Crónica de guante blanco (¿blanco?)
Después de las últimas noticias de corrupción inmobiliaria en Marbella, una trama que a nadie sorprende (más anunciada que la cónica de García Márquez), me viene a la mente la reseña que he escrito para Letra Clara (que saldrá para finales de abril) sobre "Paisaje quebrado" la novela de Pepo, que puede verse como una premonición o la evidencia de lo que está pasando. Os adelanto aquí la reseña.
Paisajes y paisanajes
La primera novela del Granadino Alejandro Pedregosa “Paisaje quebrado”, ganadora del “II Certamen Internacional de Novela Corta ‘José Saramago’, 2004”, no ha supuesto una sorpresa. Aunque a Alejandro se le conoce y se le reconoce como poeta, por encima de todo es un literato: ama la lengua y la moldea a su gusto, diciendo, con un lenguaje sencillo, directo y elegante, exactamente lo que quiere decir. Más que la suerte –lo sabemos todos-, en un concurso literario, influyen los hados, es decir, el cúmulo de coincidencias necesarias para que una obra triunfe, sobre todo las preferencias, inclinaciones y estado de ánimo del jurado. Pero donde no hay madera, no hay nada que hacer, la hoguera no arde por más llamas que se le acerquen. Y en “Paisaje quebrado” hay madera, y de la buena, arde como la estopa y nos regala, como el sándalo, su buen olor.
“Paisaje quebrado” es, en primer lugar, una novela corta y dinámica, fácil de leer, entretenida e interesante. Como he dicho más arriba, está bien escrita y tiene el toque poético de un vate de oficio. (El profesor Antonio Chicharro en su presentación dijo que un poeta está cercano a la prosa, lo que difícilmente ocurre al contrario.)
En un breve recorrido, a esta obra se la ha encasillado en el género de novela negra, y no digo que no, pero tampoco que sí. Es una novela policíaca, pero algo más, sobre todo algo más. Es una novela de paisajes, de Marbella en concreto, aunque no se mencione en ninguna de sus páginas; y de paisanajes. Es una novela de caracteres, del paso del tiempo en sus personajes y en sus ideas. Es una novela de actualidad política y social, de corrupción política (valga la redundancia), de ambición en definitiva. Sin embargo, sus discursos son demasiado positivos para reafirmarse como novela negra.
El relato se nos presenta en tercera persona, pero en él hay insertos retazos, a veces capítulos enteros, en primera persona que, de primera mano, cuentan lo que acontece. Una literatura epistolar que nos trasmite el pulso de sus protagonistas: Teo, que vuelve a su pueblo trasformado, y Edurne, una antigua novia que, en la clandestinidad, pretende abandonar la banda armada ETA, que en su sentir ha cambiado como el paisaje de Teo. Se quiebra el hábitat y se quiebran sus habitantes.
Mediante las cartas de estos antiguos amantes -unos diálogos bastante creíbles y unos personajes que dan la talla- se va urdiendo y deshaciendo una trama de corrupción y sentimiento, de relaciones humanas, de ideas que se entrelazan dando coherencia a un relato que tiene mucho de los sueños de su autor.
La novela tiene un tono desenfadado, la comicidad se impone en algunos momentos, lo que favorece su lectura. Los extranjerismos son comunes, las expresiones en vasco imprescindibles y las referencias literarias y gastronómicas -lo que caracteriza al cuento policíaco español (léase Montalbán o Eduardo Mendoza)-, bien traídas. Con todo, Alejandro Pedregosa, nos entrega una obra redonda, aunque, quizá, con algunas soluciones simplistas y un final precipitado.
El voto está con él, su pluma aún húmeda; esperemos su próxima entrega.
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