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Gitanos

El idioma de los gitanos

El idioma de los gitanos

Una de las teorías sobre el origen de los gitanos en el norte de la India alrededor del año 1000, y su posterior éxodo, es la idiomática.

El romaní es el conjunto de variedades lingüísticas propias del pueblo gitano (rom), surgido de los dialectos pácritos (claramente relacionados con el sánscrito clásico) hablados entre el año 500 a.C y 1000 d.C. en la India y Pakistán.

Hasta esa fecha las lenguas indoarias tenían tres géneros: masculino, femenino y neutro, como tuvo el romaní.

Manuel Cáliz Córdoba, en El enigma de la raza gitana, comenta que los habitantes de la zona del Punjab se denominaban rajatanos, “que, como puede observarse, es muy cercana a gitanos”. Cáliz basa su argumentación en coincidencias, además de lingüísticas, fisonómicas: «estatura media, rostro alargado, pómulos salientes, labios gruesos, nariz delgada, cabello negro y lacio, ojos negros y vivos, tez morena y bronceada y tórax estrecho». También hace mención a la semejanza organizativa en “tribus y castas”, entendiendo la familia como la unidad básica de supervivencia. (Françesc Botey dirá que “la patria del gitano es la propia sangre”, y Félix Grande explica que “la familia es la patria que le queda a los miserables”.)

A este respecto, Juan de Dios Ramírez Heredia, primer Diputado de raza gitana de la historia española, de 1977 a 1986, escribe entre sus numerosos alegatos a la defensa de su pueblo: «obsérvese el siguiente hecho original que se da entre los gitanos de todo el mundo. Tan convencidos estamos de los lazos de unión familiar que nos unen a todos los componentes de la raza, que tratándose de individuos de edad parecida nos llamamos entre sí ‘primos’, y, si somos de edades muy diferentes, el más joven llamará ‘tío’ o ‘tía’ al mayor, y éste le dirá ‘sobrino’ o ‘sobrina’ al menor. Y normalmente, para llamarnos la atención unos a otros, no acostumbramos a usar las expresiones vulgares ‘oye tú’ o ‘fulano, atiende’, sino que nos interpelamos mutuamente llamándonos ‘pariente’».

El romaní, como vemos,  parte de la lengua indoeuropea, pero se enriquece con palabras prestadas de las lenguas que se hablaban en los países por los que los gitanos fueron pasando: del persa, del kurdo, del armenio y del griego...

Johann Christian Christoph Rudiger lo confirma y, en 1782, puso de manifiesto la similitud del romaní con el hindustaní y otras lenguas indoarias del norte de la India y Pakistán. Posteriormente estudios genéticos han demostrado que las poblaciones gitanas poseen frecuencias en ciertos tipos de cromosoma Y y en el ADN mitocondrial que sólo se dan en la India al igual que ciertas enfermedades genéticas muy características de esa localización geográfica. Se ha llegado a la conclusión de que ambas poblaciones se separaron hace unas cuarenta generaciones.

Hoy en día el romaní es hablado en Europa, oeste de Asia, norte de África y América. El caló, también conocido como zincaló o romaní ibérico, se usa en España, Francia, Portugal y Brasil (una población total estimada entre 65.000 y 170.000 personas). Posee una marcada influencia de las lenguas romances con las que convive; fundamentalmente del castellano y, en mucha menor medida, del euskera (que no es romance). Tiene varios dialectos: caló español, caló catalán, caló occitano (extinto), caló vasco o erromintxela, caló portugués, caló angoleño y caló brasileño.

El primer documento conocido en caló es un manuscrito del siglo XVIII titulado Jerigonza. Fue hallado en la Biblioteca Nacional de Madrid y publicado por el filólogo inglés John Hill en 1921. Recientemente ha sido revisado por el catedrático Ignasi Xavier Adiego, de la Universidad de Barcelona. Marcelo Romero Yantorno, en Del romanó al caló: seis siglos de lengua gitana en España, comenta: «La fonología de este Caló temprano ya muestra influencia del dialecto andaluz , y es evidente que la lengua descrita aquí ya es Caló y no Romaní porque por caso los verbos aparecen con la terminación española de infinitivo, tal como hoy en día».
Por su parte, el vocabulario oficial u oficioso, español (y latinoamericano), también ha incorporado palabras del caló. Los ejemplos más conocidos (sobre todo en ciertos círculos) son: bajañí (‘guitarra’), biruji (‘frío’), boliche (‘casino’, ‘bar’), bulo (‘embuste’), camelar (‘querer’, ‘seducir’), chaval (de chavalé, vocativo de chavó, ‘chico’, originalmente ‘hijo’), chingar (‘fornicar’), chola (‘cabeza’), chungo (‘difícil’), churumbel o chaborrí (‘niño’, ‘bebé’, ‘hijo’), chusma (‘muchedumbre’), coba (‘persuadir’), curda (‘borrachera’), currar (‘trabajar’), duquelas (‘preocupaciones’, ‘fatigas’), espichar (‘fallecer’), fetén (‘excelente’), gachí (‘mujer’), gachó (de gadjó, ‘hombre’), gili (‘tonto’), jalar (‘comer’), jeta (‘hocico’, ‘cara’), jiñar (‘defecar’), lache (‘vergüenza’), longui (cándido’), mangar (‘robar’), menda (‘yo’), molar (‘gustar’), ojana (’hipocresía’), oropéndola (‘ilusión’), parné (‘dinero’), pinrel (de pinré, ‘pie’), pirarse (de pira, ‘fuga’, ‘huida’), postín (‘lustre’), paripé (‘fingimiento’), piltra (‘cama’), pitingo (‘presumido’), sandunga (‘gracia’), tasca (‘taberna’).

También he encontrado un nombre propio: Tamara, que es el nombre la virgen María.

* La comunidad romaní de Serbia celebra, en mayo de 2011, la edición del Evangelio según San Marcos en su lengua.

La Gran Redada (s. XVIII)

La Gran Redada (s. XVIII)

Felipe V, el primero de los Borbones en España, dictó una pragmática en 1717 para conseguir la integración del pueblo gitano “desde arriba”, basada en tres puntos principales. En primer lugar, aunque ya existía precedente en el reinado anterior (1695), era preciso elaborar un censo, que sirviese para controlar mejor la población gitana. En él se debía incluir el nombre, la edad y el oficio, así como su modo de vida y los animales y armas que poseyesen. (La mayor densidad de gitanos se encontraba en Cataluña y en Andalucía.) 

Seguidamente, el único trabajo que les era permitido estaba relacionado con la agricultura. Y, en tercer lugar, se señalaban de forma expresa las ciudades donde los gitanos se avecindasen y se especificaba que no podían salir de ellas sin permiso de la justicia. Este último punto obligaba a las familias, que ya estaban asentadas y enraizadas en determinados lugares, que mudasen su vecindad.

Para mayor abundamiento, a los gitanos se les excluía también del derecho a recurrir contra las decisiones de la Justicia; el derecho a la ocupación de cargos públicos; el derecho a casarse entre ellos; el derecho a llevar a cabo sus propias fiestas y ceremonias; o el derecho a hablar el caló. 

El monarca dio instrucciones a todos los comandantes generales, gobernadores, corregidores y justicias para que “los que se llaman gitanos de cualquier clase o condición, que sean casados o solteros, en quien no concurran los requisitos de haber vivido arreglados a las reales pragmáticas, decretos, providencias del consejo, aunque tengan ejecutorias, declaraciones de castellanos viejos, se apliquen a trabajar a las obras públicas o Reales, en cualquier destino bajo las órdenes y providencias que tuviere por conveniente a estos fines y a su seguridad, y al que huyere, sin mas justificación, se le ahorque irremisiblemente”.

El 30 de julio de 1749 el ‘pacífico’ rey Fernando VI, el de paz con todos, guerra con ninguno, autorizó la Gran Redada, también conocida como Prisión general de gitanos, organizada en secreto por el marqués de la Ensenada, puesta en marcha simultáneamente en todas las Capitanías del territorio español, que supuso la detención de entre nueve y doce mil gitanos: “arrestar y extinguir, decía la orden, sin excepción de sexo, estado, edad, o reserva con respecto a refugio alguno al que se hayan acogido”.

La Gran Redada fue un miércoles negro en la historia de los gitanos: la prisión general de los gitanos cargados con cadenas y grilletes, llevada acabo por D. Gaspar Vázquez Tablada, obispo de Oviedo y Gobernador del Consejo de Castilla, con la imprescindible colaboración del ejército, llevaron cautivas a las 881 familias gitanas avecindadas y censadas en España.

Separaron en grupos: en el primer grupo estaban las mujeres y los niños menores de 12 años; el segundo grupo lo formaron los niños de 12 hasta 15 años; y, con los hombres y los niños de más de 15 años, se formó el tercer grupo. De esta forma llevaron acabo las separaciones conyugales.

Esta medida no tenía otro motivo que ‘extinguir’ un colectivo humano.

Los que no fueran mujeres ni niños menores, se les obligaba a trabajos forzados en las minas y arsenales. 14.000 gitanos, se calcula, fueron ‘internados’ en las minas de Almadén y en los arsenales de Cartagena, de Cádiz (La Carraca) y de El Ferrol (La Graña). Los más pequeños tampoco se libraron bajo el pretexto de que “aprendieran algún oficio”.

Por esos años (19 de julio 1749), el jesuita Padre Francisco Rávago, confesor de Fernando VI decía: “Me parece bien los medios que propone (el gobernador del Consejo) para extirpar esta mala raza de gentes, odiosa a Dios y perniciosa a los hombres. Grande obsequio hará el Rey a Dios nuestro Señor si lograse extinguir a esa gente”.

María Helena Sánchez Ortega, en Historia de una represión (Historia 16, febrero 1978), dice: “Apenas trasladados los gitanos a los arsenales y minas comenzaron las reclamaciones solicitando su libertad. Justificaban su vida ordenada, estar legítimamente casados, educar cristianamente a sus hijos, vivir de acuerdo con las Pragmáticas, etc”. Y no sólo eran los gitanos los que protestaban. Según Bernard Leblón, en Los gitanos en España. El precio y el valor de la diferencia (1987), escribe: “Son muchas las aldeas andaluzas que reclaman a sus herreros, sus prensadores de aceituna y sus panaderos, cuya ausencia paraliza la vida de la comarca”.

Fernando VI, ante estas protestas, no tuvo más que dictar una nueva pragmática (28 de octubre de 1749), que permitía la puesta en libertad de todos los que probasen su ‘vida arreglada’ a través de informes secretos emitidos por la justicia y los párrocos de las localidades.

Persecución de los gitanos: siglo XII

Persecución de los gitanos: siglo XII

El siglo XVII comienza oscuro para el pueblo gitano. La otredad intimida y es vista con ojos de miedo y denuncia. Los Reyes Católicos, con su pragmática y sus leyes, han querido acabar con esta distinción. En vista del fracaso en echarlos, se intentó asimilarlos, pero con unas condiciones. Quienes no sean buenos cristianos, que cumplan los deberes para con Dios y la Corona serán expulsados o condenados a cien latigazos, a que le corten las orejas o a servir como galeotes. El nomadismo, la vida errante, la ley propia o vivir sin ley alguna están mal vistos, están perseguidos, están penados.

En 1619, el legislador Sancho de Moncada, decía: “los que andan por España no son gitanos, sino enjambres de zánganos y hombres ateos y sin ley, ni religión alguna: españoles que han introducido esta vida o secta del gitanismo, y que admiten a ella cada día gente ociosa y rematada”.

Las Cortes de Castilla, en ese mismo año, argumentaron que “una de las cosas más dignas de remedio que al presente se ofrece en estos reinos, es ponerle en los robos, hurtos y muertes que hacen los gitanos que andan vagando por el reino, robando el ganado de los pobres, y haciendo mil insultos, viviendo con poco temor de Dios, y sin ser cristianos más que en el nombre”. Y advierten: “Se pone por condición que su majestad mande salgan fuera de estos reinos dentro de seis meses desde el otorgamiento del servicio de esta escritura, y que no vuelvan a él so pena de muerte”. 

En Pamplona, en 1628, se publica una ley según la cual los gitanos no pueden estar en este reino so pena de doscientos azotes y cinco años de galeras; y las gitanas, pena de cien azotes y destierro perpetuo.

El 8 de mayo de 1633, Felipe IV, dicta la siguiente pragmática: “estos que se dicen gitanos ni lo son por origen, ni por naturaleza, sino porque han tomado esta forma de vivir para tan perjudiciales efectos como se experimentan, y sin ningún beneficio de la república: que de aquí adelante ellos, ni otros algunos, así hombres como mujeres, de cualquier edad que sean, no vistan ni anden con traje de gitanos, ni usen la lengua, ni se ocupen en los oficios que les están prohibidos y suelen usar, ni anden en ferias, sino que hablen y vistan como los demás vecinos de estos reinos, y se ocupen en los mismos oficios y ministerios, de modo que no haya diferencia de unos a otros: pena de doscientos azotes y seis años de galeras a los que contravinieren en los casos referidos”. También dictó el mismo rey: “para extirpar de todo punto el nombre de gitanos, mandamos que no se lo llamen, ni se atreva ninguno a llamárselo, y que se tenga por injuria grave, y como tal sea castigada con demostración; y que ni en danzas, ni en otro acto alguno, se permita acción ni representación, traje, ni nombre de gitanos”.

Estas leyes y la condena a galeras se fueron endureciendo, sin mediar juicio alguno, a resultas de las guerras marítimas de aquella época. En un primer momento se encadenaba a los gitanos indiscriminadamente, aunque más tarde fueron exceptuados los que no mantenían su vida nómada, que estuviesen avecinados.

Antonio Luis Cortés Peña Caso cuenta el caso extremo, ocurrido en 1682, con los hermanos Sebastián y Manuel Avendaño, de Aranda de Duero, quienes “fueron condenados por el corregidor de Palencia, con aprobación de la chancillería de Valladolid, a seis años de galeras por sólo decir que eran gitanos y hablaban lengua jerigonza”.

A finales de siglo, Carlos II sería particularmente diligente en las tareas de acumular castigos y le señalaría una lista de sólo 41 ciudades donde habría de asentarse todos. Prohibiría a los gitanos el uso de armas y el ejercicio de toda profesión que no fuera la de la agricultura.

A raíz de estas persecuciones, muchos gitanos fueron a trabajar a las minas y a vivir en casas construidas en cuevas de montañas, compartiendo suerte y condición con cientos de judíos, musulmanes y otros paganos se habían refugiado huyendo de las reconversiones forzosas llevadas a cabo por los gobernantes y la iglesia.

Muchas familias flamencas en la actualidad se encuentran todavía en barrios y ciudades que sirvieron de refugio para los gitanos: Alcalá, Utrera, Jerez, el barrio de Triana o el Sacromonte.

* Galeotes.

Persecución de los gitanos: primera pragmática

Persecución de los gitanos: primera pragmática

Al principio, cuando llegó el pueblo gitano a la Península, fue bien tratado, hubo buen entendimiento entre razas y culturas durante más de medio siglo. Pero el cambio de la actitud de las autoridades españolas hacia ellos, no tardaría mucho tiempo en llegar. Un hecho definitivo en este cambio de actitud se produjo por el fuerte crecimiento del número de gitanos, debido a la entrada masiva de contingentes gitanos desde Constantinopla tras la invasión islámica en 1453. Ante esta masificación, las ayudas y las limosnas, que eran habituales, pasaron a ser menos generosas.

Poco después surgió el rechazo y el recelo. Desconfianza agravada por el desenmascaramiento de su falsa nobleza y por la vida nómada y disoluta que adoptaron, inclinada al hurto y al engaño.

Las protestas de un pueblo acostumbrado a otros usos proliferaron por todas partes, lo que condujo a los Reyes Católicos a dar una respuesta a este problema. Además, por otra parte, los monarcas, como en el resto de Europa, pretendían el absolutismo y la unidad política y religiosa.

Así, en nombre de la fe, los Reyes Católicos y la Iglesia a través de su “policía política”, la Inquisición (creada en 1480), ponen en pie los pilares ideológicos de la homogeneidad cultural: un único y absoluto poder político, una única religión, una única lengua, una única cultura y por consiguiente una única manera de ser y sentir.

Pero la represión no llegó exactamente por causas religiosas sino por su forma de vida, por su comportamiento cotidiano, pues los gitanos iniciaron actividades poco convencionales, en ocasiones al margen de la ley, pues no querían abandonar su modus vivendi.

Otro motivo, según Jules Klein, fue debido a las repetidas quejas del “Honrado Concejo de la Mesta”, pues los grupos de gitanos chocaban económicamente con los intereses de los ganaderos trashumantes de Castilla.

En principio, los Reyes Católicos les dieron un plazo de dos meses para que tomaran un domicilio fijo, adoptaran un oficio y abandonasen su forma de vestir y sus costumbres, so pena de expulsión o esclavitud, para encontrar la unificación de los súbditos en toda la Península.

En concreto el 4 de marzo de 1499, los Reyes Católicos dictaron una Pragmática en Medina del Campo, que describía con detalle los castigos a los que serían sometidos los gitanos que trasgredieran las Leyes del Reino: el destierro para aquellos gitanos que no se convirtieran en sedentarios, y que no volvieran al reino de manera alguna, y si fueren hallados en el reino, o tomados sin oficio, o juntos, pasados sesenta días que les den a cada uno cien azotes y les destierren perpetuamente, y si por segunda vez son hallados, que les corten las orejas, y si por tercera vez, sean cautivos.

La Pragmática dictada por Isabel y Fernando, recogida en la Novísima Recopilación (Libro XII, título XVI), dice así: Mandamos a los egipcianos que andan vagando por nuestros reinos y señoríos con sus mujeres e hijos, que del día que esta ley fuera notificada y pregonada en nuestra corte, y en las villas, lugares y ciudades que son cabeza de partido hasta sesenta días siguientes, cada uno de ellos viva por oficios conocidos, que mejor supieran aprovecharse, estando atada en lugares donde acordasen asentar o tomar vivienda de señores a quien sirvan, y los den lo hubiese menester y no anden más juntos vagando por nuestros reinos como lo facen, o dentro de otros sesenta días primeros siguientes, salgan de nuestros reinos y no vuelvan a ellos en manera alguna, so pena de que si en ellos fueren hallados o tomados sin oficios o sin señores juntos, pasados los dichos días, que den a cada uno cien azotes por la primera vez, y los destierren perpetuamente destos reinos; y por la segunda vez, que les corten las orejas, y estén sesenta días en las cadenas, y los tornen a desterrar, como dicho es, y por la tercera vez, que sean cautivos de los que los tomasen por toda la vida.

A esta pragmática se sumaron más de veinte pragmáticas Reales y decretos del Consejo de Castilla; un sinfín de edictos en Aragón, Cataluña, Navarra, Valencia y Granada; y una veintena de leyes de Portugal hasta los tiempos de Carlos III. Cada monarca en nuestro país intentó deshacerse del pueblo gitano, aunque afortunadamente ninguna de estas medidas tuvo el éxito pretendido.

Dice el historiador George Borrow que “quizás no haya un país en el que se hayan hecho más leyes con miras de suprimir y extinguir el nombre, la raza y el modo de vivir de los gitanos como en España”.

* Algún gitano habría entre la cadena de galeotes que liberó funestamente don Quijote.

Período de aceptación de los gitanos

Período de aceptación de los gitanos

Podríamos considerar tres períodos fundamentales en la vida de los gitanos. El primero comienza con su aparición en España, en 1425, que durará hasta que sale a la luz la primera ley en contra de ellos, en el año 1499. El segundo está caracterizado por la persecución del pueblo gitano y se extiende de 1499 a 1783, fecha en la que los gitanos son reconocidos como ciudadanos españoles. El tercer período, de 1783 hasta nuestros días, se caracteriza por una teórica igualdad ante la ley, pero también por una desigualdad social y económica.

Al principio, los gitanos fueron bien acogidos. A su paso fueron encontrando por parte de los señores benevolencia, ayuda, comida, ropas y regalos. Vivían con libertad y no sólo no eran rechazados, sino que los campesinos y aldeanos, les miraban con simpatía y comerciaban con ellos. Incluso quedan exentos del pago de los derechos de cancillería. Sus habilidades artesanas y su facilidad para entretener y divertir y eran apreciadas (forja, buenaventura, cestería, hechicería, empleo de hierbas curativas, uso de animales amaestrados, cantos y bailes…).

El primer documento que atestigua la presencia de los gitanos en España, como sabemos, data del 12 de enero de 1425, cuando Alfonso V, el Magnánimo, rey de Aragón da un salvoconducto, una cédula de paso, a Juan, conde de Egipto Menor, líder de una comunidad gitana, para viajar por sus tierras durante un trimestre para que sea bien tratado y acogido. Cuatro meses más tarde, este mismo rey autoriza a Thomás de Egipto a transitar y morar por el reino.

Teresa San Román, escribe en Vecinos gitanos (1976): “la ley llamada Paz del Camino se aplicaba a cualquier persona que se dirigía en peregrinación hacia Santiago, especialmente a través de la ruta francesa; por esta ley se garantizaba a los peregrinos su seguridad personal y solamente el Rey se reserva el derecho de intervenir en aquellas ofensas contra la ley que pudieran ocurrir sobre tales rutas”.

En Memoria del flamenco (1979), Félix Grande, incide: “hemos de tener en consideración que en aquella época la cristiandad europea, y en no menor medida la de la península Ibérica, tenía por hábito, incluso por deber espiritual, el ayudar a caminantes, penitentes o peregrinos que dijesen dirigirse a los santos lugares”.

Efectivamente, desde mediados del siglo XV, circulan en grupos de cuarenta a cien personas conducidos por personajes que se dicen ‘condes’ ‘marqueses’, ‘duques’ o ‘voïvodas’, de tez morena, los hombres llevan barba y pelo largo, aretes en las orejas, las mujeres turbante, anillos y aretes y otros adornos. Exhiben cartas o salvoconductos de algún rey europeo o peninsular y bulas del Papa, afirmando que se les ha impuesto una romería penitente de siete años y que van a Santiago de Compostela.

El día 27 de abril de 1435, de acuerdo con el documento firmado en el Palacio Real de Olite por la Reina Blanca de Navarra, que se conserva en el Archivo General de Navarra, se atestigua, que los gitanos habían llegado al Reino para cumplir una penitencia impuesta por el Papa. También hay constancia de su llegada al puerto de Barcelona, el 11 de junio de 1447; el 23 de marzo de 1460 a Zaragoza; el 29 de mayo de 1484 a Ampurias, etc.

El condestable don Miguel Lucas de Iranzo, el 22 de noviembre de 1462, recibe en Jaén a dos condes del Pequeño Egipto con bastantes familias (uno don Tomás e el otro don Martin, con fasta çient personas de ombres e mugeres e niños, sus naturales e vasallos) y, antes de su marcha, los colma de regalos y les entrega una suma considerable para el viaje.

En 1470 el mismo Condestable acoge a otro grupo de cuarenta gitanos en Andujar, y algo similar sucede en Cazalla. Sucesos semejantes tuvieron lugar en otras ciudades andaluzas.

(Los gitanos encuentran en Andalucía el perfecto caldo de cultivo para desarrollar su arte, pues esta región atesora un impresionante poso cultural, artístico y científico, debido a casi ochocientos años de mezcla de culturas árabes, judías y cristianas.)

Pronto se les ve en la comitiva procesional de diversas fiestas del Corpus (en Guadalajara, en 1478 y, poco después, en Segovia, en Toledo…) danzando, tocando tamboriles, panderos y sonajas.

Todavía, en 1480, los Reyes Católicos extienden un salvoconducto a don Jacobo, conde de Egipto Menor, para facilitarle su peregrinación a Compostela.

Así, durante sesenta años, los gitanos mantuvieron buena convivencia con los viejos inquilinos. Pero no tardaron mucho tiempo las autoridades españolas para cambiar de actitud, posiblemente por la entrada masiva de gitanos en el suelo peninsular. A partir de la década de los 80 arribaron a nuestra tierra enormes contingentes de gitanos que habían salido de Constantinopla tras la invasión islámica en 1453. Ante esta masificación las ayudas y las limosnas pasaron a ser menos generosos. Poco después surgió el rechazo.

Rechazo debido, además de a la masificación, al desenmascaramiento de su leyenda y su vida de fortuna y engaño. Las protestas proliferaron obligando a los Reyes Católicos a buscar solución a este problema con las primeras leyes opresoras.

Félix Grande, en la obra citada, lo explica de esta manera: “el embuste defensivo no podía durar eternamente. Las diferencias de identidad cultural, los cambios estamentales que en aquel siglo se produjeron con frenética velocidad, y la frecuente desconfianza popular contra aquellas tribus que, entre sus muchas habilidades, contaban con las del hurto y el engaño, harían desembocar una breve época de placidez en otra, más vasta, de persecución y castigo”. 

José Carlos Arévalo, en 1972, por su parte, cuenta que “la Historia no fue tolerante con su burla, y castigó eternamente su original pecado de falsificación (…). En seguida se descubrió que los gitanos eran los invitados falsos. Su exótico semblante, su connivencia con la magia, sus espejismos heréticos provocaron alerta”. 

Recordemos que a finales del siglo XV se estaban formando en Europa occidental los nuevos estados de monarquías absolutas, basados sobre todo en la homogeneidad de los súbditos de un mismo monarca. Los vientos europeos están cargados de intolerancia y España estaba con ellos. Los Reyes Católicos crearon el tribunal del Santo Oficio en 1480; después, tras la conquista de Granada, vino la expulsión de los judíos, en 1492; y, ya entrado el siglo XVI, la de los moriscos, en 1502.

Esta represión, naturalmente, llegó al pueblo gitano. En este caso el trato represivo no sería por causas religiosas sino por su forma de vida, por su comportamiento al margen de la ley y su modo de vivir, pues las comunidades sedentarias nunca han tolerado el nomadismo.

Los gitanos entran en España

Los gitanos entran en España

Existen dos teorías sobre el arribo de los gitanos a la Península. Una, que podíamos llamar convencionalmente pirenaica, y la otra, africana.

La primera de ellas no tiene fisuras. Es la entrada por Cataluña a través de los Pirineos en el siglo XV, después de su periplo oriental a través los pueblos europeos. Desde la India penetran en el continente por Persia y por Rusia.

No cabe duda de esta incursión por las huellas habidas, por el poso documental que los contempla.

El primer documento que atestigua su presencia en España data del 12 de enero de 1425 (a comienzos de 2014 se cumplirán 589 años), cuando Alfonso V, el Magnánimo (1416-1458), rey de Aragón ofrece un salvoconducto, una cédula de paso, a un tal Juan, conde de Egipto Menor, líder de una comunidad gitana, para viajar por sus tierras durante un trimestre.

La segunda teoría es una hipótesis creíble, aunque no suficientemente documentada, por no decir ausente de restos. Cuenta que el pueblo romaní, pasando por el norte de África, desde Egipto, a través de Libia, Túnez, Argelia y Marruecos, daría origen, en el siglo XIV, a los gitanos de España (por la atracción de la España musulmana), e incluso a los del sur de Francia. Es difícil suponer que si hubieran saltado el charco no hayan dejado huella, habría documentación sobre dos entradas distintas. Aunque es dable, sobre todo por la herencia que portaba este pueblo, que la teoría africana sea aceptada.

De esta forma, ¿sería posible que cuando los gitanos, provenientes del norte, entraran en Andalucía, se encontraran con los gitanos que ya estaban aquí?

Las primeras manifestaciones documentadas en Andalucía, sin embargo, parten de tierra adentro, de la provincia de Jaén. Data del 22 de noviembre de 1462. Año en que el condestable don Miguel Lucas de Iranzo, recibe en Jaén con gran acogida a dos condes del Pequeño Egipto con bastantes familias (uno don Tomás e el otro don Martin, con fasta çient personas de ombres e mugeres e niños, sus naturales e vasallos) y, antes de su marcha, los colmó de regalos y les entregó una suma considerable para el viaje.

Jean-Paul Clébert, en su obra Los gitanos (1965), escribe con cautela: “es muy probable que estos nómadas conseguirían proseguir su camino por la costa norte de África hasta Gibraltar (…), pero ¿dónde hallar pruebas evidentes de la presencia de los gitanos en África? Fuera de Egipto, se les señala en Etiopía, Sudán, Mauritania y el Norte de África. Pero al parecer nadie los ha estudiado”.

En 1870, Francisco de Sales Mayo, con el nombre de El Gitanismo, reedita el Diccionario gitano, escrito por Francisco Quindalé en 1867, donde dice: “Los musulmanes pudieron venir seguidos de estas mismas hordas auxiliares, primeros gitanos que, confundidos con la chusma sarracena, no hubieron de fijar una atención especial de parte de los españoles hasta después de la conquista de Granada, cuando empezó a predominar la política del arzobispo Jiménez de Cisneros contra las razas de Oriente”.

Por la misma época (1898), Rafael Salillas comenta en Hampa: “En su concep­to, y sin pruebas que lo justifiquen, los gitanos entran en España por las costas de Andalucía... Todo esto, ade­más de los itinerarios conocidos y de la documentación histórica que lo comprueba, habla en contra de la entrada por Gibraltar y las costas de Andalucía, sobre todo supo­niéndola en tal número que de ella deriven los gitanos existentes”.

Arcadio Larrea (El flamenco en su raíz, 1974) argumenta además que “las condiciones precarias en que vivía el reino de Granada no se ofrecen atractivas para gente nómada y libre”.

Más antiguo en el tiempo son estas declaraciones de Pedro Salazar Mendoza, en el memorial Del hecho de los Gitanos, de 1618: “Decir que vinieron con los moros, como alguno ha dicho, no tiene, al parecer, fundamento, pues nunca se ha hecho mención de ellos en nuestras historias”.

Así pues, la teoría africana seguirá siendo una incógnita hasta que no aparezcan datos que la respalden, aunque su autenticidad es verosímil y harto atractiva.

* Pintura de una familia Gitana Española, Sorokin (1853).

La leyenda de Egipto

La leyenda de Egipto

Mientras el pueblo gitano atraviesa Europa, ducho en imaginación y fortuna, quiso componer su leyenda y equipaje allá por donde pasaba. Así su pasado mítico le corría en paralelo. Así asombraban a gentes y lugares con su nobleza y el correr azul de su sangre.

Mil veces comentada hasta asumirla como veraz se asentaba la procedencia del 'Pequeño Egipto', de donde era originario el supuesto conde Juan. Solían presentarse ante las autoridades locales como príncipes de Egipto; duques o condes del 'Egipto Menor'. (De hecho, uno de los numerosos apelativos que se les ha dado sea el de gipsy —posible contracción del vocablo inglés egyptian—, al igual que han ido recogiendo variados apodos que hacen referencia a los distintos lugares donde se asentaban temporalmente, como zíngaro o bohemio.) Los pueblos en principio quedaban fascinados con esos cuentos que ilustraban con fulgentes ropas irisadas y oropeles por doquier.

Bernard Leblón, en Los gitanos en España. El precio y el valor de la diferencia (1993), lo cuenta así: “La extraña apariencia de esta gente venida de otras tierras no dejaba de embelesar a los mirones de todos los países occidentales. Sorprende su atavío —esas largas mantas abigarradas sujetas al hombro, a la manera de capas—, el largo de sus cabellos, la oscuridad de su piel, las grandes argollas que llevan en las orejas y la insólita toca de las mujeres: turbante oriental sobre un armazón de mimbre”.

Para los gitanos esta hagiografía suponía una herramienta defensiva y un salvoconducto que si no era totalmente creído, se les otorgaba el beneficio de la duda. No obstante, de tanto alimentarla, el verdadero origen del pueblo rom quedó diluido.

Dentro de su exótico principio, se vendían como adivinadores, tarotistas y quirománticos, componedores de hechizos y pócimas) herederos fehacientes de los restos exhumados de la triste Biblioteca de Alejandría arruinada tras un incendio en el año 47 de nuestra era. (Este templo del saber fue erigido en el siglo III a.C. por Ptolomeo I y, según los historiadores, albergaba entonces unos 700.000 libros.)

Aparte de esto, desempeñaban oficios tradicionales, que iban desde agricultores hasta obreros manuales —artesanos del mimbre, de la cestería y la forja, caldereros, esquiladores—, algunos desaparecidos. También se dedicaban a la compra-venta de caballos (la figura del chalán) en las antiguas ferias de ganado, o de otras mercaderías en bazares y mercadillos.

Por otra parte se enrolaban como soldados mercenarios en cualquier ejército. Pero sobre todo eran artistas: bailarines, músicos, cantantes, malabaristas o hacían danzar a un oso, una mona o una cabra, que ha trascendido con el nombre de Mariana, del que hay un estilo flamenco cercano a los tangos.

Entre los libros que los antepasados de los gitanos supuestamente habrían conseguido rescatar de la quema alejandrina, que les daba el conocimiento y el poder de conocer el futuro o realizar hechizos y sortilegios, estaba El Libro de Enoch, expurgado de la Biblia por detallar el castigo de los ángeles rebeldes por haberse unido sexualmente con las hijas de los hombres (durante la helenística, autores como Filón de Alejandría identificaron a los extraños ‘hijos de Dios’, mencionados en el Génesis, con ángeles caídos por culpa del deseo sexual); y el Libro de Thot, que reunía el saber secreto de los sacerdotes egipcios y, cuyo contenido, dio lugar a las cartas del Tarot.

El pueblo gitano camina hacia Europa

El pueblo gitano camina hacia Europa

Las invasiones de los hunos, de los árabes o de los mongoles de la India, combinados con las hambrunas, los desórdenes y la esperanza de encontrar unas mejores condiciones de vida en otras tierras motivaron el desplazamiento de los gitanos hacia occidente, atravesando el Bósforo y llegando a Europa.

Grecia y Armenia fueron importantes cabezas de puente en este paso desde su sede oriental hacia el continente europeo.

A mediados del siglo XIV se detectan ya asentamientos gitanos en casi todas las islas del Mediterráneo y en la Grecia continental. Según algunos autores, el primer territorio europeo que pisaron los romà fue la isla griega de Corfú a principios de este siglo. Poco a poco se fueron extendiendo por toda Europa.

Bernard Leblón, en Los gitanos en España. El precio y el valor de la diferencia, lo cuenta así: “No fue un incesante caminar, sino que avanzaron con cierta parsimonia, en sucesivas etapas, hasta alcanzar en el siglo XIV las regiones de Asia Menor, Grecia y los Balcanes. Algunas de estas regiones eran denominadas como Pequeño Egipto Menor”.

En 1424 habían llegado a Alemania y antes de que terminara el siglo se habían dispersado por todo el continente y las islas británicas.
Aunque en principio no fueron recibidos mal en todas partes, en el Imperio alemán pronto se les consideró espías enemigos por su peculiar forma de presentarse como príncipes extranjeros peregrinos.

No obstante se las arreglaron para conseguir salvoconductos del emperador alemán o del mismo Papa Martín V que les permitían recorrer en paz la cristiandad. En cualquier caso, su forma de vida hizo que en el siglo XVI estuviesen perseguidos prácticamente en todo el continente.

Jean-Paul Clébert escribe, en Los gitanos (1965), “A partir de 1761, María Teresa, entonces reina de Hungría y de Bohemia, trató de sedentarizarlos. Empezó a bautizarlos con el nombre de neo-húngaros o neo-colonos, considerando el calificativo de gitano insultante. Les prohíbe dormir bajo sus tiendas, elegir sus propios jefes, utilizar su idioma y casarse si no podían mantener una familia. Los hombres fueron obligados a cumplir el servicio militar y los niños a frecuentar las escuelas (…). Los medios que se emplearon no fueron demasiado suaves. Una inteligente viajera que recorrió la Europa central del siglo XIX nos ha dejado en su Viaje a Hungría imágenes lastimosas  respecto a la aplicación de esta política: ‘fue un día espantoso para esta raza, y que ellos aún recuerdan con horror. Carretas escoltadas por piquetes de soldados aparecieron por todos los puntos de Hungría en que había gitanos; les arrebataron a los hijos, desde los que acababan de ser destetados hasta las jóvenes parejas de recién casados, ataviados todavía con sus trajes de boda. La desesperación de esta desgraciada población apenas si puede ser descrita: los padres se arrastraban por el suelo delante de los soldados y se agarraban a los coches que se llevaban a sus hijos. Rechazados a bastonazos y a culatazos, no pudiendo seguir a los carros donde habían amontonado desordenadamente lo que más querían en el mundo, sus hijos, algunos se suicidaron inmediatamente”.

Su aparición en Francia y Bélgica tuvo lugar hácia el año 1417. No han pasado á América, aunque, según Clavel, los hay en Oceanía, donde se les conoce con el nombro de Biadyaks-Zengaris. Los países de Europa que albergan mayor número de gitanos ...Su aparición en Francia y Bélgica tuvo lugar hacia el año 1417 (con el nombre de bohemios porque accedieron desde esta región, en la República Checa con un salvoconducto del rey de Bohemia).

Mujica Lainez, en El Escarabajo, recrea este éxodo: “Aconteció que sobre la zona de Nysa [Polonia], en la posesión romana de Lidia, avanzó una larga caravana que atravesaba el Asia Menor. Integrábala una fila ondulante de carromatos, caballos y mulos, en lo alto de los cuales viajaba un racimo de hombres, mujeres y niños, negruzcos y gárrulos, vestidos con ropas vistosas. Hablaban una jerigonza incomprensible, apenas aclarada por la elocuencia de los ademanes. Algunas personas contaron que procedían de muy lejos, de la India; según el obispo de Éfeso, antes de que naciera Abraham ya se habían establecido los suyos en Caldea; y sostenían otros que los ambulantes nombraban por antecesor a una pareja que se salvó de las aguas, cuando el Mar Rojo sepultó al ejército faraónico (…). Lo cierto es que los «chinganiés» o cíngaros, que de esa manera decían a los de la caravana, si no los llamaban «egipcianos», surgieron en Nysa ofreciendo forjar metales y la compraventa de gemas versicolores y de caballos. Hacían toda suerte de acrobacias; caminaban peligrosamente sobre estiradas cuerdas que tendían de un árbol a otro; sembraban las volteretas, las cabriolas y los juegos de manos; se ponían de pie sobre los lomos de sus caballos negros a escape; exhibían unos monos piojosos y unos enanitos que ensayaban contorsiones obscenas dentro de una jaula, y también una mujer con dos cabezas (…). Los cíngaros que no paraban de reír, mostraron unos dientes blanquísimos en la oscuridad de los rostros; sacudían los aros de plata que les colgaban de las orejas, o de súbito permanecían trágicamente desdeñosos y serios; armaron su campamento cerca de nuestra casa; en seguida las mujeres asomaron a nuestras ventanas, con harto ruido de collares y de ajorcas, y los hombres lo hicieron a su lado, hurgando el contorno con el mirar. Presto cundió la noticia de que su habilidad manual se concretaba asimismo en la destreza con que la aplicaban al robo. Robaban dinero, alhajas, ropa, gallinas, pollos, cabritos”.

Un campamento gitano cerca de Arlés, Van Gogh (1888).

Teoría idiomática del pueblo gitano

Teoría idiomática del pueblo gitano

Una de las razones más fidedignas que remonta el origen del pueblo gitano a la India se basa en el idioma. El filólogo Donald Kenrick opina que los indicios lingüísticos del romaní, principal sustento de la teoría indostánica, sugieren una fusión entre diferentes tribus indias, que se habría producido en torno al siglo IV, cuando todas ellas iniciaron una migración hacia el oeste. Al mezclarse y casarse, tanto entre ellos como con otros grupos nómadas de Persia (actual Irán), llegaron a formar un pueblo conocido como Dom o Rom, cuyos descendientes serían los gitanos de hoy.

Abundando en esta teoría, el estudioso húngaro Stefan Valyi descubrió en el siglo XVIII cierto parentesco entre la lengua de un grupo de estudiantes del sur de la India con la de los gitanos. Sus observaciones supusieron una especie de “iluminación antropológica” sobre la raza gitana.

Sobre esta base, los especialistas concluyeron que la lengua romaní presentaba un gran parecido con el sánscrito, el maratí y otros dialectos que se hablan en el Punjab. Palabras como chiricli (pájaro), nak (nariz), bal (pelo), rup (dinero), panjo (agua), dyago (fuego), jer (casa), terno (joven), tud (leche), grea (caballo), etcétera, no dejaban lugar a dudas.

Más conocidos, el término caló significa ‘negro’ u ‘oscuro’, y romá, de donde viene el romaní, idioma que los gitanos hablan, quiere decir ‘pueblo’, ‘gente’ u ‘hombres’.

Igualmente, en el largo éxodo de los gitanos por el mundo, han ido incorporando a su léxico préstamos lingüísticos tomados del hebreo, persa (iraní), armenio, griego, turco, ruso, eslovaco, e incluso del español y del inglés. En concreto el romaní incluye 900 palabras del sánscrito, unas 120 del persa y kurdo, unos 500 vocablos del armenio, tres del georgiano y unas 250 procedentes del griego bizantino, que además ha dejado una impronta gramatical importante en su estructura.

[El castellano por su parte también ha adoptado palabras del caló como trincar (apresar), curda (borrachera), piltra (cama), pirarse (irse), jalar (comer), camelar (amar, seducir), paripé (fingimiento), parné (dinero), duquela (fatiga) o, con perdón, jiñar (hacer de vientre).]

Así el romaní se puede considerar, según el filólogo R. H. Turner, autorizado estudioso de las lenguas de la India, como una lengua evolucionada a partir del sánscrito por su contacto con los idiomas europeos, sobre todo los balcánicos.

Rastreando todos los términos que incluye este idioma, se puede trazar un posible itinerario que habría llevado a los gitanos desde el norte de la India hacia el noreste de Irán. Más tarde cruzarían el mar Caspio para llegar a través del Caúcaso hasta la actual Turquía. A continuación habrían atravesado el mar Negro hacia los Dardanelos (Estambul) hasta llegar finalmente a los Balcanes europeos, entre los años 1250 y 1300. 

* Familia hindú.

Origen del pueblo gitano

Origen del pueblo gitano

La historia de los gitanos, romaníes o zíngaros está llena de lagunas. Por una parte, siendo un pueblo ágrafo, de ellos existe escasa documentación; y por otra, siempre han estado acompañados de un halo de leyenda, alimentada mayormente por ellos mismos.

Para el filólogo e historiador Jerónimo de Feijoo, los gitanos ‘son una asociación de individuos que en los distintos países desean llevar una vida errante’. El Diccionario de la Real Academia Española dice que el nombre de gitano deriva de ‘egiptanos’ y que se dice de ‘una cierta raza de gente errante y sin domicilio fijo, que se creyó ser descendiente de los egipcios y parecen proceder del norte de la India’. En la introducción a la Historia del Derecho Español, publicada en 1970 por J. Lalinde Abadía, se considera que ‘gitanos’ (‘egipcianos’, ‘bohemians’, etc.) ‘son grupos nómadas de procedencia incierta y de gran impermeabilidad social’.

Los historiadores en general, y en especial los gitanólogos, han querido sustentar el devenir histórico de este pueblo (la minoría étnica más abundante de Europa) deduciéndolas de terceras fuentes y barajando hipótesis acaso contrastadas con fidedignas huellas historiográficas. 

Según Francesc Botey, la raza gitana se empieza a configurar en el valle del Indo, durante los años 3000 al 2000 a. C. con el resto de los pueblos autóctonos, y que mantenía relaciones con las distintas civilizaciones de Mesopotamia y Elam. Desde esos tiempos, el suelo del norte de la India había experimentado ya grandes movimientos migratorios por las continuas invasiones, como la de los arios.

Así, la teoría que se tiene como más cierta es la del origen del pueblo gitano en el noroeste de la India, en la zona conocida como Punjab (en la imagen), región de abundantes pastos (actualmente entre la India y Pakistán), regadas por algunos cauces principales (la zona es conocida como la Región de los cinco ríos: el Jhelum, el Chenab, el Ravi, el Beas y el Sutlej), donde la convivencia con otras étnias era pacífica y bondadosa.

(Al término de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, la  India continuaba siendo, al igual que durante los dos siglos precedentes (desde el s. XVIII), una de las colonias más valiosas e importantes para el Imperio británico (Compañía Británica de las Indias Orientales), aunque ya en estos últimos años del dominio inglés, el país atravesaba un periodo de turbulencias y tensiones. Dos años después del final del conflicto mundial, el día 15 de agosto de 1947, la India británica dejaba de existir. Se proclamó oficialmente la independencia y la partición del territorio, a causa de la cual se formaron dos nuevos Estados soberanos: India y Pakistán o ‘tierra de los puros’.)

Del siglo IX al XI el Islam invadió la India. Las últimas incursiones fueron lideradas por el sultán Mohammed de Ghazni, poderoso señor de Kabul (actualmente capital Afganistán). Los indios que moraban en los territorios noroccidentales de la península indostánica se vieron obligados a desplazarse hacia el oeste. Se dice que Ghazni volvió de la India con 500.000 prisioneros. Algunos de ellos terminaron como mercenarios de los mismos ejércitos invasores.

Otra hipótesis sobre su origen sostiene que los antecesores de los romá descenderían de una amalgama de pueblos, elegidos a principios del siglo XI entre algunas castas del noroeste de la India para formar un ejército (rajputs o raza guerrera) que resistiera las mencionadas invasiones islámicas. Al ser vencida, dicha fuerza militar se vio obligada a huir.

La segunda migración se produce en el siglo XIII, cuando los hoy llamados gitanos abandonan sus casas ante la llegada de los ejércitos mongoles que conquistaron el territorio. A partir de entonces el éxodo es continuo (“movimiento migratorio que aún no ha acabado del todo”, reconoce Manuel Cáliz Córdoba).

Hay fuentes legendarias que sitúan el origen de los gitanos en las campañas de Alejandro Magno en Asia, y señalan habrían llegado a Europa enrolados en los ejércitos macedonios como mercenarios o como herreros, profesión que parece muy ligada a este pueblo (fueron los primeros que fabricaban herraduras y herraban a sus monturas).