Rizar el rizo
Entre la genialidad inocente y el despreocupado despiste se movía Javier Egea, cuando nos convocaron para un proyecto un tanto surrealista. Corrían los primeros días de marzo de 1996 y, a partir de una idea de Alejandro Gorafe, que encamina su obra, que no su persona, por el lado más salvaje de la vida, nos reunimos para recitar en la galería de arte Directo unos poemas previamente grabados. Era la Primera Lectura de Poesía en Playback. Se trataba de abrir la boca solamente, de simular frente a un equipo desenchufado el recitado del poema elegido. (Hasta los taponazos del champagne descorchado se escucharían en off. Las botellas estaban vacías, al igual que los bombones surtidos que repartían las azafatas, perfectamente ataviadas, que sobre su envoltura sólo había aire.)
La sala estaba abarrotada. Más de trescientas personas contemplaban a un grupo de poetas actuando bajo sus mismas palabras que cadenciosamente se derramaban por los altavoces. Javier, el primero en subir al estrado, se encajó los lentes, desdobló su poema, se acercó al micrófono y alzó, como solía, su mano derecha. Cuando empezó a oír su poema, comenzó a recitar por debajo de su misma voz. Era un soneto del Diente de Oro.
Sentimos entonces, que la performance se había duplicado. Era como rizar el rizo. La voz de Egea retumbaba histriónica en la grabación. Él repetía en voz alta el soneto, con el mismo acento, con el mismo deje, con el mismo compás (aunque sólo lo escucháramos los más cercanos).
Sentimos entonces, repito, que habíamos tocado techo, oyendo a Quisquete desdoblado y mirando un papel, haciendo como que leía un poema que sabía de memoria.
* Publicado en la vitola 00/Brindis y comentada ayer en la presentación.
** Retrato de Javier Egea por Juan Vida ©.
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