Columnas
Hace relativamente poco tiempo acudí a la presentación de un libro que compilaba la labor semanal de un columnista de IDEAL. Mis impresiones —sobre el artículo de opinión— las quise reflejar inmediatamente:
El artículo periodístico de opinión, lo que se ha dado en llamar una columna, precisa una cocción a fuego lento, un constante recalentamiento acompasado en todas sus partes por igual y sin dejar de remover hasta el final, que necesita un cierto tiempo de reposo para lograr un plato fuertemente trabado, con todo el sabor y un aroma exquisito. Es dable, en su factura, llevarlo a ebullición al menos cuatro veces.
Así daremos un hervor de tierra, haciendo el artículo muy nuestro, de este mundo y arraigado en la realidad, pero sin olvidar el pretérito y lo que ha de venir. Deberemos dar un hervor de aire que sea suave y delicado, etéreo, que parezca ambrosía y haya que consumirlo con el cuidado que observamos al desvirgar un disco nuevo, verbigracia. Que vaya de un lugar a otro y entre por cualquier rendija. Que sirva para dar vida y para avivar la llama.
También habrá que darle otro hervor de agua para que fluya por los sentidos del lector, para que se expanda en el tiempo, para que su fecha de caducidad sea una anécdota; para que sea necesario en su proporción y destructivo en su abuso; que mane de la tierra o provenga del cielo; que sea manantial y fuente y río y lago; que te empape y que te limpie y que abone tus semillas.
Por último, habrá que darle un hervor de fuego para que arda y para que queme, que sus palabras sean brasas y sus ideas pavesas al viento; que esté vivo y crepite, que motive respuestas o plantee nuevas cuestiones; que se busque o enfurezca y que se calme con un soplo, con el postrer respiro del punto final.
Salpimentar al gusto. El artículo de opinión que se lee con más agrado, el que consigue adeptos, que es parte de lo que nos interesa, debe tener su dosis de humor, de ironía o sarcasmo, debe tener la ambigüedad justa para rozar el alma sin herir sensibilidades.
1 comentario
Hueso -
A fin de cuentas, el columnista no debe escribir para sí mismo, sino para los lectores del medio en que colabora.
Imprimo esta columna y la dejaré bien a mano.