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volandovengo

Un oscuro presentimiento

Un oscuro presentimiento

En el momento de llegar, los pájaros grises y amarillos sobre los hilos callaron su algarabía. Al unísono, la lentitud general se iba imponiendo. Las gentes gesticulaban más despacio. Parecía que los coches y las motos habían reducido drásticamente su velocidad a las treinta y tres revoluciones de los tocadiscos de antes.

Nunca quise creer en el más allá, en los poderes paranormales o en las visiones de futuro. Pero mi vida traspasaba un momento incierto, innecesario por otra parte de ser contado.

Guillermo me habló de un tarotista de cierta fama y gran acierto (o viceversa). Comulgaba a pies juntillas con cada una de sus palabras desde que adivinó la dolencia y la cura de una hermana suya que se mantenía soltera a pesar de su agraciada sonrisa.

Encima del dintel de la casa a la que acudimos gravitaba el número trece; un gato negro escapaba lentamente de un peligro invisible ante nuestros ojos. ¡Mal empezamos! No obstante la puerta se abrió sin necesidad de haberla golpeado. Parecía que estuviera esperándonos.

El adivino nos saludó. Miró al fondo de mis ojos viendo algo que le hizo apartar la vista de repente. Mi alarma iba creciendo.

Nos sentamos y respondí algunas preguntas genéricas sobre mi vida, mis actividades, mi círculo de amigos…, mientras él iba mezclando una colorida baraja de grandes proporciones, ajada por el uso.

Me hizo cortar con la mano izquierda antes de dibujar una especie de estrella con los naipes boca arriba sobre el tablero.

Guillermo, emocionado, me daba pequeños empellones para que no perdiera detalle. Yo observaba con curiosidad todos los movimientos del mago y el preciosismo que las cartas reproducían en sus dibujos sin necesidad que mi amigo me aguijara.

La supuesta estrella se iba completando lentamente bajo el foco de luz que nítida nos envolvía. La claridad llamaba mi atención, pues creía habitualmente esos lugares bañados en la penumbra y el misterio.

Con el dibujo en la mesa, el augur me hizo sacar una carta del montoncito que le quedaba entre las manos para soltarlo en su centro. La mala fortuna y mi suerte adversa, que quizá sean lo mismo, hicieron que en el tarot figurara un esqueleto con una guadaña que desde una lápida me sonreía.

El vidente miró compungido, me cogió las manos y, con voz lastimera, dijo:

—Veo una muerte cercana; una muerte próxima.

Miré a mi amigo con cara de qué broma es esta. Guillermo casi se cae de la silla. Levantándose preguntó atropelladamente:

—¿Quién es? ¿Cuándo? ¿Se trata de…? —preguntó abrazándome.

—No, no es usted, descuide —me tranquilizó el brujo—. Pero siento que alguien muy cercano morirá. Tenía que decírselo. De aquí a diez días —añadió gratuitamente.

Nos fuimos compungidos, condenando la maldita sabiduría que nos hacía conjeturar. Maldiciendo el momento en que decidimos visitar a un hechicero.

Durante varios días, repasamos la lista de toda la familia, de los amigos cercanos, de los vecinos más allegados. Podía ser cualquiera.

A la semana justa nos enteramos que el adivino había muerto.

2 comentarios

volandovengo -

Es el ejercicio diario, Nono, que me mantiene engrasado.

n0n0 -

Estás muy en forma compañero.