaoras: mientras que una siente, la otra está pendiente. Debilidad que se cura con el tiempo y las tablas.
No podían faltar los tangos, que no son exclusivos de la tierra, y unos jaleos extremeños, muy al gusto de nuestros flamencos, para pasar a las bulerías con las que acaba la noche.
Un fin de fiestas tan prometido como esperado, que reunió en el escenario a Manolete, a su hija Judea y a su nieta, del mismo nombre, se diluyó tan sólo en una pincelada del maestro y Judea. Suficiente para demostrar su empaque. Insuficiente para terminar de engarzar ese broche de oro que se fue elaborando al paso de la noche.
* Foto in situ: Juan Güeto©.
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