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volandovengo

La copla andaluza

La copla andaluza

Antes de la literatura escrita, antes que el hombre supiera escribir si quiera, y aún siendo conocedor de la letra y de la pluma, existía una memoria colectiva que iba pasando a través de las generaciones de forma hablada.

Casi todos los cuentos de antaño que conocemos se los han contado a nuestros padres y a los padres de estos hasta perderse en las nieblas de la historia. Muchas narraciones, poemas, novelas o antologías no son originales, sino recreaciones de aquella anécdota primigenia que dio pie a explicar, por ejemplo, algún suceso o fenómeno de la naturaleza o la razón para ejecutar cualquier sentencia.

La literatura oral, huelga repetirlo, ha sido el germen de nuestra civilización sensible. El hombre avanza porque recuerda. El hombre es social, entre otras cosas, porque al calor de la lumbre ha escuchado las verdades de los viejos, la disciplina del chamán, la comicidad del bufón.

Pero este recuerdo colectivo sería materialmente impensable sin una doctrina, sin el apoyo de una cantinela. La épica, los epinicios, toda la lírica sigue un sistema nemotécnico que alimenta la remembranza a base de música.

La tabla de multiplicar o las oraciones de misa, y aún la lista de los reyes godos, las aprendíamos en la niñez con esa cantinela, con un ritmillo machacón que ayudaba a concatenar las palabras y las frases con asonancia.

El pueblo andaluz, desde muy joven, ya practicaba el arte de la poesía. Se cuenta que la civilización perdida de Tartessos confeccionaba sus leyes de forma rimada.

Así se han ido creando cantares y repertorios. Así se han ido compilando cancioneros y gavillas de letras para dejar constancia.

Alguien dijo recientemente que se calculaban en ochocientas mil las coplas andaluza, de ellas unas doscientas mil en pleno uso. No puedo garantizar la veracidad de esta cifra, pero si buscamos, el pozo de la letra popular carece de fondo.

Y aquí está la palabra clave: popular. En lo popular se asienta nuestra sabiduría. El poema, la letra, la copla salida del pueblo tiene la simple grandeza de un monumento.

Bécquer escribía en El Contemporáneo: “la poesía popular es la síntesis de la poesía. El pueblo ha sido, y será siempre, el gran poeta de todas las edades”.

Manuel Ríos Ruiz, en Introducción al Cante Flamenco (1972), va más allá diciendo que “la copla que no hace el pueblo, difícilmente la canta el pueblo”.

Antonio Machado pone en boca de Juan de Mairena: “si vais para poetas cuidad vuestro folklore. Por­que la verdadera poesía la hace el pueblo. Entendámonos: la hace alguien que no sabemos quien es o que, en último término, podemos ignorar quién sea sin el menor detrimento de la poesía.

Pienso, lo he dicho bastantes veces, que lo mejor que le puede pasar a un poema es que deje de pertenecerte. La misma idea encuentro en un prólogo que con el tiempo (agosto de 1969) hizo Borges a Luna de enfrente, una obra de juventud de 1925. En él escrbía: "Poco he modificado este libro. Ahora, ya no es mío".

Estaba con Juan de Loxa, hará cinco o seis años, viendo un recital de cante. Cuando el cantaor abordó las alegrías, Juan me dijo: “Qué gracioso. Esa letrilla es mía”. Cantaba eso de: ¡Pan y trabajo! / Siempre se escapa el tiro / pa los de abajo. // ¡Que mala pata / no les saliera el tiro / por la culata!

2 comentarios

volandovengo -

Seguiremos profundizando, querido Jesús.

erizo 1/4 -

Excelente disgresión sobre un tema importante, de fondo, de base, como la tierra sobre la que se asienta la planta que no se ve, pero que es el pilar de todo.