Yvonne Vladislavich
Entre mis apuntes, aparece una curiosa anécdota que leí no hace mucho, que quisiera compartir.
En junio de 1971 o en septiembre de 1972 (las fuentes no se ponen de acuerdo), Yvonne Vladislavich y otras siete personas navegaban en un yate por el Océano Índico, frente a la costa oriental de África, cuando de repente se produjo una explosión a bordo que terminó por hundir la nave. Las olas superaban los cinco metros. Ella salió despedida o nadó en busca de ayuda, mientras el resto de la tripulación esperaba agarrada a los restos flotantes del barco (las crónicas que he encontrado —sin ninguna exhaustividad, es cierto— no dicen nada de su destino). A los pocos minutos, se vio rodeada por numerosos tiburones. Aterrorizada, flotando en el agua en espera de una muerte segura (O God, if I must die, let it be quick!), vio a tres delfines acercarse a ella. Uno de ellos nadó por debajo hasta levantarla. Ella se aferró fuerte a su cuerpo, cual Afrodita uraniana. Los otros dos nadaron en círculos a su alrededor para protegerla de los feroces escualos. Durante más de 200 millas marinas, los tres delfines no se separaron de la nadadora sudafricana hasta dejarla en una boya de la que pronto fue rescatada por un buque que por allí pasaba.
Recuerda al dios Dionisos (o Cupido), a menudo representado cabalgando a lomos de un delfín.
La mitología griega cuenta —resumiendo— que estos animales, antes de ser delfines, eran hombres, unos piratas que intentaban vender a Dionisos como esclavo. El dios, como castigo, los convirtió en dichos cetáceos, condenados a rescatar marineros en dificultades en el océano.
Hay también un bello mito que cuenta que, muerto Aquiles, fue arrojado sobre una pira flotante a las azules aguas egeas frente a Ilión y sus soldados mirmidones corrieron tras él con las armas desenvainadas y sus cuerpos desnudos dispuestos a ahogarse. Poseidón, apenado por el gesto valiente de amor abnegado, quiso transformarlos en peces espada.
* Cupido montado sobre un delfín, Casa de Anfitrite. Túnez.
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