Tiritan azules los astros a lo lejos
XI Festival de Otoño – Estrella de Granada
El Festival de Otoño de Granada se configura sin lugar a dudas en un encuentro eminentemente local, con sus grandezas y sus penumbras. Como bien reza el numeral, se cumplen once años desde que comenzó su andadura. Pero esta cifra es engañosa. Mientras que en un primer momento surgieron estos días con un propósito universal y abierto enfocado a sacar a la ciudad de su letargo orillado desde hace tanto tiempo, en los últimas ediciones el cambio ha sido radical. No sólo volvemos a mirarnos el ombligo, sino que la cortedad de un proyecto de futuro es evidente. Volvemos a desear ser cabeza de ratón.
El Ayuntamiento de Granada, de truncada visión culturalista, se ha subido al carro del todo vale y, por cubrir expediente, intenta hacer brillar más los fuegos de artificio que las mismas estrellas. Total, la cultura viste pero no da votos.
Con todo y con eso, el cartel del Festival se va refinando, haciéndose atractivo y cubriendo expectativas. Punto a favor es que el flamenco, de una forma o de otra, cobra evidente protagonismo estos días. El encendido de las luces navideñas y una recepción en el cabildo sirven para vestir Granada de volantes y comenzar a sentirnos Patrimonio Universal.
El viernes, tratando de buscar otro tipo de público y difuminando una propuesta inexistente, tuvimos la voz de la coplera Joana Jiménez, homenajeando a Marifé de Triana. Como si se llamara copla, el teatro Isabel la Católica, se llenó de jubilados que, al grito de guapa y la madre que te parió, disfrutaron verdaderamente en directo lo que suelen ver en la poltrona. Tiene que haber de todo y para todos. Pero en unos encuentros flamencos…
Buena planta tiene Joana y buena voz, aunque no es el estilo desado teniendo de referencia la canción flamenca (Caracol, Poveda, Molina). Un acierto enorme, no obstante (que le debemos a Juan Andrés Maya, como director del evento), es la presencia de la orquesta en el foso. Nada que ver con el sonido pregrabado que suele acompañar a estas artistas. La banda, junto con un piano, guitarra eléctrica, bajo y batería en la escena, constituyeron un arropamiento musical de lujo.
El Festival, no obstante, para mí empezó el sábado con Estrella Morente. Un titular tan pretencioso como dubitable precedía su concierto. Se presenta como Estrella de Granada, que responde más a un deseo que a una realidad. Sin embargo, el sólo planteamiento merece un agradecido respeto.
Alguna preocupación interna (que no es foro para tratar) la hizo parecer fría y algo distante, sentimiento ajeno sin duda a su voluntad. La diversidad de opiniones es manifiesta y todos tienen su punto de verdad.
Estrella, sin embargo, debe plantearse algunas cuestiones para no ser cuestionada. Montoyita es un buen guitarrista y muy profesional, pero carece del peso de la artista a la que acompaña. Los coros no estaban en general bien coordinados ni sonorizados como se demanda. La percusión correcta.
Comienza con unas alegrías, en las que acompaña su hermano como segunda guitarra. Un homenaje a Picasso es su segunda propuesta. No empieza a despegar. Tiene que llegar la soleá para escuchar los primeros oles, para reconocer a la artista que lleva dentro. Su estilo personal, pasado por el crisol morentiano y sin perder de vista a la de los Peines y su generación, se impone como referencia imprescindible para entender el flamenco de principios de siglo.
Tanto sus granaínas como sus malagueñas son poco ortodoxas. Ricas en matices y juegos tonales, pero trasparentando un ahogo incomprensible.
Un intermedio tácito lleva a sus músicos a plantearnos unas bulerías decentes (bien por la guitarra), pero claramente improvisadas, lo que se manifiesta en un final deslavazado.
Para la segunda parte, Estrella vuelve más leona, con el pelo suelto y un mantón de fantasía. Sus nuevas propuestas, únicas, evidentes, redondas, cobran vida propia, se imponen por derecho. Abre con una genial interpretación de la Habanera imposible que Carlos Cano le dedicó a Granada. Continúa con unas bulerías rematadas generosamente con La noche de mi amor de Chavela Vargas. Termina con su éxito almodovariano Volver, que más que una canción fue una declaración de intenciones, la añoranza de su ciudad, la calidez de su gente…
Echamos de menos unos tangos del Camino.
Como bis, un cante a capela sin megafonía alguna, puso una guinda preciosista a un concierto dispar.
4 comentarios
volandovengo -
Juan -
volandovengo -
Juan -
Pero añadiría unas cosillas mas:
-La guitarra pasaba en pocos instantes de ser de trapo a ser de alambre. Si a todo esto unimos la desafinación recurrente de las cuerdas 2ª, 3ª y la constante de la 4ª, tenemos lo que tuvimos...
-La 2ª guitarra suponía un marrón total para el grupo... ¿tocaba en realidad?
-La percusión hizo bueno aquello del pum, cachi pum, pum, pum...
-Los coros y como las palmas tambien parecían brotar de un grupito de coleguillas borrachos a altas horas de la madrugada...
-La voz, aveces taponada por los coros, empezó como terminó con los clásicos "pop" impertinentes...
-No es por causa de la cantidad o calidad del material dispuesto, que es mas que sobrado, es mas bien por el MIEDO del artista y por la arrogancia del técnico.
Un saludo.