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Mirando el flamenco desde arriba

Mirando el flamenco desde arriba

Flamenco Viene del Sur

Después de más de una semana del estreno de “Dos por medio y Cía” me atrevo a escribir unas notas. La distancia sin embargo no es debida a la dificultad de análisis de una obra rompedora, sino al vértigo de unos días que me ocupan en algunas otras cosas de igual escaso provecho.

En primer lugar me asalta la pregunta de si obra tan singular y poliédrica se ajusta al ciclo que nos ocupa, si tiene cabida en el flamenco que del sur está surgiendo. Porque flamenco no es, aunque quienes lo ejecutan son flamencos, me refiero al grueso del cuerpo de baile. No hay guitarras, no hay palmas, no hay voces, por tanto no hay quejíos, aunque sí pellizcos. Tan sólo un piano (de Edith Peña, pianista ajena) que interpreta las sonatas hilvanadas del Padre Antonio Soler basadas en las composiciones de Bach.

Ya las bailó Antonio en Duende y Misterio del Flamenco (1952), haciendo alarde de la escuela bolera. Así pues ya entraba dentro de los entresijos de este arte. Ahora, cuatro bailarines o  bailaores (Álvaro Paños, Carmen Manzanera, Rosana Romero, Sergio Bernal), capitaneados por Rafael Estévez y Nani Paños, cogen el testigo y, como si fuera la apuesta de una partida de póker, igualan y aumentan esta fantasía. No sólo la escuela bolera interviene, sino también el clásico español, la danza neoclásica, la contemporánea y el baile flamenco, creando un corpus tan genérico que, a pesar del dominio de los actuantes, a veces se pierde.

Bonita es la palabra que mejor define la obra, aunque peque de simpleza. Bonita y delicada, podemos añadir. Con una música deslumbrante y una ejecución sin fisuras. Los silencios también son importantes y las cuñas ortodoxas del compás por bulerías. No estamos hablando de experimentos, sino de experimentados. Tanto Rafael como Nani, han demostrado con creces a lo largo de los años su dominio del baile, su conocimiento del ritmo, su sabiduría flamenca.

Son catorce momentos, catorce sonatas distintas pero complementarias, donde se impone una coreografía original y muy cuidada, destacando el alejamiento de la simetría y la búsqueda permanente del equilibrio.

Un escenario sobrio, quizá con menos luz de la deseada, nunca está vacío. El movimiento manda. En solitario, por parejas o en grupo de tres, cuatro o seis, no dejan descansar al ojo atento. Ni un momento para el aplauso, incluso. Es uno de los logros de la función, la permanencia, la continuidad, la imbricación de baile sobre baile y la mezcla de estilos.

Entre las carencias más evidentes, sin embargo, encontramos falta de sincronía cuando el baile traspasa la individualidad y, quizá, su duración excesiva.

A veces, unas castañuelas (Nani Paños) acompañan al piano o quiebran el silencio. La sensualidad y el abanico también tienen su espacio. Movimientos redondos o quebrados, densos y minimalistas, ligeros o cargados de intención, añejos o de nuevo cuño, con peso específico e improvisados, construyen un armazón a prueba de cualquier paladar.

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