Persecución de los gitanos: siglo XII
El siglo XVII comienza oscuro para el pueblo gitano. La otredad intimida y es vista con ojos de miedo y denuncia. Los Reyes Católicos, con su pragmática y sus leyes, han querido acabar con esta distinción. En vista del fracaso en echarlos, se intentó asimilarlos, pero con unas condiciones. Quienes no sean buenos cristianos, que cumplan los deberes para con Dios y la Corona serán expulsados o condenados a cien latigazos, a que le corten las orejas o a servir como galeotes. El nomadismo, la vida errante, la ley propia o vivir sin ley alguna están mal vistos, están perseguidos, están penados.
En 1619, el legislador Sancho de Moncada, decía: “los que andan por España no son gitanos, sino enjambres de zánganos y hombres ateos y sin ley, ni religión alguna: españoles que han introducido esta vida o secta del gitanismo, y que admiten a ella cada día gente ociosa y rematada”.
Las Cortes de Castilla, en ese mismo año, argumentaron que “una de las cosas más dignas de remedio que al presente se ofrece en estos reinos, es ponerle en los robos, hurtos y muertes que hacen los gitanos que andan vagando por el reino, robando el ganado de los pobres, y haciendo mil insultos, viviendo con poco temor de Dios, y sin ser cristianos más que en el nombre”. Y advierten: “Se pone por condición que su majestad mande salgan fuera de estos reinos dentro de seis meses desde el otorgamiento del servicio de esta escritura, y que no vuelvan a él so pena de muerte”.
En Pamplona, en 1628, se publica una ley según la cual los gitanos no pueden estar en este reino so pena de doscientos azotes y cinco años de galeras; y las gitanas, pena de cien azotes y destierro perpetuo.
El 8 de mayo de 1633, Felipe IV, dicta la siguiente pragmática: “estos que se dicen gitanos ni lo son por origen, ni por naturaleza, sino porque han tomado esta forma de vivir para tan perjudiciales efectos como se experimentan, y sin ningún beneficio de la república: que de aquí adelante ellos, ni otros algunos, así hombres como mujeres, de cualquier edad que sean, no vistan ni anden con traje de gitanos, ni usen la lengua, ni se ocupen en los oficios que les están prohibidos y suelen usar, ni anden en ferias, sino que hablen y vistan como los demás vecinos de estos reinos, y se ocupen en los mismos oficios y ministerios, de modo que no haya diferencia de unos a otros: pena de doscientos azotes y seis años de galeras a los que contravinieren en los casos referidos”. También dictó el mismo rey: “para extirpar de todo punto el nombre de gitanos, mandamos que no se lo llamen, ni se atreva ninguno a llamárselo, y que se tenga por injuria grave, y como tal sea castigada con demostración; y que ni en danzas, ni en otro acto alguno, se permita acción ni representación, traje, ni nombre de gitanos”.
Estas leyes y la condena a galeras se fueron endureciendo, sin mediar juicio alguno, a resultas de las guerras marítimas de aquella época. En un primer momento se encadenaba a los gitanos indiscriminadamente, aunque más tarde fueron exceptuados los que no mantenían su vida nómada, que estuviesen avecinados.
Antonio Luis Cortés Peña Caso cuenta el caso extremo, ocurrido en 1682, con los hermanos Sebastián y Manuel Avendaño, de Aranda de Duero, quienes “fueron condenados por el corregidor de Palencia, con aprobación de la chancillería de Valladolid, a seis años de galeras por sólo decir que eran gitanos y hablaban lengua jerigonza”.
A finales de siglo, Carlos II sería particularmente diligente en las tareas de acumular castigos y le señalaría una lista de sólo 41 ciudades donde habría de asentarse todos. Prohibiría a los gitanos el uso de armas y el ejercicio de toda profesión que no fuera la de la agricultura.
A raíz de estas persecuciones, muchos gitanos fueron a trabajar a las minas y a vivir en casas construidas en cuevas de montañas, compartiendo suerte y condición con cientos de judíos, musulmanes y otros paganos se habían refugiado huyendo de las reconversiones forzosas llevadas a cabo por los gobernantes y la iglesia.
Muchas familias flamencas en la actualidad se encuentran todavía en barrios y ciudades que sirvieron de refugio para los gitanos: Alcalá, Utrera, Jerez, el barrio de Triana o el Sacromonte.
* Galeotes.
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Carmen K. -