Granada, ciudad de la poesía
Permitidme que reflexione. Una cosa son los deseos y otra la realidad. La poesía, como el arte en general, no es ni debe ser continuo. No es un bien insustituible, como si habláramos de pigmeos o pelirrojos. Que en un lugar se den los ajos y se haya creado toda una infraestructura que incide en las distintas facetas del ser humano, no quiere decir que la mayor cantidad de ese bulbo comestible o los más sabrosos se den en aquella localidad.
‘Ciudad de la poesía’ o ‘ciudad del flamenco’ o ‘ciudad de la cerveza’ o ‘ciudad de la bicicleta’ o ‘ciudad del cannabis’ son etiquetas convencionales movidas por un afán comercial. Son títulos, calificativos como los que tilda la UNESCO a determinados lugares.
No quiero decir, de ninguna manera, que sea una falacia, que sea sólo un gancho para destacar en un posible circuito de estancias singulares.
En Granada está la Alhambra y el Albaicín y las cuevas del Sacromonte. Es innegable. Y, por muchos años que pasen, a no ser que ocurra una catástrofe, estarán aquí.
En Granada hay mucho artista, mucho talento. Quizá porque no hay industria. No existe una salida clara al individuo. Desde hace mucho tiempo el granadino se ha visto obligado a estrujarse la cabeza, a dar vueltas de tuerca, a explicar el nudo gordiano, a buscar el más difícil todavía.
Después está la tradición, es cierto. Hay un poso de sensibilidad en nuestras calles que facilitan el aprendizaje. Así me atrevo a decir que el artista se hace más que nace, aunque la cuna es imprescindible.
Por qué tanto poeta, como tanto músico y tanto pintor; por qué tanto bailarín y farandulero; por qué tanto escultor y tanto novelista. No todos valen. El camino es muy largo, pero sobre todo muy ancho, y es difícil mantenerse en el centro y a la cabeza. Es más, lo genérico es caminar por la orilla, a la sombra de ‘los grandes’, al ala de nuestro pasado.
Los hechos hablan y en Granada hay muchos poetas, avalados, en la mayoría de los casos, por premios y publicaciones. Hay grupos de poesía, recitales y presentaciones de libros casi a diario
Aunque suelo pensar, perdonadme el grueso, que hay más poetas que poesía o hay más poesía que poetas, que no es lo mismo pero es igual. Quizá porque hay escribidores que tienen cosas que decir pero no saben cómo decirlo y otros que saben cómo decir las cosas pero no tienen nada que decir.
Robert Graves, en el prólogo de La Diosa Blanca, criticaba a los poetas de su tiempo diciendo: “la manera contemporánea de escribir un poema recuerda los experimentos fantásticos y predestinados al fracaso de los alquimistas medievales para convertir un metal vil en oro, con la diferencia de que el alquimista al menos reconocía el oro puro cuando lo veía y lo manejaba”.
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