Comer camello
“Ave que vuela va a la cazuela”, cuenta un antiguo dicho español, que se me antoja próximo a Galicia, pues Cunqueiro reconocía el poco avance de su pueblo en el arte cisoria, porque primero comían y antes de interrogar la pieza, que es como el que dispara y después pregunta.
Hay civilizaciones que saborean bocados imposibles. No sólo nuestro paladar occidental reprueba que se coma carne de perro, como los coreanos, por ejemplo; insectos variados y crujientes, como en gran parte de los pueblos orientales; o serpientes de cascabel, como en Texas; sin hablar de los sesos crudos de mono u otra suerte próxima a la antropofagia; sino que algo tan cercano como la carne de caballo es una exquisitez en Francia.
Por nuestra parte, en España se comen caracoles, dieta aberrante para muchas naciones. Eso sin contar los callos, los higadillos, la asadura o la lengua…
El camello, por no hablar del hipopótamo o del cocodrilo, también enriquece el menú de fortuna en algunos rincones. Leo recientemente un cuento de Elías Canetti, Mis encuentros con camellos, del que entresaco esta conversación surgida entre las calles de Marrakech:
«—¿Es que se come aquí mucha carne de camello? —pregunté.
»—¡Muchísima!
»—¿Sabe bien?, nunca la he comido.
»—¿Jamás ha comido carne de camello? —Rompió en una burlona pero contenida risotada y repitió—: ¿Nunca ha comido carne de camello?
»Quedaba bien claro que él sabía que aquí no se servía otra cosa que carne de camello».
En varios lugares de sus escritos (Cuentos, Nicéforas y el grifo, Estética del gusto), Joan Perucho hace referencia al ‘enigmático’ Tratado de carnes de don Faustino de la Peña (1832), en el que describe el sabor y características de varios elementos cárnicos, incluyendo la ‘carne blanca’, que es el pescado, o la ‘carne humana’, de la cual, su consumo, don Faustino no es partidario. En la entrada dedicada al camello bactriano [de la tierra de Bactra: nombre con el que los griegos designaban la región correspondiente a la zona septentrional del actual Afganistán y las partes meridionales de las actuales repúblicas centroasiáticas de Uzbekistán y Tayikistán, a partir del nombre del río Bactro], distinguiéndolo del camello pardial o jirafa [camelopardal, llamaban los antiguos a la jirafa, compuesto del griego kamelos (camello) y pardalis (pantera). Varron afirma que debe su denominación a su parecido con el camello por su figura y con la pantera por sus manchas] o del dromedario, el compilador nos dice: «Esta especie es muy conocida por su cuello largo y gran corcova, la cual se compone, como en todas las demás especies que la tienen, de una sustancia grasa y carnosa. Es, entre los animales domésticos, el más antiguo que conoce el sello de la esclavitud, aguantando el hambre y la sed ocho días [Plinio, en su Historia natural, les concede la mitad de esos días]. Se cría en Egipto. Su carne vieja y trabajada presta groseros jugos para alimento. La leche de las hembras es muy salitrosa, pero aguada es buena».
Herodoto de Halicarnaso, en su obra histórica propone la carne de camello como una comida habitual en determinadas partes de África. En el primero de sus nueve libros, por ejemplo, comenta: «La gente más rica y principal puede sacar a la mesa bueyes enteros, caballos, camellos y asnos, asados en el horno, y los pobres se contentan con sacar reses menores».
A estas alturas, consulto El Corán, arbitro de prohibiciones y concesiones divinas. En la Sura XXII, La peregrinación de la Meca, versículo 37, dicta: «Hemos destinado los camellos para servir en los ritos de los sacrificios; halláis también en ellos otras ventajas. Pronunciad, pues, el nombre de Dios sobre los que vais a inmolar. Deben permanecer en pie sobre tres pies, atados por el cuarto. Cuando la víctima ha caído, comed de ella y dad al que se contenta con lo que se le da, así como al que pide. Nosotros os los hemos sometido, a fin de que estéis agradecidos».
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