Flamenco, kilómetro cero
Flamenco viene del sur
Si alguien quiere saber lo que es el flamenco, si alguien quiere conocer el principio de las cosas, el kilómetro cero, no tiene nada más que acercarse a José Menese y Diego Clavel (el lunes pasado, por ejemplo) y escucharlos un poquito. Es el flamenco en su esencia, es el cante desnudo, telúrico como las flores silvestres y de una parquedad tan necesaria como estremecedora. Menese y Clavel, Clavel y Menese, dos grandes del flamenco compartiendo escenario, compartiendo público, compartiendo tocaor. Para el buen cante no hace falta más.
Diego Andrade Martagón, Diego Clavel, natural de la Puebla de Cazalla, como Menese, se ajustó al programa. Desde la caña, su primer tema, que introdujo por soleá, ya comprobamos en qué buena forma mantiene sus cuerdas vocales, la finura de su estilo, el paseo sin esfuerzo entre altos y bajos, la proyección de su cante hasta lo indecible. En la misma tónica continúa por tientos. Pero es en la granaína, donde empezamos a vislumbrar la altura de un cantaor lleno de matices, donde nos quitamos el sombrero con veneración. La soleá, que comienza en Alcalá, es igualmente grande, y en la seguiriya, que nos recuerda a Manuel Molina, vuelve a tocar el cielo.
Antonio Carrión, a la guitarra, arropará a la perfección a los dos cantaores. Empero, su conocimiento y su perfecta ejecución hacen desmarcarse de su condición de acompañante, y arpegios y florituras acaban por importunar. Clavel, más prudente, deja que cante con libertad la sonanta que se siente autónoma, pero Menese, celoso de su cante, por momentos, debe frenar al tocaor y el protagonismo que desborda.
José Menese Scott, con más facultades que su paisano, le dio un puntapié a su programa e hizo un concierto más coherente a su estado. Abrió su extraordinaria actuación, que dedicó al cumpleaños de su hijo José, cantando por tonás. A lo que le siguieron farrucas y marianas. Hasta aquí, dentro de su extraordinaria interpretación, estuvo comedido, algo tenso e inseguro. Es a partir de la soleá donde se reconoció al Menese de siempre, uno de los grandes cantaores no gitanos de nuestro país. Con una voz límpida y llena, rotunda y cargada de ecos jondos, supo elevar su entrega hasta los límites más exigentes de una audiencia anhelante. En las seguiriyas, como en la soleá, fue grande, un cantaor de oficio, cada día más fino, cada día más sensible. Acabó el maestro de Cazalla a pleno pulmón cantando por guajiras, rematando así una velada de cinco estrellas.
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