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La leyenda de Egipto

La leyenda de Egipto

Mientras el pueblo gitano atraviesa Europa, ducho en imaginación y fortuna, quiso componer su leyenda y equipaje allá por donde pasaba. Así su pasado mítico le corría en paralelo. Así asombraban a gentes y lugares con su nobleza y el correr azul de su sangre.

Mil veces comentada hasta asumirla como veraz se asentaba la procedencia del 'Pequeño Egipto', de donde era originario el supuesto conde Juan. Solían presentarse ante las autoridades locales como príncipes de Egipto; duques o condes del 'Egipto Menor'. (De hecho, uno de los numerosos apelativos que se les ha dado sea el de gipsy —posible contracción del vocablo inglés egyptian—, al igual que han ido recogiendo variados apodos que hacen referencia a los distintos lugares donde se asentaban temporalmente, como zíngaro o bohemio.) Los pueblos en principio quedaban fascinados con esos cuentos que ilustraban con fulgentes ropas irisadas y oropeles por doquier.

Bernard Leblón, en Los gitanos en España. El precio y el valor de la diferencia (1993), lo cuenta así: “La extraña apariencia de esta gente venida de otras tierras no dejaba de embelesar a los mirones de todos los países occidentales. Sorprende su atavío —esas largas mantas abigarradas sujetas al hombro, a la manera de capas—, el largo de sus cabellos, la oscuridad de su piel, las grandes argollas que llevan en las orejas y la insólita toca de las mujeres: turbante oriental sobre un armazón de mimbre”.

Para los gitanos esta hagiografía suponía una herramienta defensiva y un salvoconducto que si no era totalmente creído, se les otorgaba el beneficio de la duda. No obstante, de tanto alimentarla, el verdadero origen del pueblo rom quedó diluido.

Dentro de su exótico principio, se vendían como adivinadores, tarotistas y quirománticos, componedores de hechizos y pócimas) herederos fehacientes de los restos exhumados de la triste Biblioteca de Alejandría arruinada tras un incendio en el año 47 de nuestra era. (Este templo del saber fue erigido en el siglo III a.C. por Ptolomeo I y, según los historiadores, albergaba entonces unos 700.000 libros.)

Aparte de esto, desempeñaban oficios tradicionales, que iban desde agricultores hasta obreros manuales —artesanos del mimbre, de la cestería y la forja, caldereros, esquiladores—, algunos desaparecidos. También se dedicaban a la compra-venta de caballos (la figura del chalán) en las antiguas ferias de ganado, o de otras mercaderías en bazares y mercadillos.

Por otra parte se enrolaban como soldados mercenarios en cualquier ejército. Pero sobre todo eran artistas: bailarines, músicos, cantantes, malabaristas o hacían danzar a un oso, una mona o una cabra, que ha trascendido con el nombre de Mariana, del que hay un estilo flamenco cercano a los tangos.

Entre los libros que los antepasados de los gitanos supuestamente habrían conseguido rescatar de la quema alejandrina, que les daba el conocimiento y el poder de conocer el futuro o realizar hechizos y sortilegios, estaba El Libro de Enoch, expurgado de la Biblia por detallar el castigo de los ángeles rebeldes por haberse unido sexualmente con las hijas de los hombres (durante la helenística, autores como Filón de Alejandría identificaron a los extraños ‘hijos de Dios’, mencionados en el Génesis, con ángeles caídos por culpa del deseo sexual); y el Libro de Thot, que reunía el saber secreto de los sacerdotes egipcios y, cuyo contenido, dio lugar a las cartas del Tarot.

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