El camino de los poetas
FEX
Lo que me extraña es que no todos los poetas de la época estuvieran influenciados de alguna forma por el flamenco, como Lorca, como Alberti; más si era un poeta del pueblo, al que rápidamente se le tiñó de rojo, como Hernández.
El miércoles 7 de julio, San Fermín y semifinal de la Copa del Mundo de fútbol (tanto que se tuvo que cantar el gol en el escenario), como segunda y última actuación flamenca en el FEX, pudimos disfrutar de una velada diferente, que se vino en llamar Miguel Hernández: cantes flamencos, que consistía en una conferencia sobre la inclinación flamenca del poeta alicantino, a cargo del periodista Eladio Mateos, ilustrado al cante por Juan Pinilla y a la guitarra por Antonia Jiménez.
Hernández se rodea en Orihuela de otros poetas y aficionados al cante, con los que acude al Café España, a todas luces uno de los locales más flamencos del pueblo, regentado por Luis Pérez ‘Españita’ que, animado por su entusiasmo, pide a Miguel “unas letras para cantar”. De esta anécdota resultan siete cantes flamencos, que son la base del recital que nos corresponde.
Una conferencia dinámica y libre nos presenta a un poeta interesado por la música (tocaba la armónica e imitaba el canto de los pájaros), comprometido con las coplas del momento y el devenir del día a día. Toda su poesía está llena de ritmo. Parece que la música la llevara intrínseca. Así lo han musicado para el flamenco Enrique Morente, Manuel Gerena o Calixto Sánchez.
No sólo los siete poemas del Café España fueron flamencos. Si se desmenuza, la vena jonda atraviesa toda su obra. Una savia que culmina en su Cancionero y romancero de ausencias, donde expone seguiriyas, soleares o cuartetas.
Juan musica alguno de estos poemas antes de llegar a los específicos. El cantaor hueteño canta desde un chotis a una evidente carcelera, pasando por alboreas o peteneras.
Un solo de guitarra, que propone un tácito ecuador en el programa, nos acerca una finísima farruca, trenzada con el hilo fino de los dedos de Antonia. Después la conferencia gozará de algunos recitados por parte de Pinilla (algo exagerados, demasiado histriónicos, forzados) y de algún dialogo en el que se coliga fantasiosamente la intención musical del poeta. Para lo cual se escogen cantes libres como cartagenera, la liviana, la serrana.
El camino de la poesía le viene como anillo al dedo a Juan Pinilla. Hace tiempo se acercó a Ángel González o a José Hierro y a otros poetas menores con gran sentimiento, con gran eficacia, con respetuoso convencimiento. Sus facultades así encauzadas le llevan a un necesario cultismo, que se diluirían en el popularismo si a la vez no fuera un preciso cantaor.
* Foto de archivo (© Nono Guirado).
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