El triunfo de una rosa
61 Festival Internacional de Música y Danza de Granada
Rosa, metal, ceniza
Si me dieran a elegir con los dedos de una mano mis preferencias entre las bailaoras del momento no dudaría en señalar a Olga Pericet (recién elegida como Mejor Bailaora del año 2011 por la Asociación Nacional de Críticos de Flamenco).
El Isabel la Católica se llenó durante la velada del sábado 30, pero no estaba abarrotado como cabría esperar. El teatro es relativamente menudo comparado con otros foros dentro del Festival y los huecos, para obras de calidad, son incomprensibles (quizá aún no se conozca esta bailaora en nuestra tierra o se siga prefiriendo el “made in” que no deja de ser la cabeza retorcida de un ratón).
Tres, cuatro, cinco veces he visto y admirado a esta bailaora cordobesa en Granada, y en Madrid (que es la Corte), y siempre me ha dejado ese sabor de boca rayano en el platonismo. Su baile, de excelencia, está lleno de propuestas, de riesgo y de desparpajo, hasta hacer de su cuerpo, bello y menudo, un objeto de deseo, la figura sensible de una fina porcelana.
En su primera obra en solitario, Rosa, metal, ceniza, quiere dejar sentado que este no es camino fácil, que la danza florece como la flor, pero es dura como el metal y efímera como el fuego que se extingue y vuelve a renacer.
Con una formación más que demostrada en el baile clásico y el flamenco, Olga va hilvanando un espectáculo lleno de sugerencias y concesiones sin límites hacia lo contemporáneo, que se materializa en el bailarín invitado Paco Villalta que, con su presencia o como sombra latente, sirve de tácito hilo conductor de toda la obra, quien la abre y se presenta con el clásico sonido en off del Romance a Córdoba, mientras la bailaora, hierática, como muñeca rota, descansa sentada a la izquierda y sólo comienza a interactuar con él hasta quedarse sola con su vestido corto de volantes y sus palillos, herencia de la escuela española, y los compases de Córdoba de Isaac Albéniz, reivindicando una vez más su cuna.
Unas milongas de Pepe Marchena son interpretadas con sentimiento por el camaronero José Ángel Carmona, uno de los tres cantaores, que aflamenca la función y da paso a las cantiñas, cuando se hace fiesta a los postres. La bailaora cordobesa, con gran mantón y estilo, establece su dominio, permitiéndose ralentizar las escobillas y sofisticando los remates.
Una doble cortina de cuerda dorada hace de fondo móvil, cobrando vida propia y adquiriendo ese onírico protagonismo que Olga nos plantea. Hasta aquí la Rosa.
La segunda parte, el Metal, comienza por levante. Miguel Ortega, poderoso y seguro, con Manuel Patino a la guitarra seducen por tarantas, para imbricarse rápidamente por seguiriyas y tonás, donde el jerezano Miguel Lavi muestra su magisterio y una sombra asaz alargada. Pericet quita todo dramatismo a esta pieza, que se muestra acelerada, y se deja llevar por los últimos quejidos de Lavi que casi lo toca hasta que Villalta la toma en volandas y hace mutis inesperadamente. Estos momentos quebrados a modo de ensayo improviso desconciertan al espectador y rompen el sentido maleable de la obra, como cuando el bailarín interpreta una pieza marchenera que se entrecorta.
Uno de los momentos más aplaudidos de la noche comienza con los acordes de una mandola (Carmona), al que se le unen las guitarras sabias de Antonia Jiménez y Patino. Son unas bulerías al puro estilo que aborda con fuerza y salero el bailaor invitado Jesús Fernández.
La sombra de la ceniza es el paso a dos que bellamente interpretan Pericet, con bata negra de cola, y Villalta. Es emocionante y un gran preludio a la traca final por soleares apolás y petenera, donde la bailaora demuestra su altura flamenca, su largueza y su proyección.
* Foto promocional del espectáculo
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Juan -