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El vértigo de Nacho Blanco

El vértigo de Nacho Blanco

Los Veranos del Corral

Desde el comienzo del espectáculo me sobró la percusión y, cuantas más intervenciones hacía mucho peor. Llegué a pensar que es un problema personal, pues siempre veo innecesarios los tambores. Pero, a la salida, con cualquiera que lo comentara, me daba la razón. La caja de José de Mode más que reforzar el ritmo, lo enturbiaba y le imponía un resultado pueril.

El baile de Nacho Blanco se basa en la fuerza y en el juego de pies, a veces vertiginoso, tan del gusto del público en general. Es un baile macho, a la manera de Farruquito y los suyos, con una tendencia mayor a la redondez, seguramente (recuerda a Juan Ramírez). Su clasicismo le lleva a castigar las manos más de lo debido. Hombrea y cuando alza los brazos carece de naturalidad.

Sin embargo su sentido del compás y la eficacia de su entrega son encomiables. Escucha la música elegida y saborea desde su oído hasta los pies el ritmo seleccionado. A veces habla directamente con su tacón-punta.

Hasta los postres, por fiesta, no lo vimos sonreír. Quizá el respeto a un festival que ha cogido renombre, quizá los bailes seleccionados, de franqueza dramática, quizá la misma concentración, le impulsan a mantener un rostro poco expresivo.

Por farrucas, baile varonil donde los haya, comienza su entrega. Sus pasos largos, el paseo por el escenario y, sobre todo, su taconeo evidencian su condición. La guitarra de Eduardo Cortés es óptima. Entre clásica y jazzística, destila frescura, quizá demasiado rumbera. Las voces (El Zambullo y Fabiola) son mediocres, aunque a veces tengan momentos dignos de aplauso. Es la primera vez en este ciclo, en doce días que lleva, que escuchamos la voz de una mujer al cante. Supongo que es casualidad.

Fabiola, con un protagonismo ilícito, salta a boca de escenario para cantar unos jaleos extremeños y acompañarlos con un poquito de baile. Ni esa fue su noche ni tiene voz como para prescindir del micrófono durante las cuatro o cinco letras que abordó.

Con una carcelera, El Zambullo inicia una ronda de tonás que dan paso a la seguiriya bailable, que Nacho domina sin discusión. Puede que sea la pieza donde se sienta más a gusto, donde expone abiertamente las credenciales de sus propuestas. Hacia la mitad, un quiebro a compás (no sé hasta qué punto voluntario), me mostró el bailaor que lleva dentro.

La guitarra en solitario entona bulerías. Eduardo comienza a recordarnos a Paco, para pasar a ‘Tomatito’ e instalarse definitivamente en Vicente Amigo, pero con concesiones directas al jazz y a la rumbita catalana, sobre todo en el rasgueo. El cajón, por si no me han oído, lo habría quitado de en medio.

Acaba la noche con soleá por bulerías, en la que Blanco tiene varios momentos para bailar el silencio, marcado por los palillos de sus dedos. Son momentos de genérica improvisación que se agradecen. Sin embargo, nunca entenderé la ‘metralleta’, la demostración del zapateado espasmódico.

Como bis agradecido, nos ofrecen un poco más por fiesta, en la que se adelanta al baile (ahora sí) una Fabiola estilosa. Ante los prolongados aplausos, este reconocimiento bulearero volvió a repetirse.

* Foto de Antonio Conde©.

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