Los gitanos entran en España
Existen dos teorías sobre el arribo de los gitanos a la Península. Una, que podíamos llamar convencionalmente pirenaica, y la otra, africana.
La primera de ellas no tiene fisuras. Es la entrada por Cataluña a través de los Pirineos en el siglo XV, después de su periplo oriental a través los pueblos europeos. Desde la India penetran en el continente por Persia y por Rusia.
No cabe duda de esta incursión por las huellas habidas, por el poso documental que los contempla.
El primer documento que atestigua su presencia en España data del 12 de enero de 1425 (a comienzos de 2014 se cumplirán 589 años), cuando Alfonso V, el Magnánimo (1416-1458), rey de Aragón ofrece un salvoconducto, una cédula de paso, a un tal Juan, conde de Egipto Menor, líder de una comunidad gitana, para viajar por sus tierras durante un trimestre.
La segunda teoría es una hipótesis creíble, aunque no suficientemente documentada, por no decir ausente de restos. Cuenta que el pueblo romaní, pasando por el norte de África, desde Egipto, a través de Libia, Túnez, Argelia y Marruecos, daría origen, en el siglo XIV, a los gitanos de España (por la atracción de la España musulmana), e incluso a los del sur de Francia. Es difícil suponer que si hubieran saltado el charco no hayan dejado huella, habría documentación sobre dos entradas distintas. Aunque es dable, sobre todo por la herencia que portaba este pueblo, que la teoría africana sea aceptada.
De esta forma, ¿sería posible que cuando los gitanos, provenientes del norte, entraran en Andalucía, se encontraran con los gitanos que ya estaban aquí?
Las primeras manifestaciones documentadas en Andalucía, sin embargo, parten de tierra adentro, de la provincia de Jaén. Data del 22 de noviembre de 1462. Año en que el condestable don Miguel Lucas de Iranzo, recibe en Jaén con gran acogida a dos condes del Pequeño Egipto con bastantes familias (uno don Tomás e el otro don Martin, con fasta çient personas de ombres e mugeres e niños, sus naturales e vasallos) y, antes de su marcha, los colmó de regalos y les entregó una suma considerable para el viaje.
Jean-Paul Clébert, en su obra Los gitanos (1965), escribe con cautela: “es muy probable que estos nómadas conseguirían proseguir su camino por la costa norte de África hasta Gibraltar (…), pero ¿dónde hallar pruebas evidentes de la presencia de los gitanos en África? Fuera de Egipto, se les señala en Etiopía, Sudán, Mauritania y el Norte de África. Pero al parecer nadie los ha estudiado”.
En 1870, Francisco de Sales Mayo, con el nombre de El Gitanismo, reedita el Diccionario gitano, escrito por Francisco Quindalé en 1867, donde dice: “Los musulmanes pudieron venir seguidos de estas mismas hordas auxiliares, primeros gitanos que, confundidos con la chusma sarracena, no hubieron de fijar una atención especial de parte de los españoles hasta después de la conquista de Granada, cuando empezó a predominar la política del arzobispo Jiménez de Cisneros contra las razas de Oriente”.
Por la misma época (1898), Rafael Salillas comenta en Hampa: “En su concepto, y sin pruebas que lo justifiquen, los gitanos entran en España por las costas de Andalucía... Todo esto, además de los itinerarios conocidos y de la documentación histórica que lo comprueba, habla en contra de la entrada por Gibraltar y las costas de Andalucía, sobre todo suponiéndola en tal número que de ella deriven los gitanos existentes”.
Arcadio Larrea (El flamenco en su raíz, 1974) argumenta además que “las condiciones precarias en que vivía el reino de Granada no se ofrecen atractivas para gente nómada y libre”.
Más antiguo en el tiempo son estas declaraciones de Pedro Salazar Mendoza, en el memorial Del hecho de los Gitanos, de 1618: “Decir que vinieron con los moros, como alguno ha dicho, no tiene, al parecer, fundamento, pues nunca se ha hecho mención de ellos en nuestras historias”.
Así pues, la teoría africana seguirá siendo una incógnita hasta que no aparezcan datos que la respalden, aunque su autenticidad es verosímil y harto atractiva.
* Pintura de una familia Gitana Española, Sorokin (1853).
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